El encuentro con un psicoanalista provoca una apertura distinta a la de corregir comportamientos en el adolescente: al no verse corregido ni educado, se puede colocar casi por primera vez, en el lugar del sujeto, de quien desea y ha de hacerse cargo de ese deseo. El lugar de la responsabilidad subjetiva [1].

Con un psicoanalista es el adolescente quien toma la palabra y teje y desteje sus enredos. No recibe consejos, ni es infravalorado en su saber ¡al contrario! Obtiene lugar y valor a eso que sabe (aunque aún no sepa que lo sabe).  El psicoanalista sabe que no sabe nada del sujeto que tiene delante, y por eso se limita a escuchar, y en todo caso apunta aquí o allá algo que escucha y le sorprende, quiere saber más para que el propio sujeto pueda saber más.

En las dos prácticas que llevo a cabo con adolescentes, la clínica y la institucional —en un instituto de educación secundaria—, el efecto del espacio que se abre para su palabra es el mismo: hablan. Porque encuentran ese espacio necesario en el que no hay un adulto que posea el saber y que venga a entregárselo, sino que se encuentran un adulto que quiere saber de su saber. Y esto, de alguna manera, genera un deseo de saber en el adolescente mismo.

La primera vez que vienen, generalmente, acuden poco convencidos por lo que creen que van a encontrar allí, más impulsados por la demanda de otro (bien sus padres en el caso de la clínica, bien sus pares en el caso del instituto) que por su propio anhelo. Sin embargo, al no encontrarse con lo habitual —consejos, lecciones, exceso de palabras del otro…— se sorprenden, y vuelven.

En el caso del instituto es muy interesante cómo ya son los propios estudiantes los que animan a sus compañeros a venir a hablar conmigo, no saben muy bien cuál es mi papel, pero sí que no es aquello con lo que se topan habitualmente, y que, a diferencia de lo habitual, aquí su palabra es lo primero.

Por eso, cualquier profesional que trabaje con adolescentes debiera poner en juego su no saber, dejar que el adolescente le ilustre sobre las coordenadas que le conducen a esto o aquello, darle la palabra sin verse abocado a darle una respuesta precipitada. Dejar, en definitiva, que los jóvenes escriban sus propios versos.

Marta García de Lucio

Marta García de Lucio 
Psicoanalista. Colaboradora inconsciente

NOTAS

[1] que es bien distinto del lugar del objeto a ser recolocado por el Otro adulto.

Comentario
  • Gustavo

    Es verdaderamente impactante y a menudo conmovedor verificar lo que sucede cuando un adolescente encuentra el espacio que el psicoanálisis puede ofrecerle para alojar el dolor, la sorpresa y el desbordamiento que supone esa etapa. Los adolescentes nos convocan a una labor muy compleja, la de convertirnos para ellos en un Otro muy especial, que no se confunde con el Otro parental ni el de sus pares. Se requiere cierto arte que algunos psicoanalistas saben poner en juego. Lo maravilloso es que cuando ese buen encuentro se produce, una vida puede cambiar. Eso es extensible a los analizantes de cualquier edad, por supuesto, pero la adolescencia es volcánica. Nunca se sabe lo que puede desatarse, ni cómo ni cuándo.

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