Y de pronto se hizo una larga tarde,
a la que solo sigue una noche
que no termina de llegar,
cuya negrura no podemos anticipar.
Se da un tiempo sin tiempo.
Un tiempo para pensar
en el que no hay tiempo para pensar.
Unos piden ir más despacio,
esperar a ver qué depara la noche,
otros necesitan urgentemente algo de luz,
y todos tienen razón.
Combatimos la tristeza
imaginando escenarios posibles, deseando,
el deseo siempre vivo, no hay otra.
Pero la tristeza tiene las garras muy largas
y sabe cómo infectar el pensamiento y el cuerpo
mejor que ningún virus.
No queremos pensar que no tendremos aire,
que se acabaron las arenas que pisar,
los mares que bucear,
que por un rato nos toca dejar
la tierra en paz y asumir un parar.
El paro se nos impone
y no hay forma de saber
cuál es la mejor forma de administrarlo,
ni en lo privado ni en lo público.
Cada uno con sus ideas,
los que quieren ir despacio
para no equivocarse,
los que quieren anticiparse
para evitar un batacazo mayor.
Lo único cierto es que no sabemos.
Y en ese no saber cada uno se sostiene
como puede
sobre los delicados hilos de su existencia
y sus condiciones materiales,
surfeando las oleadas de angustia
que inevitablemente se vienen encima
de tanto en tanto.
No hay más certezas.
La salida la iremos inventando,
pero no bajemos la guardia,
porque depende mucho
de nuestra propia capacidad
de pensar y hacer las cosas.
Hay días, y días…
Marta García de Lucio
Psicoanalista
Así estamos, Marta. Confinados en las casas y en la incertidumbre.