“La guerra de estudios estadísticos y sondeos de distintas universidades del mundo solo coinciden en un punto: el alza de las prácticas sexuales que no implican la penetración.”
Las estadísticas son como las religiones: hay que creer en ellas para fiarse de lo que dicen, porque pueden manipularse de mil maneras. De allí que los “expertos” (hoy abundan en todas las materias) no se ponen de acuerdo sobre los resultados de varios estudios llevados a cabo últimamente y que demostrarían que en la mayoría de los países del Primer Mundo los jóvenes practican el sexo cada vez menos.
Una conclusión sorprendente, puesto que nunca antes habían disfrutado de mejores condiciones para hacerlo: permisividad familiar y social, acceso a los métodos anticonceptivos y a la píldora “del día después”, la radical disminución del SIDA, y el uso de las redes sociales donde se facilita el “hookup dating”, el encuentro para ir al grano sin perderse en los enredos del cortejo y el amor.
Aunque Freud afirmó que la libido es una fuerza constante, todo hace pensar que los japoneses solo han leído el primero de los Tres Ensayos para una Teoría Sexual, dedicado a las extravagancias en materia de goce. Antiguamente, los jóvenes varones de Tokio acudían al barrio de Yoshiwara para perder la virginidad en alguno de los prostíbulos que allí prosperaban. Poéticos como lo son siempre —incluso para suicidarse— ese ritual iniciático se denominaba “fudeoroshi”, que literalmente significa “pintar con un pincel nuevo”. Así, los japonesitos salían con sus pinceles renovados tras haberlos sumergido en la tinta de la lujuria fugaz.
El barrio de Yoshiwara sigue ofreciendo servicios cada vez más sofisticados, pero en los que el trato carnal es casi inexistente. En su lugar el cliente pude disponer de una asombrosa variedad de prestaciones, todas ellas de carácter masturbatorio o exclusivamente apoyadas en las pulsiones parciales o las satisfacciones regresivas.
La guerra de estudios estadísticos y sondeos de distintas universidades del mundo solo coinciden en un punto: el alza de las prácticas sexuales que no implican la penetración. Como en verdad todo esto es perfectamente indemostrable, aunque se pretenda argumentado en la recogida y tratamiento “científico” de datos, lo cierto es que la conclusión parece descubrirnos un panorama en el que el horror atávico del hombre al goce de la mujer se traduce en la precaución de no mojar mucho el pincel.
Algunos expertos llegan todavía más lejos y se preguntan si acaso no se habrá sobrevalorado la importancia de las hormonas en la base del impulso sexual y si la gran variedad de cosas que pueden hacerse además del coito no será la prueba de que los seres hablantes, cuando se les afloja la cuerda, se entregan fácilmente a menesteres que no necesariamente sirven para procrear. Los expertos están cada vez más frustrados. Han intentado matar a Freud más veces que la CIA a Fidel Castro, con idéntico fracaso.
Gustavo Dessal
Psicoanalista. Escritor. Colaborador inconsciente