“El deseo es el efecto de que somos el primer viviente en el conjunto de la escala darwiniana que está atravesado por el lenguaje”.
Isidoro Vegh responde:
Transcripción del video:
¿Qué es el deseo? Como decía Baruch Spinoza, ese gran pensador holandés de origen judío, “el deseo es la esencia del hombre”. Otro gran pensador, un gran poeta, inventor inglés del siglo XVIII, William Blake decía, a su vez: “Quien no realiza su deseo, engendra peste”. El deseo es el efecto de que somos el primer viviente en el conjunto de la escala darwiniana que está atravesado por el lenguaje.
Alguien podría decirme: “Bueno, pero los delfines también tienen lenguaje”. Es una abuso del lenguaje llamar lenguaje a uno y a otro. Efectivamente, si a un delfín yo le hago con el dedo para este lado, el delfín se puede zambullir para ahí, pero si le digo: “Avisale a tu amigo que está al lado que se tiene que tirar para ahí”, el delfín no puede. Es decir, no puede hacer signo de un signo. No hay significante. Eso solo se da en el ser humano.
Por ejemplo ustedes, que están acá entrevistándome, pueden salir del encuentro nuestro y contarle a sus parejas: “Che, estuvimos con un psicoanalista, un fanfarrón el tipo, se cree que está en el centro del mundo…”. Lo que quieran. Pueden comentar esto. Chusmear. Hacer de lo que aquí hablamos, a su vez, otro significante. Eso es específico del lenguaje humano. El lenguaje humano está constituido por elementos discretos: fonemas que forman palabras, y palabras que forman frases. Está sometido a la lógica de los conjuntos.
La ‘Lógica de los conjuntos’ de Georg Cantor dice que no hay ‘conjunto universal’, que un conjunto —para no entrar en contradicciones de que dos más dos es cuatro y que dos más dos no es cuatro— tiene que tener como parte del conjunto el subconjunto vacío. El subconjunto vacío en jerga freudiana se llama ‘castración’, en jerga lacaniana lo llamamos ‘falta’. Y la ‘falta’ es la condición del deseo.
Esto ya lo dijo, antes que Freud y que Lacan, Sócrates en el diálogo platónico de El banquete: si amo a alguien es porque ese alguien tiene algo de lo cual yo carezco, si deseo algo lo deseo porque no lo tengo. ¿Para qué voy a desear lo que ya tengo? Cuando se dice: “quiero tener salud” y estoy sano; en realidad lo que estoy queriendo decir es: “quiero tener salud en el futuro”, esa salud del futuro no la tengo. El deseo es simplemente la exposición de una falta que nos habita.
Sucede algo interesante en nuestros días. Por ejemplo, grandes pensadores —de los cuales más de una vez hemos hecho comentarios laudatorios— como Michel Foucault, han escrito… En una entrevista que le hicieron en el año 1971 y que está en un libro que publicó Letra viva, El infrecuentable Michel Foucault, dice que el desconfía del concepto psicoanalítico de ‘deseo’; que el propone que en lugar de hablar de ‘deseo’ se hable de ‘placer’ y que la ética que el propone no es la ‘ética del deseo’ sino la ‘ética de la búsqueda de más placer’. Su amigo, un filósofo también muy renombrado y que también ha escrito textos muy valiosos, Gilles Deleuze, en un texto que justamente se llama El deseo, le escribe a su amigo y le dice: “Escucha, Michel. No estoy de acuerdo contigo. Pienso que no hay que renunciar al concepto del ‘deseo’. Pero quédate tranquilo, igual que vos, yo no creo que el deseo se origine en una falta. Es una fuerza propia de la vida”. Es decir, se inscriben en un ‘neovitalismo nietzschiano’. ¿Y qué es lo que no les gusta? Lo que no les gusta es reconocer que en el inicio está la falta, la ‘castración’. Que eso le pase a dos filósofos, yo diría, “son filósofos”; ahora, que eso le pase a un psicoanalista ya es grave, quiere decir que nos caímos del plato, ya estamos fuera del psicoanálisis.
Entrevista realizada por Iara Bianchi.
Isidoro Vegh
Psicoanalista
Iara Bianchi
Directora Editorial. Psicoanalista
La suerte de los delfines es que con sus signos ellos se entienden. Incluso pueden entender algo cuando les introducimos ciertos significantes. Pero no se embrollan con eso. Los humanos, en cambio, no usamos las palabras: las padecemos. Son inútiles para entendernos, y para colmo nos trastornan el cuerpo. A los delfines eso no les acontece. Claro que con las palabras también podemos hacer prodigios.