Entrevista a Gustavo Dessal
Dr. Palmer:
“He logrado aprender practicando este raro oficio de cazador de palabras, lo he aprendido de las otras personas, las que hacen todo al revés, las que no pueden amar y sin embargo aman, las que no saben vivir y sin embargo viven, las que no se acomodan y se dan de bruces contra la realidad, las que se levantan y se acuestan preguntándose cuál será la razón que habrá de inventarse al día siguiente para seguir en este mundo”.
Fragmento de El Caso Anne
Lorene: Después de haber leído tu novela, que me impactó y me encantó muchísimo, quería decirte que me pareció muy conmovedora en muchos aspectos. Toca temas muy sensibles, por ejemplo: la muerte, la locura, lo femenino, la familia, el sufrimiento y también el psicoanálisis. ¿Qué nos puedes decir sobre Anne, el personaje principal? En la presentación del libro contaste que te conmovió escuchar ese caso, ¿en qué punto te toca a ti Anne?
Gustavo: Me toca porque yo soy de origen judío. En mi casa nunca se llevaron las tradiciones judías, ni la religión, ni nada. Mi familia es totalmente atea. Pero, sin embargo, hay un sentimiento transmitido por mis padres de pertenencia a esa cultura… vamos a decirlo así: del judaísmo como cultura. Por esa razón he leído mucho sobre la historia, sobre el Holocausto, etc., y claro, evidentemente era imposible que la historia de Anne no me conmoviera.
Por otro lado, a mí me gusta mucho el trabajo con las psicosis, es la clínica que más me apasiona y más me compromete; de hecho, la mayoría de los pacientes que tengo lo son, porque uno me ha traído a otro. La historia de los neuróticos es más o menos bastante repetitiva, con sus variantes, pero uno no va a encontrar demasiadas sorpresas. A diferencia de otros analistas, a quienes los casos de psicosis les resulta una carga, para mí es un trabajo que me gusta: el desafío de trabajar con gente que tiene problemas serios, muy graves. La frase de Lacan: “No retroceder frente a la psicosis”, no es que para mí un principio que siga por una mera concordancia teórica. Me pasa por una razón que ya te comentaré.
La locura es un hilo conductor en toda tu novela, está presente en cada una de las páginas de diferentes maneras: en el personaje, en la locura tecnológica, la locura del Holocausto, el horror de la humanidad, también la locura que implica el psicoanálisis y la práctica clínica de todos los días, más allá de la estructura.
Sí, la locura. De todas maneras, hay locuras y locuras. Quiero decir, son variedades. La locura que afectó al pueblo alemán en un momento de su historia, es un tipo de locura; en cambio la locura de los psicóticos no llega a un grado semejante; el psicoanálisis también es una forma de locura, por supuesto, entre otras cosas porque nos obliga a un tipo de vida. Lacan dice que el psicoanálisis, además de ser una práctica, es un estilo de vida. Por ejemplo esto: estar un día entero, dos días enteros, tres días enteros, encerrados, hablando de esta cosa extraña a la que nos dedicamos; estamos comprometidos de tal manera con esto, que no sucede en todas las profesiones o todos los oficios: que la vida esté tan impregnada de lo que uno hace. Por eso pienso que lo que más se parece a la práctica analítica son algunas formas de lo artístico, cuando uno tiene una relación con el arte, y tú sabes de qué hablo porque la tienes. Con el psicoanálisis no pasa que uno es analista de lunes a viernes y el fin de semana deja de serlo. La vida está atravesada por eso. No en todas las profesiones pasa lo mismo, ni a todos los sujetos en ciertas profesiones les pasa lo mismo. Hay médicos que también están tomados por eso, la vida entera, pero el psicoanálisis, particularmente, es así. Uno no se puede vincular con el psicoanálisis de otra manera. Por eso hay un momento donde el doctor Palmer dice algo así: “es como el veneno de una serpiente, cuando te entra no hay vuelta atrás”.
Además, el psicoanálisis en todo su planteo teórico, en la ética que postula, de alguna manera no te permite taparte los ojos y hacer de cuenta que lo que ocurre no está pasando, o que las cosas son así porque tienen que ser; te plantea cuestiones que son difíciles de tolerar o de manejar y aprender a vivir con eso. Quizás, con esa falta de optimismo. También con esa cuestión que tú dices, lo relacionado con lo artístico. Frente a esa falta de optimismo o pesimismo, hay una intención.
Por supuesto. No terminé de responderte cuando me preguntaste por qué me había interesado el caso “Anne”. Por una parte, su historia. Después, ella como personaje me parece de una nobleza, de una dignidad, de una autenticidad conmovedoras. Eso también me tocó muchísimo. El esfuerzo de poder tratar de salir adelante. Ella llega de una forma azarosa a la consulta, por así decirlo. Pero a partir del momento en que el doctor Palmer consigue engancharla, se ve que hay verdaderamente en ella una voluntad de salir de la situación y un deseo de luchar; eso que la madre, de alguna forma, no pudo hacer. La madre es una muerta en vida, ha sido derrotada. Ella lo dice en un monólogo. Ella se ha salvado desde el punto de vista físico, pero no se ha salvado. Esa fuerza de vivir es otra de las cosas que me conmovió. La paradoja es que nosotros, los psicoanalistas, hablamos mucho del tema de la pulsión de muerte, pero también está el otro aspecto que es importante destacar: la fuerza de la vida, el eros del que hablaba Freud. Eso lo podemos encontrar también en algunas formas de psicosis, el sujeto que verdaderamente lucha. Hoy hemos tenido un ejemplo, Tania Aramburo presentó el caso de una mujer…
Que tenía todo para no estar viva.
Exactamente, pero había en ella el deseo de vivir. El analista no puede insertar eso en el paciente. El psicoanalista puede es alentarlo, como cuando queda el rescoldo del fuego y uno sopla y sopla para que la llama se reavive. Pero si ese rescoldo no está, nosotros no tenemos una cerilla para que el fuego se encienda. Eso no lo podemos introducir.
Me hablabas del optimismo y el pesimismo. Bien, a través del monólogo interior del doctor Palmer encontré la forma de hacerle llegar al lector el entendimiento de lo que es el psicoanálisis. Él habla consigo mismo, se dirige a un interlocutor imaginario con el que conversa en sus pensamientos y de esa forma va contando su propia historia: cómo llegó al psicoanálisis, por qué le gustó y cómo entiende él la labor del psicoanalista.
De alguna manera tú comentaste que el doctor Palmer y el caso Anne están basados en un caso que escuchaste de un colega tuyo y te impresionó la manera en que este colega manejó la cura. A veces uno suele comparar y buscar una semejanza entre el autor y el personaje, en este caso el doctor Palmer. ¿Tú que nexo tienes con el doctor Palmer, más allá de lo obvio?
¡Por supuesto que una buena parte del doctor Palmer soy yo! Es decir, hay un aspecto de la conducción de esta cura que he tomado del verdadero analista de esta mujer. Pero el doctor Palmer cuenta cómo entiende el psicoanálisis, en qué consiste su tarea, cuando plantea por qué eligió este modo de abordaje terapéutico y no las otras formas de terapia que practican los colegas que lo rodean en el hospital, en cierto modo él ocupa un lugar un poco marginal, él mismo no tiene mucho interés en juntarse con los otros, es una especie de bicho raro en ese servicio. Lo dejan hacer pero no comulga con nadie. En esa manera de concebir el psicoanálisis y por qué ha elegido dentro del campo del psicoanálisis la orientación lacaniana y no otra… ahí soy yo el que habla, por supuesto.
Aparte, lo he hecho de una manera totalmente deliberada, quiero decir, estoy absolutamente convencido de que no hay literatura alguna que no sea autobiográfica. Eso no quiere decir que el autor está de una manera directa y manifiesta, o que los aspectos de la vida personal del autor se reflejen necesariamente en la obra, como puede ser en el caso de Joyce, él está en muchas de las historias, los expertos lo reconocen.
¿Cómo has llegado al psicoanálisis?
Verdaderamente, por una contingencia. Yo iba para músico de rock, no lo hacía de forma profesional pero era mi deseo dedicarme a eso. Eso era un conflicto, por las características de mi familia, la importancia que en las familias judías tiene la cultura, el saber y fundamentalmente, la obtención del título universitario. No te puedo explicar lo que significaba para mis padres la idea de que yo me pudiera convertir en un músico de rock…
Cuando terminé la escuela secundaria estaba muy desorientado respecto a qué seguir. Tenía otra idea, que era estudiar Letras, justamente por este otro aspecto: escribir letras de canciones, componer música y escribir. Me parecía que Letras era la carrera. También me disuadieron: “¿De qué vas a vivir? ¡Te vas a morir de hambre!” Me parece que mis padres no me tenían mucha confianza en todo lo que representaba lo artístico, no veían en mí un futuro al respecto.
Entonces se me ocurrió estudiar ingeniería, hacer una especialidad en sonido, y así poder reunir ambas cosas. En la época en la que entré a ingeniería había que dar un examen de ingreso que duraba un año de preparación. Lo aprobé muy bien, empecé la carrera y al cabo de un par de meses, cuando tenía que rendir el primer parcial -recuerdo que era álgebra- me llega la hoja con el ejercicio que tenía que hacer y de repente tuve una iluminación: “¿Qué estoy haciendo aquí? ¡Si esto no tiene nada que ver conmigo!”. Entregué la hoja en blanco y me fui, sabiendo que no iba a volver nunca más a esa facultad. Pero sí tenía que volver a mi casa.
Yo creo en el destino de una manera muy particular. No en el destino desde el punto de vista esotérico, no como lo que está detrás de uno, dirigiéndote, para mí el destino es lo que está adelante, lo que de repente te encuentra adelante, algo que estaba allí y uno podría haber ido para la derecha, pero no, fue para la izquierda y tropezó con eso. La lectura siempre fue un refugio desde la infancia. En ese momento necesitaba encontrar un libro en el cual refugiarme hasta hacer tiempo para llegar a mi casa. Tú has visto que en la Argentina es muy frecuente que en los quioscos de periódicos y revistas vendan también libros. En ese momento estaban sacando un coleccionable, me encuentro con un librito que se llamaba Pavlov y Freud, era un estudio de un italiano, no recuerdo el autor. Hacía un trabajo comparativo de lo que había hecho Pavlov y lo que había hecho Freud. Cuando llegué al capítulo de Freud, quedé absolutamente fascinado con lo que ahí se contaba. Tuve la convicción, el sentimiento de que había encontrado algo que yo no sabía ni que existía. “Yo quiero hacer eso”. Y entonces ahora viene el porqué de mi relación la psicosis.
Dejo la carrera en una época del año donde no puedo cambiar de facultad. Me informo, averiguo qué hay que hacer para dedicarse al psicoanálisis. Me entero que hay dos vías: o hacerse médico o hacer psicología. Entonces elijo la psicología, pero no era el momento de apuntarse, había que esperar hasta el año siguiente para entrar a la carrera. Dije: bueno, algo tengo que hacer. Tenía que aprovechar todo ese tiempo para empezar a avanzar en los estudios. Me fui al Hospital Borda a preguntar si se podía hacer un curso o algo, con tan buena suerte que estaba por empezar un curso para la formación de lo que se llamaban “voluntarios psiquiátricos”, una especie de acompañantes terapéuticos. Nos dieron un curso de un año de formación, todos los lunes a la mañana, muy temprano. El curso se dividía en dos partes: la formación psicoanalítica de orientación kleiniana, que la daba un psicólogo de allí; y luego, la segunda mitad de la mañana se trabajaba con técnicas de role-playing, de psicodrama, representando el tipo de situaciones en las cuales nos íbamos a ver involucrados. Nuestra tarea no era clínica, era acompañar, conversar, organizar cosas con ellos, como leer el periódico, comentar alguna noticia, ver una película en la televisión y hacerlos hablar, tratar de sacar a los que estaban muy deteriorados e integrarlos un poco para que socialicen. Esas situaciones las representábamos mediante la técnica del psicodrama. Yo tuve la suerte de que a mí me tocó un servicio con un jefe que era, para la época, bastante progresista, porque estaba interesado en lo que entonces estaba en pleno auge: la antipsiquiatría. Este hombre no era exactamente un antipsiquiatra, pero le interesaba. Lo que sí era verdad, es que estaba intentando crear algo distinto en su servicio. Ese fue mi primer contacto con la locura, y aprendí muchísimo. Lo más importante que aprendí en mi vida en lo que se refiere a la práctica clínica, lo aprendí allí.
Primera cuestión: aprendí a no tener miedo a los locos, a manejarme entre ellos, a descubrir que la idea que uno tiene de lo que corrientemente es un loco no tiene absolutamente nada que ver con la realidad. Descubrir la sabiduría de los locos, el sentido del humor, la sensatez de muchos de ellos, algunas veces arrolladora. La capacidad de supervivencia de algunos. Tengo anécdotas extraordinarias, sobre las cosas que los pacientes eran capaces de hacer para salir adelante. Eso marcó mi vida, me interesó muchísimo la psiquiatría, no como práctica referida a la medicación, sino la psiquiatría en el sentido de la fenomenología clásica y los cuadros clínicos descritos por la buena psiquiatría francesa y alemana.
Es algo que se ha perdido en la actualidad con el auge del DSM, las neurociencias. En la novela tocas un tema que sé que te interesa mucho: la tecnología. Lo haces a través del bebé que tiene Anne, ¿qué podrías decir sobre la tecnología como recurso?
Yo recuerdo que cuando el colega presentó el caso, lo hizo con todas las precauciones, porque es una solución muy particular, él no sabía muy bien ni qué opinión iban a tener sus propios compañeros, sus propios colegas psicoanalistas, además tenía un interrogante: cómo iba a tomar yo eso, si me iba a parecer descabellado, un error de la dirección de la cura. A mí me pareció una salida absolutamente fantástica. Hay una cuestión que es real, cuando el doctor Palmer se reencuentra, años después, con Anne, en ese encuentro la ve que está bien, que ha rehecho su vida. Al despedirse ella le dice: “todavía tengo a mi bebé”. Eso ocurrió, eso le pasó a mi colega de verdad. Yo lo quise poner tal cual porque era una manera de legitimar lo que él había hecho. Empecé a documentarme un poco sobre el tema. Yo estaba al tanto de que esta clase de robótica existía, pero empecé a leer un poquito, me quedé muy asombrado por el grado de sofisticación técnica que se logra con este tipo de bebés. Es una cosa impresionante, cómo ha ido progresando con el tiempo. Es probable que el bebé que se compró la verdadera Anne, al día de hoy sea una cosa totalmente anacrónica, obsoleta en relación a lo que hay ahora. Estuve documentándome sobre ese tema, no solamente compran mujeres que han perdido un hijo o que no pueden tener hijos, sino que en Japón hay muchas parejas con hijos que han crecido y han partido del hogar, son personas muy mayores y compran bebés para cuidarlos. Bueno… los japoneses son gente muy especial.
Para terminar, Gustavo, ¿qué puedes decirles a los analistas que están comenzando su práctica y que se interesan por la psicosis, la locura? Tú, con tu experiencia, con tu amor a la locura, ¿qué podrías decir?
Si hay alguien a quien verdaderamente le interese la cuestión de la locura, creo que el paso por alguna institución es muy importante, por lo menos durante un tiempo; el estudio de la psiquiatría clásica me parece absolutamente indispensable, es una formación fundamental, el conocimiento de la buena psiquiatría, de los clásicos alemanes, los clásicos franceses; todos aquellos que Lacan leyó. Además, el psicoanálisis es el único discurso que puede rescatar algo de eso. Los psiquiatras se equivocaron mucho cuando consideraron que éramos sus rivales, sus enemigos, no se dieron cuenta de que ellos iban a perecer, que la psiquiatría está en extinción, mientras que el psicoanálisis no. Si hubieran hecho una buena alianza con nosotros, hubiésemos sido mejores valedores de su saber que los neurólogos, la psiquiatría organicista y la neurociencia. El estudio de la fenomenología psiquiátrica, de los cuadros clínicos, tal como fueron desarrollados por los grandes maestros, yo creo que eso hay que estudiarlo, hay que formarse muy bien en ese campo. Y por supuesto, la base fundamental en la que uno se puede apoyar para no extraviarse demasiado: el propio análisis. Largo, muy largo… es así.
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Gustavo Dessal
Psicoanalista. Escritor. Colaborador inconsciente
Lorene Congrains Alaiza
Psicoanalista. Colaboradora inconsciente