DIARIO DE LA CUARENTENA. Soplo de vida

Por Mirta Lindenbaum de Pipkin

22/3/2020

Es el 4to día de la cuarentena, y muchos más desde que empezó la noticia de la pandemia. Por entonces pensaba que tenía mucho para escribir. Se me enlazaba la película Parasites, con un texto de Varsavsky [i] sobre la cultura oriental, en particular la de Corea, y sus diferencias con occidente.¡Increíble ironía del destino, que por primera vez en la historia de los Oscars, gane en el país donde la pandemia está haciendo estragos, una película extranjera, pero más aún que provenga del mismo lugar de donde vino el virus! no es casual.

Más allá de sus diferencias, un abrazo de Oriente y Occidente confirma el flagelo global de la barbarie que este virus denuncia. Como en conexión recordé otro texto donde Kojève se pregunta si estamos ante la japonización de Occidente o la occidentalización de Oriente. Tema que me viene interesando desde el punto de vista del suicidio en las diferentes culturas. Y así como empezó mi obsesión por ordenar papeles, biblioteca, ropas, y otros menesteres, un archivo mental me trasladó a los autores que me inspiraron para desarrollar mis reflexiones sobre ése, que Camus sentencia como el único problema filosófico realmente serio: el suicidio. Ya Espósito, autor de la corriente biopolítica había prenunciado al escribir sobre el paradigma inmunitario, o más bien del fracaso del mismo, la catástrofe que se avecinaba, el desparramo por todos los cuerpos —humano, social, político, económico— es un virus letal: consecuencia de la forclusión de la comunitas. Pero debo admitir que poco a poco me fue desalentando la infodemia, y mi esfuerzo por entender.

Que si éste es un gran… “El” acontecimiento que haga tomar conciencia que la Patria, más bien la Tierra, es el Otro.

Que no es lo mismo esperanza que optimismo negacionista.

Que esperanza no es la de la fe kierkegaardiana…

¿Es posible volver de ese irrefrenable virus-goce del consumo, de ese oscuro lado del hombre que tan bien describe Dostoievski en Memorias del subsuelo, de lo irracional, del odio y destrucción del otro?

Unas frases me resuenan de la película Parasites: Tengo un plan… no hay plan… los planes fallan. Puede ser esta última una respuesta resignada que obtura la capacidad de soñar. ¿Por qué no tener un plan, un proyecto, sueños?

Son las 21 hs. Me voy a aplaudir.

4/4/2020

El problema no radica en tener o no un plan sino, en si su realización está basada en la idiosincrasia del parásito, que para vivir depende de absorber la savia del otro hasta secarlo, llevando a ambos a morir. Ese es el mensaje más fuerte de la película Parásitos, una encerrona trágica de siglos de capitalismo, un espejo que desnuda las relaciones humanas en una sociedad totalmente narcisista, centrada en su propio placer. En fin, un callejón sin salida hacia la catástrofe, por la cual amo y esclavo quedan igualados pero en la muerte, muerte que hoy corona el virus. El film toma un giro que pone en evidencia el verdadero lugar parasitario del amo, mientras que deja abierta la posibilidad de superación del esclavo, quien detenta un saber sobre la vida que le permite relanzarse, volver a tener un plan.

Nos dice Freud, respecto del porvenir de la especie humana:

“A mi juicio, el destino de la especie humana será decidido por la circunstancia  de si y hasta qué punto el desarrollo cultural logrará hacer frente a las perturbaciones de la vida colectiva emanadas del instinto de agresión y de autodestrucción”.

Como Freud por entonces, hoy proliferan todo tipo de hipótesis respecto del futuro de la especie humana, que sin duda, son también aspiraciones, cuya lógica temporal es la del tiempo verbal futuro anterior que se enuncia así: para cuando este desastre haya terminado….   Pero si bien la Historia se escribe cuando justamente ya pasó, ¿por qué no tener un plan?

Se escucha repetidamente: Corea tiene un plan, China logró su eficacia derivada de un gobierno autoritario y de una cultura centrada en lo colectivo, en lo cósmico. Sin embargo, a través de Parasite asistimos a una desigualdad social que culmina en tragedia. Aún así, no se trata de no tener planes, sueños, sino de saber despertar. Sobre todo en estos días. Un cuento sufí dice que hay muchas maneras de despertar. Una es el sobresalto, la que interrumpe ese goce indefinido, a la vez que mortífero del idiota, por el que cree que todo es posible.

Volviendo a Freud y su pregunta por el futuro de la especie humana, ¿no alcanza para despertar del sueño en el que duerme la humanidad toda, asistir desde hace mucho tiempo a la desaparición sistemática de las especies animales, a la devastación en la naturaleza producida por el cambio climático, en suma al sacrificio de las otras especies?

Vivimos tiempos de renegación de la muerte así como de una profundización de lo sacrificial. La estadística tanto de suicidios como de enfermedades autoinmunes viene escalando a nivel mundial desde hace mucho tiempo. Estamos ante la amenaza de un proceso que pareciera irreversible, donde la naturalización de los riesgos no es sin efectos para la subjetividad, la que se encuentra cada día más mortificada y excluida. Hoy la expresión salud —que se usaba en respuesta a un estornudo como modo imaginario de conjurar los males en tiempos de epidemias cuando aún no existía el recurso de la ciencia mutó en la expresión cuidate, que hasta la aparición del virus era usada como saludo de despedida. Se puede ver cómo, mientras más crecen los desarrollos científicos y tecnológicos, paradojalmente el discurso social se va afectando con la amenaza de lo catastrófico. Entonces, ¿no era que la ciencia es el lugar de las certezas?

Son las 9 me voy a aplaudir a todos los que nos están cuidando.

5//4/2020

Continúo. Escribir parece ser un modo de conjurar el horror que se instaló. No hay certezas, dicen los especialistas: esto es dinámico. Un cambio permanente impide todo intento de nominar esta catástrofe y da lugar a multiplicidad de sentidos, así como también a todo tipo de sintomatologías físicas y psíquicas.

Recrudecen la violencia doméstica, los femicidios, la angustia, el miedo, el pánico, las hipocondrías, depresiones.

Recuerdo una película Melancolía dirigida por Lars Von Trier: una ficción dramática, un planeta está por chocar con la tierra, se suceden diferentes estados emocionales, miedos, depresión, una boda que se cancela, y un inesperado final: quien parecía operar conteniendo al resto de su familia, de pronto desaparece y en un acto de desesperación se suicida, ingiriendo todos los psicofármacos que estaban destinados para cada uno cuando estuviera por caer el planeta. Quienes más temían el desenlace mostraron fortaleza para encarar el final.

Y bien, ante la desesperación unos se suicidan, otros adoptan posturas mezquinas. Un artículo de Felipe Pigna de cuando la fiebre amarilla llegó a Buenos Aires en enero de 1871, me sirvió para entender cuándo es que los planes fallan. Hasta descubrir que esta peste no se contraía por contagio directo sino por un mosquito llamado aedes aegypti, circulaba entre los poderosos la histórica culpabilización de la pobreza. Mientras los hospitales colapsaban y el número de muertos crecía exponencialmente, el presidente Sarmiento y el vice Alsina cobardemente abandonaron la ciudad y a sus habitantes. Pasada la peste no faltaron planes, proyectos, para traer agua potable y cloacas a los habitantes de la ciudad. Sin embargo, todos esos planes que irían a evitar futuras epidemias fueron olvidados, menos los correspondientes a los mismos barrios de los cacerolazos. Siendo que por lo general pareciera que algunos de sus habitantes son los que cuestionan las políticas de estatización, vienen a exigir más compromiso a un gobierno que justamente está encarando la crisis sanitaria con integridad, ésa que el Gran Sarmiento no exhibió. Honor y gratitud invoca el himno al Padre del aula.

Los planes no fallan, falla la ética, cuando quienes tienen el deber de la conducción no se hacen cargo de su responsabilidad.

Son las 9. Voy a aplaudir a los que nos cuidan para cuidarlos.

8/4/2020

Dicen que la diferencia de este virus con el del Ebola es su mayor incidencia de contagio a la vez que es menor su índice de letalidad. Son números, las muertes de nuestros muertos, no. Siguiendo con la metáfora del virus corona, su mecanismo de acción es como la de un amo que parasita pero mata poco. Otra coincidencia con el capital, que para reproducirse necesita de la supervivencia del trabajador.

El film Parásitos toma un giro inesperado que pone en evidencia el verdadero lugar parasitario del poderoso, a la vez que deja abierta la posibilidad de superación del pobre, quien por su saber hacer sobre la vida, aún con sus duelos a cuesta, puede relanzarse, volver a tener un plan.

¿Qué significa tener un plan? ¿O por qué pueden fallar los planes? Hacen falta recursos para resistir el horror arrasador de una pandemia, y no sólo materiales, sino morales, pero también depende de la dimensión de la situación traumática. La realidad no es toda, puede fallar. Es por eso que de cómo haya sido el saldo final de esta pandemia, se podrá concluir cómo jugaron esas dos condiciones: el trauma y los recursos habidos para enfrentarlo y neutralizarlo.

No se sabe cómo termina esto, pero lo que sí se puede colegir, es que no será igual para todos. En este duelo que estamos transitando, habrá para algunos pueblos la ocasión para re-plan-tear las condiciones de vida, de goce, de amor y de muerte. Un tiempo nuevo de invención. Para otros será el retorno a lo mismo, aferrándose a modelos o lugares de los que fueron expulsados. Difícil es comprender el eterno retorno de quienes vuelven a sus tierras, luego de haber sido devastadas por un terremoto, una inundación, la erupción de un volcán. En ocasiones es lo que hay. El único destino del que no hay retorno es el de la devastación de la vida misma, el arrasamiento de todo signo de humanidad como el que dejó el Holocausto, o esos territorios sin vida que por accidentes nucleares quedaron en silencio, pura nada…

En cuanto a esta coyuntura dramática que nos toca vivir atravesada por sentimientos de pérdida, así como de pérdidas reales, ¿cuáles habrán de ser las consecuencias en la subjetividad? 

Escribo como si fuese a salvar la vida de alguien. Probablemente mi propia vida… Hoy es un día de nada… dice Clarice Lispector.[ii]

Son las 9, para romper este silencio voy a aplaudir, a dar aliento, un soplo de vida.

9/4/2020

Hoy es un día distinto, día de conmemoración. Desde anoche empezaron los festejos que evocan las pascuas judías y cristianas. Un paréntesis en la profusión de conjeturas sobre el presente angustioso y el porvenir pos-pandemia. En tiempos de cuarentena vale rescatar el significado de la palabra pascuas: salto, transición, liberación. Precisamente estamos atravesando un tiempo de duelos, de ruptura de la habitualidad, de encierro, de privaciones, de dolor. Ante lo cual esbozamos cotidianamente astucias para conjurar ese dolor.

La comunión con los otros a través de las redes, para escuchar sus voces, con canciones que conmueven hasta las lágrimas, con el humor que también nos saca lágrimas de risa, con el arte, la poesía, la recuperación del diálogo interior, el compromiso, la solidaridad con los otros. Todas estrategias para sobrevivir en tiempos de duelo y dolor, aunque no faltan la resistencia, el odio, la provocación.

Pero también es un tiempo de pausa en  la actitud moderna de la negación de la muerte. Como ya lo expresara Freud en 1915, casi en respuesta a su propia exhortación respecto del porvenir de la especie humana: nuestra actitud ante la muerte, la tendencia a excluir la muerte de la cuenta de la vida trae consigo muchas renuncias y exclusiones…Así, pues, nuestro inconsciente no cree en la propia muerte, se conduce como si fuera inmortal.

Efectivamente, en especial la negación de la mutación climática, viene llevando al mundo camino al suicidio, con sus consecuencias de inundaciones, incendios, glaciares en retirada, virus, contaminación del aire…..Eso mismo! El aire está viciado, es irrrespirable. Ironía del virus corona, que ataca mortalmente a la función vital de la respiración. Como los ríos secos, los pulmones se quedaron sin aliento. De pronto, con la reclusión de la cuarentena las aguas vuelven a estar transparentes alojando especies que estaban extinguiéndose, el aire se respira limpio – dicen que la contaminación se retrotrajo al nivel de los años 70. ¿Y si superada esta crisis apretáramos en todo el mundo la tecla pausa, haciendo la cuarentena de al menos un día en la semana? Me desdigo, fue sólo una expresión de deseos…

Una vez más en la historia de la humanidad, con la pandemia cae la ilusión del ser humano como centro del mundo y de la creación.  Creo que la enfermedad que padecemos es, junto con la del antropocentrismo, la del debilitamiento del soplo de vida.

Son las 9. Con esta conclusión más que nunca me voy a aplaudir, a dar fuerza desde mi aliento, mi humilde soplo.

 

NOTAS

[i] Julián Varsavsky.Parasite no es fantasía. Página 12 del 27/2/20

[ii] Clarice Lispector. Un soplo de vida. Editorial Siruela. España. 2015

Mirta Lindenbaum de Pipkin

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