«Existen quienes transgreden los marcos de la legalidad para generar nuevas leyes. Otros, sólo gozan del transgredir. De ahí la radical diferencia entre la irreverencia -revelarse como sujeto de deseo, de deseo propio, de deseo de deseo, es decir, deseo de continuar deseando- y la rebelión -rebelarse contra lo establecido-, vulgarmente llamada “queja’’.»
Por Iara Bianchi
Lacan metaforiza la cuestión de nuestras contradicciones, paradojas y aparentes aporías del siguiente modo: dice que estamos ocupados. Ocupados en hacer nuestras valijas, o un examen de conciencia, o en organizar un laberinto. Ocupados en reunir las valijas, olvidarlas o dejarlas en consigna, pero siempre son valijas para un viaje que nunca se hace.
La angustia del devenir se evidencia en la siguiente escena: Está por salir el tren, el único, no habrá otros, y disponemos de quince minutos para recoger todas nuestras pertenencias para conseguir abordarlo.
Desde ya que pasan, y en ocasiones se viven y se abordan, varios viajes y varios trenes; no obstante, en determinado momento bañado de contingencia, uno de ellos se presenta como el último, el importante o el único —si es que no se ha incursionado aún en alguna travesía hacia lo desconocido.
Creemos que el tiempo no alcanza, que no hay y, sin embargo, siempre contamos con tiempo para la procrastinación de algo. Quizá de lo más auténtico de cada quien, de lo que nos convoca como causa de movimiento. No postergar es llegar al acto que hace meta y bautizo de un nuevo horizonte, al instante que hace mella en lo que ha sido y ya no es.
Cruzar el Rubicón, alzar la voz —la propia— frente a la inmensidad de lo que hasta ahora estaba prohibido, vetado para uno mismo, abre la posibilidad de la realización, de un “lo hice, luego, se puede’’.
Existen quienes transgreden los marcos de la legalidad para generar nuevas leyes. Otros, sólo gozan del transgredir. De ahí la radical diferencia entre la irreverencia —revelarse como sujeto de deseo, de deseo propio, de deseo de deseo, es decir, deseo de continuar deseando— y la rebelión —rebelarse contra lo establecido—, vulgarmente llamada “queja’’.
El deseo del otro fraguador, por más o por menos, nos provoca la frase: “¿Qué quiere de mí?’’ Y la respuesta construida, a favor o en oposición, no es más que un deseo sujetado al servicio del otro ajeno (amoroso o no).
Como nos constituimos a partir de un deseo prestado, alienarse a él es siempre el primer paso inevitable; y separarse para constituir uno propio haciendo pie en él, uno de los mayores desafíos: un salto al vacío, al precipicio de lo inesperado.
—¡¿Qué es lo que quiero?!
Jean Paul Sartre nos ilustraba: “Somos lo que hacemos con lo que hicieron de nosotros’’.
La angustia de lo que se ha perdido, la nostalgia del tiempo pasado, es en realidad una defensa contra la angustia del tiempo que adviene y devendrá, del azar y la determinación de un acto, que impacta desde dentro o desde fuera con la fiereza de la incertidumbre.
Lo cierto es la angustia. Se vislumbra una salida a esta entrada laberíntica: “Actuar es arrancarle a la angustia su certeza’’, proponía Lacan. Lo cierto es el amor. Lo cierto es el odio, aquél de las derivas de la desilusión del amor y el otro. Lo cierto es que hay elección. Lo cierto es que, en ocasiones, no la hay. Lo cierto es que el deseo es destino, y el destino es incierto. Lo cierto es que forzosamente algo se pierde; y que para ganar, hay que perder.
NdR: Hete aquí mi rebeldía.
Iara Bianchi
Directora Editorial. Psicoanalista
Es muy hermosa tu reflexión. El tren es un símbolo a la vez maravilloso y terrible. Uno puede imaginarlos todos, pero no puede saber aquel en el que ya está viajando.