El 9 de marzo de 1497, el profesor italiano Domenico Maria Novara le mostraba el eclipse lunar de Aldebarán al joven polaco Nicolás Copérnico. Así despertaba el interés por la astronomía de quien daría el puntapié inicial a la revolución científica del Renacimiento. Hasta ese momento Mikołaj Kopernik (nombre original), solo había mostrado interés por la economía y la diplomacia.
Copérnico provenía de una acomodada familia de comerciantes prusianos. La pronta muerte de sus padres lo dejó en una precaria situación y su tío materno se hizo cargo de su crianza. Con el amor y la responsabilidad de un padre, veló por que tuviera una educación de excelencia. En las Universidades de Cracovia y Bologna se instruyó en Derecho, Medicina y Filosofía.
La aparición en su vida del astrónomo Domenico Maria Novara significó la aparición de una actividad que pondría contra las cuerdas su fe católica. Paralelamente, mientras investigaba las teorías de Aristarco de Samos, Nicolás de Oresme y Alberto de Sajonia, estudiaba derecho canónico en Padua. Esta dualidad intelectual hizo que sus avanzadas observaciones astronómicas estuvieran expresadas con un tinte metafísico.
Las primeras especulaciones sobre el heliocentrismo de Aristarco de Samos habían sido desechadas por el sentido común de la época. Al revisar sus especulaciones, Copérnico llegó a la conclusión de que el problema en la Grecia del siglo IIIa.c. era la ausencia de sentido común. No podía creer que nadie en 18 siglos retomara sus especulaciones. Pese a la importancia de su trabajo previo, jamás nombró al astrónomo griego en sus notas.
Sus primeras especulaciones pulverizaban las teorías geocéntricas de Ptolomeo. Estas llevaban más de mil años impuestas y aceptadas, sobre todo por la Iglesia católica. Su teoría heliocéntrica, donde el sol era el centro del universo conocido, resolvía varias incógnitas no resueltas por Ptolomeo. No sería fácil la tarea de Copérnico. Su manera de imponerla sería atacar las hipótesis no verificadas y captar el interés de sus colegas.
Copérnico evitaba publicar sus teorías, prefería comentarlas a colegas y escuchar sus críticas o empatías. La mayoría de ellos eran católicos y de lengua floja. Varios obispos se comenzaron a preocupar por sus trabajos. Empezó a ser habitual recibir cartas donde le preguntaban en qué andaba. Nicolás no era tan improvisado, contestaba con evasivas sobre los temas más sensibles para la Iglesia.
Las conclusiones estaban casi listas en 1532. Entre las más importantes y rupturistas aseveraba que el centro del universo no era la tierra sino el sol. Mercurio, Venus, la Tierra, la luna, Marte, Júpiter y Saturno, eran objetos celestes que orbitaban alrededor del sol. Los movimientos celestes son uniformes, eternos, y circulares. Las estrellas son objetos distantes que permanecen fijos y por lo tanto no orbitan alrededor del sol. La Tierra tiene tres movimientos: la rotación diaria, la revolución anual, y la inclinación anual de su eje. La distancia de la Tierra al sol es pequeña comparada con la distancia a las estrellas.
En 1533, su amigo, el humanista Johann Albrecht Widmannstetter, estaba tan entusiasmado que envió a Roma varias cartas con las teorías de Copérnico. En Roma reinó el pánico, Nikolaus von Schönberg, arzobispo de Capua, pidió más precisiones sobre su trabajo. La Iglesia no podía prohibir un trabajo que no había sido publicado. Sin embargo, las teorías de Copérnico se esparcieron por toda Europa.
En sus teorías había un aroma metafísico. Le otorgaba al sol una posición inmóvil y céntrica del cosmos. Lugar natural como fuente espiritual y fundamental de luz y vida. Las órbitas circulares en un mismo plano, planetas esféricos y con un sol en centro daba la idea de perfección geométrica. El movimiento de los astros era comparado con una danza cósmica armónica. Todo esto era propio de una creación divina. Nada de esto calmó a Roma.
La obra de Copérnico estaba lista desde 1536. “De revolutionibus orbium coelestium” (Sobre las revoluciones de las esferas celestes), además de un compilado de postulados astronómicos, era un garrotazo a la concepción medieval del universo. Si el hombre ya no estaba en el centro de mundo, su dios tampoco. Pese a las sucesivas intimaciones de Roma, el astrónomo se mantuvo firme y no autorizó su publicación.
Hasta último momento dudaba sobre el punto de la finitud del universo. La idea de un cosmos cerrado contra uno indeterminado era un punto crítico para Copérnico. Sus aseveraciones significarían que el hombre dejaba de dominar físicamente el universo, no era su centro, se movía sin control como cualquier otro objeto. Pero ahora podía dominarlo con la razón. Algo difícil de digerir para el cristianismo que se agrietaba desde adentro con la aparición de Martín Lutero. La Iglesia combatiría a todo intento reformista, Copérnico entre ellos.
La muerte lo encontró sumergido en ese dilema. El editor Andreas Osiander publicó “De revolutionibus orbium coelestium” a pocos meses de su muerte. Obviamente, fue incluido en el Index librorum prohibitorum. El legado de Copérnico fue un cimbronazo en la estructura del pensamiento tradicional despertando el interés por más respuestas. Nacía el pensamiento científico moderno.
Escrito por Gabriel Dantuono