Un brindis por la inmortalidad, profecías, empresas increíbles (hasta ahora), robots de toda índole, planetas lejanos que se van acercando, mundos paralelos, inteligencias artificiales… Y, entre todo ello, inconscientes: humanitos.

¿No alcanza una vida como para querer crearse otra paralela? “Madre hay una sola”, sentencia un dicho popular, que sigue con “¡por suerte!”. En ocasiones, es cuestión de gustos y de lo que a cada uno le toca en gracia. Fantasear con otra vida e ir construyéndola y alojándola… ¿Un juego, un escape, una ficción gratificante, un anhelo de sorprenderse con un otro ya imaginado? ¿Un encuentro con nuestros otros? O, ¿ninguno o todo lo anterior?

¿Qué querés ser? ¡Inventa! Aquí las condiciones son más elásticas y el anonimato es la posibilidad de alcanzar el estrellato. Second Life es un juego de realidad virtual donde cada usuario es un avatar que decora a piacere. Nadie conoce la verdadera identidad de los demás; y se vive, justamente como su nombre lo indica, una segunda vida que promete el resguardo de tu nombre, profesión, edad, apariencia, género, y quizá también de tu pensar. Se experimenta una fantasía a tal punto que hay quienes llegan a vivir más en ese mundo que en el que estaban acostumbrados.

Gustavo Dessal en su libro Inconsciente 3.0. Lo que hacemos con las tecnologías y lo que las tecnologías hacen con nosotros nos hace notar cómo ficción y realidad se entremezclan, sea dentro o fuera de la computadora, la tablet o el celular; porque construimos el mundo con lo que pensamos de él. Ficcionamos la realidad con las sensaciones y experiencias que se vuelven relato. El escritor y psicoanalista nos lo transmite de una forma más elocuente: “El ser humano es el único ser viviente que habita en un medio que no es en absoluto natural. Su espacio, su mundo circundante, su realidad propia,  particular e irrepetible, es la ficción”. Y continúa: “Todos nosotros sentimos, pensamos y actuamos en el marco de una ficción que tomamos por realidad, un escenario donde desempeñamos un papel en una obra que desconocemos”.

No es necesario participar en juegos de rol para darse por enterado de la ficción en la que nos creemos hacedores de la normativa que habitamos o, en caso contrario, en la que las normas son límites infranqueables a las que debemos someternos… Más o menos transgresores de la creatividad propia o la norma ajena, los avances de las tecnologías no distan de los mundos posibles que generamos los humanitos. En algún momento, un mundo y el otro, inevitablemente, se chocan y nos percatamos, aunque sea un atisbo, de los múltiples plausibles, probables o inciertos sucesos que brotan de ese encuentro, como de sus confines y condicionamientos. Algunos empujan la pared de nueve metros de grosor de un material sólido y rígido; cambian la perspectiva y ven millones de láminas corredizas en vez de un paredón impenetrable. Tal vez se digan: “Las hormigas pueden llegar a levantar 100 veces su peso. ¿Por qué yo no?” O hacen suyas las palabras de San Francisco de Asís: “Empieza por lo necesario, luego lo que es posible y terminarás haciendo lo imposible”. Y quizás conocen el espíritu de San Agustín de Hipona: “Creo para comprender, y comprendo para creer mejor”. ¿‘Creer para ver’ y ‘ver para creer’ son enunciados opuestos? Entonces, ven a esa pared moviéndose o, si no, la rompen. Hay quienes pueden o creen poder mover montañas; y alguno, con o sin ilusiones, cada tanto, lo logra. En aquel instante, la vara se corre y lo imposible quedó atrás.

Para muchos, refiere el autor, “las redes sociales se han convertido en el vehículo principal de socialización y búsqueda en el plano amoroso y sexual”. Allí advierte sobre una de las características que sobresale en nuestros tiempos: la impaciencia. No más cartas de amor. Los mensajes instantáneos no tienen en cuenta la espera de atravesar mares o vientos ni la reescritura por la tinta borroneada. Nuevas modalidades, nuevos viejos síntomas, pero con tintes epocales. “Evidentemente, antes de que se inventaran los aviones, no existía el miedo a volar”. No obstante, siguiendo las líneas del autor, basta imaginar un avión para que un tipo de efecto surja. Isaac Asimov quería construir robots que sean buena gente, pero por las dudas, por si se pudieran llegar a parecer a los humanitos o a sus creadores [de nuevo, los humanitos], ideó las leyes básicas de ética robótica [una vez más, para los humanitos que desarrollaran tal empresa]. Aparecidas por primera vez en 1941, en su cuento Roundaround publicado en la revista Astounding Science Fiction, estas tres leyes formulan:

  1. Un robot no hará daño a un ser humano o, por inacción, permitir que un ser humano sufra daño.
  2. Un robot debe cumplir las órdenes dadas por los seres humanos, a excepción de aquellas que entrasen en conflicto con la primera ley.
  3. Un robot debe proteger su propia existencia en la medida en que esta protección no entre en conflicto con la primera o la segunda ley.

Estas premisas surgidas de la literatura de ciencia ficción fueron y siguen siendo una referencia fundamental para los ingenieros, los programadores y los diseñadores de tecnología aplicada a la robótica. La idea de una IA (inteligencia artificial) que amenace a la humanidad en vez de colaborar con ella [“Humanidad” es una noción muy amplia, para encontrar un punto que nos vuelva eso y no otra cosa, elaborando rápidamente, podríamos llamarnos la especie animal que habla, aunque… En fin… Sigamos…] ha suscitado gran preocupación, incluso se le ha puesto un nombre: riesgo existencial. Nick Bostron lo define como el riesgo de que “un resultado adverso podría aniquilar la vida inteligente [eso seríamos nosotros todos] originada en la Tierra o reducir permanente y drásticamente su potencial”. (Véanse los films: Matrix, Inteligencia Artificial, Terminator, Ex-Machina; por nombrar algunos de los más conocidos).

Considerando que las leyes de Asimov difícilmente abran camino de forma impoluta, parafraseando la pregunta de Dessal en su libro: ¿Habría que incorporar un botón de auto-eliminación en los robots ante la emergencia de que dicho dispositivo inicie una acción indeseada, programada por hackers amigos y/o enemigos? Además, en otro tramo de la lectura, nos recuerda que los robots humanoides no serían el único artificio “verdadero” a considerar como riesgo existencial:

“No puede desestimarse la fabricación de robots mecánicos a escala bacteriana, capaces de replicarse a sí mismos y de provocar el envenenamiento de la biosfera o su destrucción mediante distintos procedimientos. La lista de catástrofes enumeradas por Broston es abrumadora, y por encima de todo destaca el hecho, razonablemente argumentado, de que la mayoría de ellas provendrá de la acción humana antes que de catástrofes naturales como la colisión de un meteorito”.

Todo indicaría que los humanitos bastamos para poner en riesgo nuestra existencia.

Sumado a lo anterior, en 1950, Alan Turing planteaba un interrogante que continúa vigente: ¿Qué pasaría si las máquinas inteligentes y los humanos tornaran indiferenciables? Esta inquietud derivó en una prueba que adoptó el apodo de “Test de Turing”. (El hombre bicentenario es un ejemplo cinematográfico que trastoca la pregunta de Turing hasta devenir en una afirmación: un robot se convierte legalmente en humano).

El inconsciente es el saber que no sabemos que sabemos. Algo develamos y algo permanece oculto, en un dinamismo singular de caos ordenado y desordenado que se traduce en que cada uno es único. Todos tenemos inconsciente, o no lo tenemos, pero allí está en algún lugar sin ubicación precisa y con movimientos misteriosos nos desvela, nos embriaga o se nos escapa. Eso sí, no hay dos iguales. Sin embargo, nos precipitamos a pensar en serie: aquello que nos englobaría como humanitos y no como otra cosa. ¿Cuál podría ser ese elemento en común? ¡Por supuesto! Sabemos que somos mortales… ¿Será?

En el año 2004, un grupo de gente amiga e inquieta hizo un brindis ¡por la inmortalidad!, o así cuenta el mito del encuentro… ¿Quiénes quieren vivir para siempre? A los vampiros, no les quedaría otra opción. Otros, mortales hasta nuevo aviso, lo están planeando.

La historia del brindis es contada en Inconsciente 3.0 de esta manera:

“Peter Thiel, fundador de Paypal, acaba de vender su compañía a eBay, multiplicando así su ya considerable fortuna. Tiene entonces 31 años y recibe en su casa a un grupo de invitados que cenan y conversan. Entre ellos, Larry Page (cofundador de Google), Cynthia Kenyon (bióloga molecular que atrajo la atención de la comunidad científica al duplicar la vida de un gusano manipulando uno solo de sus genes) y Audrey de  Grey (médico inglés, especialista en biogerontología que trabaja la senescencia negligible ingeniarizada, un método de reparación de tejidos del cuerpo humano capaz de lograr una vida indefinida). El debate gira en torno a la inmortalidad. Algunos se muestran un tanto escépticos; otros, por el contrario, están convencidos de que solo es un problema técnico. ¿Qué sería más conveniente: congelar los cadáveres o volcar la memoria de un ser humano en supercomputadoras para reintroducirla luego en un nuevo cuerpo? […] Al menos existe un consenso: desde el punto de vista del desarrollo tecnológico actual, conquistar los 150 años de vida es una expectativa más que «razonable»”.

No es cuestión de millonarios sino de dónde colocan el foco:

Bill Gates, otro gran súper millonario, junto con su esposa Melinda han invertido un gigantesco empeño económico en el desarrollo de los países con menos recursos, “apuntando al otro extremo de la vida: los recién nacidos”.

Vivimos ahora mismo situaciones que la ciencia ficción ha anticipado. Aquí un planteo de Gustavo Dessal sobre un presente y un futuro desenlace distópico: “La verdadera ciencia es lenta en su progreso y avance. Los súper técnicos, en cambio, tienen mucha prisa por alcanzar sus objetivos. Para ellos, la muerte es el obstáculo en su carrera. También lo es el tiempo. Tal vez sean el anticipo de una nueva configuración de la subjetividad: […] El hombre definitivamente curado del síntoma de ser humano”.

¡Arriba! ¡A no desanimarnos! ¡Para vivir cada momento con toda intensidad y no olvidarnos que la vida vale vivirla!, bajemos a nuestros celulares la aplicación WeCroak. Cinco veces al día, en momentos programados azarosamente, nos enviará un mensaje inspirador y motivacional: «No lo olvides: vas a morir». El temita es que si nos separáramos del dispositivo de recuerdo taladrante y activador, quizá olvidaríamos que estamos vivos y ¡PLOP!

Plagado de anécdotas pasadas, actuales y, no se descartan, previstas o imprevistas futuras; el escritor y psicoanalista Gustavo Dessal nos lleva de la mano a un recorrido apasionante junto con sus reflexiones y pensamientos atrapantes y acuciantes; que van del drama, a la ironía, al humor, en un vaivén de escenas y contra-escenas de realidades que se superponen, creíbles e increíbles, pero todas están sucediendo.

Elegir porciones de un libro tan rico en vidas y apreciaciones que giran en torno a la tecnología no es tarea fácil. Va la última anécdota de esta breve aventura que es una fotografía que pretende dar a ver una pizca del despliegue escénico e histórico actual, que se reedita a la vez que avanza en este camino de letras con potencia de oráculo.

Cita de una entrevista que le realizaron a Larry Smarr, uno de los héroes aclamados por el movimiento Quantified Self:

“¿Se ha preguntado alguna vez la riqueza de información que se halla en su caca? Hay alrededor de cien mil millones de bacterias por gramo. Cada bacteria posee un ADN cuya longitud promedio es de diez megabytes, digamos que es un millón de bytes de información. Eso significa que la materia fecal humana tiene una capacidad de datos de aproximadamente cien mil terabytes de información acumulada en cada gramo. Eso es infinitamente más información de la que contiene el chip de su smartphone o su PC. De modo que la caca es muchísimo más interesante que un ordenador”.

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Gustavo Dessal

Gustavo Dessal 
Psicoanalista. Escritor. Colaborador inconsciente

Iara Bianchi

Iara Bianchi 
Directora Editorial. Psicoanalista

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