S_L_6Transcripción de fragmentos de un texto presentado en las Jornadas de la UBA “Variantes de la clínica del amor en la dirección de la cura” del 25/10/2014

 

MORIR DE AMOR

Si no es amor, ¿Qué es lo que siento entonces?
Mas si es amor, por Dios, ¿qué cosa y cómo?
Si buena es ¿por qué es mortal su efecto?
Y si mala, ¿por qué es dulce el tormento?

Petrarca

 

“¿Señores, os gustaría oír un bello cuento de amor y de muerte?” Así comienza el relato considerado inaugural del género del romance: la novela de Tristán e Isolda, el mito del amor en Occidente, el mito del amor pasión,  del amor adúltero. Adúltero porque la pasión en esta historia se desencadena sólo cuando Isolda deja de ser libre, cuando ya está comprometida. Condición erótica que Freud  nombra como perjuicio del tercero. Llevando a los protagonistas hacia un final trágico de muerte. Muerte de los amantes  consumidos en su pasión. Bellas historias de amor y sufrimiento que nacen en la Grecia antigua: el amor como una pasión irracional.

¿Qué es lo que hace atrayentes a estas historias de amor y muerte cuyo final es siempre el mismo? Nos identificamos como espectadores o lectores de estas historias, la muerte de los amantes nos produce fascinación, a la vez que aún a sabiendas del desenlace esperamos que algo haga torcer ese destino trágico.

¿Se puede hablar de suicidio? ¿Buscan los amantes la muerte o buscan la eternización de su amor, la posibilidad de alcanzar la unión imposible? Paradoja que evoca el mito del andrógino, por el cual alcanzar la pasión de ser, acaba con la vida misma.

Schopenhauer en su libro El amor, las mujeres y la muerte

La pintura del amor es el principal asunto de todas las obras dramáticas, trágicas, o cómicas, románticas o clásicas, en las Indias lo mismo que en Europa. Es también el más fecundo de los asuntos para la poesía lírica, como para la poesía épica…. Incontable es el número de novelas desde hace siglos. Todas esas obras aluden a esta pasión. Es también el asunto principal por el que nos consultan, ya veremos bajo que rostro en la actualidad.

Las pinturas más perfectas Romeo y Julieta, La nueva Eloísa, Werther, adquieren gloria inmortal. No sólo en las novelas hay Werthers que se suicidan por esa pasión. Otros a quienes esta pasión conduce al manicomio. Se comprueban cada año diversos casos de doble suicidio cuando dos amantes desesperados caen víctimas de las circunstancias exteriores que los separan.  En este sentido, Schopenhauer nunca comprendió cómo dos seres que se aman, abandonan la vida, antes que rebelarse violentamente contra la censura social.

Al respecto dice José Ingenieros: Todo verdadero amor que perturba las conveniencias sociales, coloca al amante ante la opinión social, en las mismas condiciones en que está el delincuente ante la ley penal.

Borges insinúa que el suicidio del poeta Leopoldo Lugones fue por amor, un amor clandestino que su propio hijo censuraba al punto de exigirle renunciar a él. Es de destacar que el deseo amoroso en la poesía del llamado “poeta nacional”  se presenta como un “bello prólogo de la muerte”: “morir y amar. ¡Ay de mí! Qué dos cosas tan parecidas (1).”

Año 1906: Ingenieros escribe “La enfermedad de amar” donde concluye que el suicidio puede ser el último episodio clínico de una enfermedad: tomada por la ilusión, la idea fija, la obsesión, el juicio, la locura. A propósito de la siguiente noticia de un suicidio aparecida en un periódico de la época el filósofo relata:

La víspera de su enlace con una hermosa doncella, un joven señor, el príncipe Pignatelli, se suicidó  descerrajándose un tiro sobre el corazón. En su lecho se encontró abierto un volumen de poesías de Leopardi, en la página que contiene los versos “A sí mismo”. En la habitación, libros de Nietzsche, Schopenhauer. El suicidio se atribuye a un intensa neurastenia y a la influencia de la lectura de esos libros”. El joven príncipe era un elegido del amor, la vida se entreabría ante él como una invitación auroral. Había amado muchas veces, aunque siempre a medias… su corazón era un vergel de frivolidades. Después le llegó su turno, como a todos. Ella le sonrió una vez… En Italia, país de las pasiones más vehemente, el amor está en todas las cosas…podía  no estar en su corazón? Concluye Ingenieros: El príncipe ha muerto de un mal profundamente humano: tenía miedo de amar, y falleció en una crisis de la enfermedad vulgarmente llamada amor.

A propósito de este miedo de amar, Ingenieros en su libro El Tratado del amor, ve en Werther al típico amor desdichado, temeroso, contrariado, obsesivizado, sufriente…, en tanto que tiene simpatía por el Don Juan al que ve como ferviente defensor del derecho de amar. Werther y Don Juan representan para Ingenieros dos versiones opuestas de una misma enfermedad.

Los dos tiempos del amor: comienzo y fin

El primer tiempo es instantáneo, el del flechazo (arrebato, rapto, captura), (fall in love: caer),  y el final es el tiempo fijado en el pasado traumático (del abandono, desapego, retirada, convento, viaje, suicidio).

Cuando un amor se termina, sea por muerte real,  o por la muerte del deseo (hartazgo) la escena que sostenía a quien está de duelo se derrumba. Barthes, en “Fragmentos del discurso amoroso”, lo dice así:

La pasión amorosa es un delirio.  En el duelo real, es la prueba de realidad la que me muestra que el objeto amado ha cesado de existir. En el duelo amoroso, el objeto no está ni muerto ni distante. Soy yo quien decido que su imagen debe morir. Durante el tiempo de este duelo extraño, me será necesario pues sufrir dos desdichas contrarias: sufrir porque el otro esté presente (sin cesar, a pesar suyo, de herirme) y entristecerme porque esté muerto (tanto, al menos, como lo amaba). El verdadero acto del duelo no es sufrir por la pérdida del objeto amado; es comprobar un día, sobre la piel de la relación, esa menuda mancha, llegada allí como el síntoma de una muerte segura: por primera vez hago mal a quien amo; sin quererlo, es cierto, pero sin volverme loco (2).

Se tratan de Escenas que se derrumban, que implican el desvanecimiento de los sentidos: dolor, culpa, autoreproches, muerte.

A  Albert Camus, el mito de Sísifo le sirve para describir el sentimiento de lo absurdo, que sobreviene cuando esas escenas se derrumban. Esa lucidez de conciencia respecto del vacío existencial, del sin sentido de la vida. Ante este sentimiento, dice, están los que suicidan. También están los que nombra como hombres absurdos – Don Juan, el actor y el conquistador -, quienes  eluden la angustia por el sin sentido sea buscando, como el Don Juan, el amor de todas las mujeres, sea como el actor interpretando repetidas veces uno y múltiples personajes, sea el conquistador acumulando conquistas.

Encuentro en su filosofía del absurdo una afinidad con el psicoanálisis en relación al concepto de angustia. Describe ese instante de conciencia del vacío existencial, de descubrimiento del absurdo, como momento de un despertar que puede llevar a la desesperación, al suicidio.

Ante el primer signo de absurdidad por el cual el vacío se hace elocuente, se pregunta Camus si eso necesariamente conduce a la decisión de morir.

Si el amor es un señuelo que, ante la cuestión estructural: “no hay relación sexual”, permite hacer del vacío del origen un engaño que hace que algo circule entre un hombre y una mujer, cuando se desvanece la escena del amor, retorna ese signo de absurdidad que describe Camus.

Cuando ese sentimiento de vacío proviene del rechazo de una demanda de amor, la decisión de suicidarse implicaría responder al rechazo con otro rechazo. Es decir, en tanto el sujeto es el resultado de la expulsión de la cadena significante (S1-S2), ante el rechazo de su demanda de amor, demanda de tener un lugar en el deseo del Otro, el suicidio viene a reduplicar aquél rechazo propio de la estructura (3).

Para Camus el único problema realmente serio para la filosofía es el suicidio.  Y en cuanto al amor y el matrimonio, ¿qué dicen los filósofos? A propósito de cierta benevolencia a favor del ideal ascético que hay en casi todos los filósofos, Nietzsche, en Genealogía de la Moral, reflexiona sobre el horror al matrimonio, donde dice que desde que hay filósofos en el mundo, hubo siempre un verdadero rencor filosófico contra la sensualidad y que Schopenhauer es su expresión más elocuente, más seductora.

Por esto, el filósofo tiene horror al matrimonio y a todo lo que pudiera conducirle a este estado, porque ve, adivina en el matrimonio un obstáculo fatal hacia el optimum. Entre los grandes filósofos, ¿quién estaba casado? Ni Heráclito, ni Platón, ni Descartes, ni Spinoza, ni Leibniz, ni Kant, ni Schopenhauer, más todavía, ni siquiera podríamos imaginarlos casados… La única excepción es Sócrates, y me parece que se casó por ironía. Sabidas son las tres palabras mágicas del ideal ascético: pobreza, humildad, castidad.

Y qué decir de Freud que en “La moral sexual cultural y la sexualidad moderna” expresa: la desilusión anímica y el malestar corporal pasan a ser el destino para la mayoría de los casados.

¿Y de Rousseau?, quien a pesar de apostar por un verdadero encuentro amoroso, un amor único, fue, sin embargo, desgraciado con Mme. d´Houdetot, ya que nunca fue consumado.

O de B. Russell considera que el verdadero amor existe pero, fuera del matrimonio.

El propio Nietzsche padeció el desaire que Lou Andrea Salomé le hiciera a su propuesta de casamiento.

A esta altura, conviene interrogar al Amor:

  • ¿Es una demanda (“Te amo aunque no quieras”),
  • un deseo (“Te deseo aunque no sepa”) o
  • una pasión,
  • es verdadero?

Y morir de amor?

  • puede ser una manifestación discursiva propia del enamoramiento,
  • pero también puede ser literal como en el dejarse morir,
  • o bien, “morir por amor”, consistir en un acto de dignidad.

Vicisitudes propias de las relaciones entre la demanda, el deseo y la pulsión en su relación con el objeto a, que remiten a la lógica del fantasma y a la lógica significante.

En uno de los diálogos de Sueño de una noche de verano, un hombre increpa a una mujer:
“— ¿No te digo en los términos más claros que no te amo ni podría amarte?
Ella responde:

— Y por eso mismo te amo más. Yo soy tu terrier, y cuanto más me pegues, más afecto te tendré. Trátame como a tu terrier, úsame, recházame, pégame, descuídame, piérdeme, pero por indigna que sea deja que te siga. ¿Qué puesto más humilde puedo implorar sino que me trates como a tu perro?”

Pocos son los que no sucumben a la fascinación del sacrificio…

Spinoza no – dice Lacan -, porque gracias al amor intelectual a Dios, a la fe en un Dios que no padece pasiones, ni afecto ni voluntad, no ama, no goza, no pide sacrificios.

Para los analistas no es posible la posición de Spinoza. El análisis promueve el despliegue de un amor diferente, no sometido a la repetición y los espejismos, que  permita una relación temperada, vivible, de los sexos.

Luego de la pérdida de goce del origen, se instalan las promesas: del amor y del deseo. El amor permite la postergación, una espera que promete ilusión de completud.

Amor es lo que engaña porque es donde se cree en la ilusión que dos pueden hacer uno (4).

Cuando al suicidio de un ser amado se sucede el de su amante, es porque esa pérdida primera se constituye como un signo, no para el suicida sino para quien lo ha perdido. No hay lugar para la representación ni para la suposición de sujeto, sino que por esa belleza aterradora pero también contagiosa, el sujeto se ve empujado a la realización como objeto.

Cuando el amor puede constituirse como un médium que sustituye a la angustia entre el goce y el deseo, permite al goce condescender al deseo. En tal circunstancia, el sujeto no queda arrasado, insiste a pesar de todo, de lo absurdo, una y otra vez como Sísifo, renovando las promesas.

Rostro del amor en los tiempos actuales. Lo obsceno

Amor líquido (5), patologías del vacío (6), pánico, actuaciones sexuales, consumo de sustancias, formaciones de lo real a falta de formaciones del inconsciente.

Con la modernidad, a partir del cogito cartesiano, se inicia para la historia de la subjetividad el rechazo de un cuerpo que pudiera existir fuera del pensamiento, cuerpo que viene empujando al sujeto a la compulsión a ser: el hombre aspira a aniquilarse para inscribirse en los términos del ser. Asistimos al despliegue de un amor singular cuya condición es la muerte y al que podríamos llamar como amortificado. Un amor más allá del principio de placer donde la letra despojada de su función significante, no apacigua, inquieta, al estar suspendido su lugar en el discurso. Rebajamiento obsceno del amor a su estatuto sacrificial.

Inversión histórica – dice Barthes – ­no es ya lo sexual lo que es indecente, es lo sentimental. Censurado en nombre de lo que no es, en el fondo, más que otra moral (…) Desacreditada por la opinión moderna, la sentimentalidad del amor debe ser asumida por el sujeto amoroso como una fuerte transgresión, que lo deja sólo y expuesto; por una inversión de valores, es pues esta sentimentalidad lo que constituye hoy lo obsceno del amor.

Para concluir, el estribillo de la canción “Contigo”, letra de Fito Páez:

Y morirme contigo si te matas, y matarme contigo si te mueres, porque el amor cuando no muere, mata. Porque amores que matan, nunca mueren. Lo  que yo quiero muchacha de ojos tristes, es que mueras por mí.

Mirta Pipkin

Referencias:

  • (1) María P. López respecto al sentido heroico que Lugones le imprime a su vida amorosa, dice que sin embargo “el poeta/héroe no va hacia su propio sacrificio sino hacia el de su amada. Es la amante la que debe ser sacrificada…”
  • (2) El cuento de Clarice Lispector “Los obedientes”, del libro La legión extranjera, describe con agudeza ese duelo amoroso y su desenlace en el pasaje al acto.
  • (3) Lacan en el Seminario V, hace alusión a este redoblamiento cuando se produce el rechazo materno.
  • (4) Con el mito de la laminilla Lacan va más allá del mito del andrógino, al decir que el sujeto no va a buscar el complemento, sino la parte perdida de sí mismo. La laminilla es lo inmortal de la libido, mientras el cuerpo es lo mortal.
  • (5) Bauman
  • (6) Badiou

 

Bibliografía consultada:

Liliana Lindenbaum, Blanca Aragón. Ella y  él. Un encuentro imposible.

Horacio Valla. De amor y de psicoanálisis.

J.A. Miller. Lógicas de la vida amorosa.

José Ingenieros. Tratado del amor.

Albert Camus. El mito de Sísifo

Roland Barthes. Fragmentos de un discurso amoroso.

 

Mirta Lindenbaum de Pipkin

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