«Como dice Masotta, en las familias católicas no se habla de economía ni de sexo. Son dos temas que están como cerrados. Recuerdo que la educación sexual mía era que, por ejemplo, me hacían leer la historia de Santa Inés, que resulta que había sido mártir de la pureza. Para no entregar su cuerpo se había dejado martirizar. Así crecí yo, con una idea de la sexualidad verdaderamente católica, hispana, dogmática. Fíjense qué interesante lo que me pasó a mí: yo no sabía cómo salir de ahí porque, imaginate, una chiquita de diecisiete años que quería irse de su casa, hace muchos años, ¿qué hacía? O se iba a la calle o a un convento, no había muchas posibilidades».
El recorrido de una analista que no dejó de buscar… hasta que se encontró. Tercera parte de la charla con Carmen:
A partir de escucharla a Carmen, quise escribir…
Cuando uno habla, habla desde la propia experiencia y eso incluye las personas que fuimos. Se ilustra en pocas palabras una sensación, cual si fuera un poema que remite a algo pero que en el fondo es indescifrable. Querer poner en palabras lo que solo sabe el cuerpo. Ulloa lo llamaría encerrona trágica; Lacan, quizá, una aporía… Un sin salida que se vive así, se percibe así… Se relata. Es un momento, un contexto, un recorte; y como todo recorte, algo injusto para la lógica del para todos y para uno, que ya es otro pero no sin ese que fue, que pasó por esa circunstancia y que la vivencia de una manera única. Entrevisté a Carmen González Táboas; ella quería irse, se vio en la alternativa, la calle o el convento; y años después eligió la calle, pero otra calle, no las veredas de entonces.
En la cárcel, cuando trabajé allí, era muy usual escuchar: “De acá salís muerto o peor” (más delincuente, más experto en lo que se supone que debían renunciar). Y, ¡claro que hay otras alternativas! No obstante, esas alternativas se ven desde fuera de la cárcel. En el encierro, sea cual fuere el encierro del que se trate, los humanitos nos ahogamos en binarios y nos inundamos de “la bolsa o la vida”. Luego, algunos pueden vislumbrar otros caminos… En ocasiones, se llama fe. Una particular fe, esa que aparece cuando se está en medio de una tormenta; una larga y como toda tormenta, inexplicable; esa fe que agarramos con fuerza, con garras, sin tener certezas salvo: que la tormenta pasará. Es en otro tiempo que se impone una pregunta que alivia la furia, que abre hacia tolerar lo incierto, la vida. Por supuesto que la pregunta aunque sea prestada es muy singular (por algo tomamos prestada esa y no otra); y desde ya que cuando pega el alivio en el cuerpo y nos desayunamos que Platón no tiene razón, que el alma existe porque hay cuerpo, suponemos que la tormenta no fue tanto, se la ve como una llovizna o una exageración y nos olvidamos que esa lluvia de gotas que cae suavemente eran granos ácidos que cortaban e iban calcinando la piel.
Aunque lo que diré a continuación parezca una verdad del marketing de la autoayuda, y ayuda sea una palabra con muy mala prensa en el medio psicoanalítico: saber de otro que pudo pasar la tormenta es lo que hace que los que estamos en una tormenta podamos vislumbrar un final para poder empezar otra cosa.
Recordar las tormentas del pasado, desde los pies de hoy, dan otra creencia muy potente: si pude en ese maremoto, si resistí, con los elementos de entonces, con las herramientas y el escenario de entonces; ahora estoy para fraguar mis pies del porvenir, atravesar esta nueva ola. En palabras de Virginia Woolf: “y en mí también la marea sube. La ola se hincha: arquea el dorso. Una vez más, siento nacer en mí un nuevo deseo: algo se alza debajo de mí como el fiero caballo al que su jinete aprieta las espuelas y retiene enseguida”.
NdR: ¿Qué quiso decir el autor? O, ¿qué me impactó del autor para poder decir algo? Tomé una frase de Carmen: “la calle o el convento”. Cada uno encontrará una o más reflexiones de Carmen para poner las propias en movimiento. Suceden estas cosas cuando alguien no se queda nada más en el hablar sino que dice. Me dejé llevar por un préstamo que no tiene devolución. Un don que cada uno hace a su medida. Algunos lo llaman inspiración… Hay gente que inspira porque transmite. Bueno, Carmen, me inspiraste… Me dejé llevar… ¿Quién me lleva? El caballo de Itzig*.
*(Freud en un momento se pregunta esas cosas. Eran los tiempos de las cartas a Fliess. Se responde a sí mismo con un cuento conocido: “¡No lo sé! Me pasa como a Itzig, el jinete dominguero; le preguntaron a dónde iba e Itzig respondió: pregúntale al caballo”. Maravillosa lección de Freud.)
Carmen González Táboas
Psicoanalista
Iara Bianchi
Directora Editorial. Psicoanalista
Un recorrido apasionante. Un modo realmente singular y en apariencia paradójico de escapar a la vida: pasando primero por el convento. Para llegar a la calle no era evidentemente el modo más directo, pero por lo visto la lectura de Santa Inés hizo su efecto, aunque se necesitasen muchos años para darse cuenta de que allí estaba la matriz esencial: el goce. En la familia no se hablaba de sexo, solo se practicaba: los hijos no dejaban de aparecer. Por suerte, la filosofía cumplió la primera función de rescate. Además, una base filosófica es un buen comienzo para ser psicoanalista. Mucho más que la medicina o la psicología. El psicoanálisis, querida Carmen, aportó su lógica. O quizás sea más justo decir que iluminó la lógica de todo ese trayecto. Santa Inés y Lacan hicieron de ti una excelente psicoanalista…