“El milenarismo High tech es una suerte de visión posmoderna del milenarismo tradicional que convierte al futuro en la Tierra Prometida a la que seremos conducidos por el carro triunfante de la tecnología. Del otro lado, los defensores de la Madre Tierra, los paladines de lo humano y los teóricos del ecosistema, obsesionados por la idea de una naturaleza que ha sido corrompida por la acción maléfica de la tecnificación”.
Hablamos con Gustavo antes de la publicación de su último libro (¡y antes del covid-19!) sobre un tema que viene trabajando hace mucho y desarrolla con destreza aguda en Inconsciente 3.0. Aquí en el video nos cuenta sobre cómo las tecnologías afectaron nuestros lazos sociales… Luego encontrarán la magnífica mirada de la filósofa Daniela Danelinck sobre este nuevo libro de un eximio escritor y gran psicoanalista plagado de datos interesantes colados, seleccionados e interpelados por la perspectiva lúcida y atenta que nos obsequia en tinta Gustavo Dessal.
Como agua en el desierto. Un comentario a Inconsciente 3.0 de Gustavo Dessal
El último libro de Gustavo Dessal, sobre los usos sintomáticos de las nuevas tecnologías, se recibe como agua en el desierto o un soplo de aire fresco en las tardes de calor. Esto es así porque generalmente las publicaciones o la poubellication[1] —como le gustaba decir a Lacan— sobre las nuevas tecnologías se agota en un debate absurdo donde suele repetirse (una y otra vez) un mismo drama que no alcanza el estatuto de tragedia: un enfrentamiento puramente imaginario, tan entretenido como yermo, entre defensores y detractores de la tecnología. De un lado, el milenarismo High tech, como lo nombra Dessal, que es “una suerte de visión posmoderna del milenarismo tradicional” que convierte al futuro en “la Tierra Prometida a la que seremos conducidos por el carro triunfante de la tecnología”. Del otro lado, los defensores de la Madre Tierra, los paladines de lo humano y los teóricos del ecosistema, obsesionados por “la idea de una naturaleza que ha sido corrompida por la acción maléfica de la tecnificación”. En este verdadero desierto del pensamiento, no es fácil decir algo sobre las nuevas tecnologías que se sostenga. Sin embargo, es lo que logra Dessal en su último libro, Inconsciente 3.0, y lo que allí dice se sostiene porque tiene cuatro patas, como la estructura cuaternaria del inconsciente.
El autor nos muestra sus cartas desde el primer momento, en la página dos: “En tanto psicoanalista me interesa señalar el factor sintomático implicado tanto en la creación de las tecnologías como en sus distintas aplicaciones”. Es el concepto de síntoma, en su acepción psicoanalítica, lo que orienta en todo momento la exposición y el análisis de las nuevas tecnologías en el libro, y lo que le permite a Dessal navegar, como se dice, entre Escila y Caribdis, evitando a la vez toda nostalgia por un paraíso natural perdido desde siempre y toda esperanza en un paraíso artificial a la vuelta de la esquina. Después de todo, como bien dijo Jean Baudrillard, la perfección del comienzo es mítica y la del fin es inhallable. Y ni una ni otra se soportan’.
¿Qué repiten sobre el tema de las nuevas tecnologías los expertos y especialistas de todo tipo, a quienes Alain Badiou califica en El despertar de la historia de “sátrapas engaña-bobos”? Para este filósofo, “Todos dicen que el mundo está cambiando a una velocidad vertiginosa, y que tenemos que adaptarnos a ese cambio, so pena de caer en la ruina o de terminar muertos”. Como en la película futurista de Terry Gilliam, The Zero Theorem, donde una voz publicitaria anuncia a los transeúntes: “El pasado llegó y se fue. ¿Tú dónde estabas?”, también a nosotros los sátrapas del mundo nos repiten cotidianamente que el progreso es un movimiento imparable, y que tenemos que adaptarnos a ese cambio o perecer. Adapt or perish!
Si podemos estar seguros de que Gustavo Dessal no es un sátrapa engaña-bobos, es precisamente porque el libro entero se orienta a “refutar con absoluta energía la religión transhumanista que pretende convencernos de un destino que está escrito en el libro de la historia”. El autor no se ubica como un experto en nuevas tecnologías, ni tampoco diría como un especialista en subjetividad. Su posición es la de un psicoanalista frente a lo que habla; y es su posición lo que lo salva en todo momento de esa forma de realismo en la que el mundo ya no admite ser otra cosa que lo que es: “Realismo capitalista”, como lo nombra Mark Fisher, que es, de todos los realismos, el peor.
En cambio, insiste en señalar que “las tecnologías no constituyen un bien per se, ni son la encarnación de un poder diabólico, sino que están sujetas a los avatares de un discurso”, y de este modo el libro ofrece por añadidura una sólida base teórica a la famosa ley de Kranzberg: La tecnología no es buena ni mala, pero tampoco es neutral. La razón por la cual las tecnologías no son neutrales, sabemos ahora, es por estar sujetas a los avatares de un discurso, por depender de un discurso, el discurso capitalista, donde todo lo que hacemos con las tecnologías y lo que las tecnologías hacen con nosotros se encuentra sobredeterminado.
Que se trate del síntoma en un libro sobre las nuevas tecnologías es la jugada maestra que le permite al autor ir desplegando el arsenal psicoanalítico, sin prisa pero sin pausa, contra toda una serie de tonterías y coartadas proferidas sin vergüenza por quienes se cuelgan a sí mismos la medalla de especialistas en el tema. Por ejemplo, le va a permitir rechazar la oposición binaria: naturaleza/artificio, que está en la base del drama imaginario entre tecnófilos y tecnofóbicos, argumentando sencillamente que desde el punto de vista de la teoría psicoanalítica “la naturaleza también es una construcción discursiva y, por lo tanto, un artificio de lenguaje”.
El concepto de síntoma le permite además recusar toda concepción monolítica de La tecnología, porque para Gustavo Dessal La tecnología no existe, sino sólo las tecnologías. Durante las más de doscientas páginas del libro, la argumentación avanza mostrando la necesidad de un pensamiento capaz de “perforar, borrar, tachar, inconsistir, la noción monolítica de la tecnología”. ¿Por qué? Porque sabe muy bien que La tecnología es una canallada promovida por el discurso mercantil, una gran idea surgida en algún departamento metafísico de Marketing:
Existen diversas tecnologías, y la distorsión promovida por el discurso mercantil consiste en convencernos de que la aceleración en el campo de las telecomunicaciones y el procesamiento de datos posee un correlato semejante en otros aspectos, tales como los avances en materia de salud o de recursos energéticos. [Ahora bien] Resulta evidente que en estos últimos dos ejemplos el optimismo tecnomilenarista se da de bruces contra la realidad.
Respecto de la realidad, mientras escribo estas líneas estoy en cuarentena por el COVID-19, como millones de personas en el mundo, y las noticias que me muestran las pantallas de mi pequeño departamento no hacen más que confirmar las principales tesis de este libro. La pandemia pone en evidencia el estatuto (siempre) precario de la realidad, o mejor dicho, universaliza esta experiencia. Les recuerda a todos aquellos que hasta hace dos semanas tenían el lujo de pretender desconocerlo, cuán frágil, cuán incierta, cuán vulnerable es la existencia para los seres humanos. Hoy más que nunca, resulta palpable la distorsión promovida por el discurso mercantil sobre La tecnología y la “intensa campaña de marketing” que denuncia el libro, orientada a convencernos de que las asombrosas conquistas que se han realizado en materia de telecomunicaciones pueden ser extrapoladas a otros ámbitos, como por ejemplo el de la microbiología aplicada a la salud humana. Parece innegable que “el optimismo tecnomilenarista se da de bruces contra la realidad”, cuando ésta última amenaza con desintegrarse ante una epidemia de gripe. No deja de ser cómico (o mejor, como canta Serrat, si no fuera tan temible nos daría risa). Quizás una de las mayores virtudes del libro es que nos permite reírnos de cosas que son realmente cómicas, como por ejemplo que en pleno siglo XXI científicos y académicos de inmenso prestigio intenten hacernos creer que “el bien y el progreso son aliados naturales”, una idea tan absurda como pensar que lo bueno, lo bello y lo verdadero son la misma cosa.
Por último, pero no menos importante, el libro desarma con una paciencia infinita la coartada de la utilidad, según la cual usamos las tecnologías porque son útiles. Si bien es cierto que las tecnologías tienen para los usuarios un valor de uso, la referencia aislada a la utilidad es siempre una tontería. Es la tontería que anida en cada uno de nosotros; una suerte de ideología espontánea del usuario que resulta muy difícil de conmover, tanto en el sentido común como en el debate académico. El subtítulo del libro es iluminador a este respecto: “Lo que hacemos con las tecnologías y lo que las tecnologías hacen con nosotros”; porque si lo que importa de las tecnologías es su uso, es en primer lugar para poner límite a la tontería de la utilidad; para mostrar que lo útil es una pequeña isla rodeada de un mar tempestuoso de goce.
Frente al drama imaginario que llena las páginas de la publicación basura, donde lo que se discute fundamentalmente es si La tecnología es útil o por el contrario perjudicial, si conviene o no conviene, la lectura del síntoma propone atender a los semblantes que comandan el desarrollo tecnológico en el discurso capitalista. El valor de uso de las tecnologías se articula así a la dimensión del semblante, que en psicoanálisis es siempre semblante de otra cosa por tratarse de la estructura diferencial de los significantes. Es la dimensión del valor de cambio. Pero además el libro expone, en toda su corteza multicolor, el valor de goce de los objetos tecnológicos:
No solo compramos dispositivos técnicos por los indiscutibles servicios que nos prestan: lo hacemos, ante todo, porque somos consumidores de las metáforas que conforman su packaging. Esas metáforas deben su éxito planetario a la capacidad de evocar, provocar, incluso desbocar, el goce y su íntima relación con el cuerpo
El análisis que ofrece Dessal nos pinta de colores algo que no obstante deberíamos saber dada nuestra experiencia del mundo, y es que los pequeños gadgets que lo pueblan no sólo tienen un valor de uso y un valor de cambio, sino además un valor de goce. O acaso no presenciamos cotidianamente, viajando en tren por ejemplo, escenas donde las personas se comportan con sus teléfonos celulares de un modo que no sería admitido con ningún otro objeto, al menos no en público: lo tocan, lo limpian, lo miran, lo escuchan, le hablan, le sonríen, a veces lo insultan. ¿Y si fueran zapatos, monedas o partes del cuerpo? ¿No es igualmente impúdico el modo en que se goza de la pantalla táctil? Sin embargo, esta escena repetida hasta la náusea no llega a conmover la coartada de lo útil, y de ser interrumpido en su goce, el usuario siempre es capaz de alegar las mejores razones: me comunica, me entretiene, me sirve.
Este libro nos muestra de mil maneras que todo análisis serio de las nuevas tecnologías debe considerar conjuntamente las tres formas del valor (valor de uso, valor de cambio y valor de goce) puestas en juego en el más mínimo e inocuo uso de las tecnologías (manteniendo la ambigüedad del dativo). Siendo éste, como dijimos, un libro sobre el síntoma, no es causal que la etimología de la palabra síntoma sea precisamente: lo que cae conjuntamente. A partir de su lectura, ya no habrá excusas; quedamos todos advertidos que intentar teorizar una de estas dimensiones escindida de las otras es el camino más corto para quedar como un tonto, o peor, para acabar convertido en un canalla o un sátrapa.
NOTAS
[1] Juego de palabras propuesto por Lacan entre publication, publicación, y poubelle, basura, basurero.
Daniela Danelinck
Filósofa
Gustavo Dessal
Psicoanalista. Escritor. Colaborador inconsciente