Los no incautos yerran, pero limitados a una serie de rutas sin salida aparente; Les nom-du père-errent, como propone Jacques Lacan que evoca en lengua francesa por asonancia le nomdu pére. El inconsciente disidente… busca una salida, se refiere implacablemente a un deambular… donde es posible encontrar (…) el horror… se participa a la fuerza… en un código metalingüístico. El metalenguaje es significante del mítico laberinto de Knossos. Giancarlo Ricci

El laberinto del psicoanalista

Por Tiberio Crivellaro

El significante del laberinto puede entenderse como encierro, segregación. El laberinto es también diánonia donde confinar la fobia. ¿Puede la fobia escapar de su prisión? Quizás debido a un hilo que se desenreda en el sentido del “confinamiento” eliminado psíquicamente. ¿Deberíamos considerar el sueño como una obra del inconsciente? Y considerar los mitos, incluso si el rompecabezas no es fácil de resolver para el sujeto-síntoma. El síntoma es un malabarista, un equilibrista. Mientras que la creencia de cierta psiquiatría es curar al paciente tratándolo como un sujeto de desequilibrio, pensando en “curarlo” mediante la droga forzada. El psicoanálisis parece tener más y mejor ingenio que “explotar” para comprender el hilo de los diversos discursos neuróticos. Los ejemplos incluyen una comparación con mitos para comprender mejor algo del hilo, un objeto en el laberinto con otras aporías sin confundir lo real con lo imaginario. Primero Freud y luego Lacan demostraron que el psicoanálisis es el mejor camino.

Partiendo de esta mini-anamnesis, de este barranco, camino retorcido o giro tortuoso, intentemos extender el mar, los meandros prosaicos, evitando por ahora entender qué movió a Dédalo a aceptar inventar el laberinto en nombre de Minos. Una prisión sin rejas, cuya huida sólo habría sido posible con un par de alas. Discurso que retomaremos más adelante. Mientras tanto, preguntémonos cuál es la contribución del arte y la poesía al psicoanálisis. Esencial, la poesía parte de un deseo pulsional que se subjetiviza como sustantivo. Incluso antes de escribir, quien escribirá no sabe que sabe, y no sabe si caminará por ese camino del viajero “machadiano”. ¿Qué hace el poema? Intenta acercarnos lo más posible a lo que “nos pasa por la cabeza” sin, sin embargo, llegar al ideal. Por eso el poeta no deja de escribir. Pero si afirmase “no escribiré más”, enunciaría su propia muerte, no sólo la psíquica (Cesare Pavese y el genial filósofo metafísico Emile Cioran son un ejemplo). Entonces, ¿puede el hombre salvarse con la escritura? Si un verso atrae a otro, ¿está escrito algo de la verdad?

En la historia pulsional, de los cuentos de hadas a la prosa, de la historia de un mito al deísta más humano, en su “ser”, nos acercamos a lo que llamamos verdad. Introducir el mítico laberinto significa considerar otras figuras además de la del Minotauro. Y habrá que prestar atención a la historia de Creta, incluso mitológicamente. Los súbditos de la isla creían que su rey Minos (hijo de Zeus y Europa) era en realidad ilegítimo. Minos, al oír que su trono podía perecer, le pidió a Poseidón un toro magnífico. No sin la aprobación de los olímpicos. Así fue que recibió un hermoso y maravilloso toro blanco al que debería haberlo ofrecido como un “sacrificio”. En cambio, el rey de Creta lo usa para sus rebaños. Poseidón lo castiga haciendo que Pasifae (su esposa) se enamore del toro sagrado. La unión entre Pasiphae y la bestia genera una criatura espantosa: el Minotauro. Ser monstruoso, salvaje y peligroso, mitad hombre con cabeza de toro. Minos se ve obligado a encerrarlo en el palacio llamado Knossos en forma de laberinto construido por Dédalo de donde era imposible salir. Pero cuando los atenienses mataron al hijo de Minos, Antrogeus, el gobernante de Creta, como castigo, impuso a la ciudad de Atenas, una vez al año, enviar siete niños y otras tantas niñas para ofrecerlas en sacrificio al Minotauro quien los devoraba.

Teseo, hijo del rey de Atenas, Egeo, secretamente enamorado de Ariadna, hija de Minos y Pasiphae, se ofrece como voluntario para mezclarse con los 14 impubescentes con la intención de matar al monstruo. Ariadna, antes de que entre Teseo, ofrece a su amante un ovillo de hilo para que lo desenrolle y marque el camino, eso le permitiría no perderse y le daría la posibilidad de regresar. Teseo logra matar al Minotauro y, con Ariadna, retorna a Atenas. Pero no hay una noticia precisa, ni  una verdadera razón por la cual, durante la travesía, Teseo abandonó inexplicablemente a Ariadna en la isla desierta de Naxos. Quien será consolada y luego seducida por Dionisio. Poseidón, enfurecido por la traición, desata una tormenta que desgarra todas las velas blancas del barco. Teseo se ve obligado a alzar las velas negras que significaban su fracaso y muerte. Al estar por llegar olvida cambiarlas. El epílogo: El rey del Egeo, merced a esto, cree que su hijo había perecido y se quita la vida arrojándose a ese mar, que tras el ominoso gesto tomó el nombre de Mar Egeo.

Los mitos para el psicoanálisis siempre han sido una fuente de la cual extraer la estructura del inconsciente de una manera diferente e inventiva. Baste recordar a los griegos. A las alegorías edípicas, a Don Giovanni, a Salomè… Al teatro de Shakespeare, a sus máscaras, a la tragedia. A menudo, el camino espiritual humano, que tiende a equilibrarse, cae en la expresión del instinto irracional que no conoce la moralidad; cae en la brutalidad y en la violencia más allá “del bien y del mal”.

Ahora, reconsideremos el mito del laberinto, sinónimo solamente de entrada. Pasando por él y volviendo sobre él, siempre nos encontramos en un callejón sin salida que nos desorienta de una manera angustiosa. El laberinto, símbolo y arquetipo juntos, parece oscuro e incomprensible en su lógica. ¿También una metáfora del extravío del propio orden perdido? ¿Es esta una motivación para el nacimiento, desde la antigüedad de la poesía y la filosofía? ¿Podríamos traducirlo metafísicamente como el comienzo de un viaje analítico? De ser así, hay que recordar que el análisis no garantiza su concreción final.

Tiberio Crivellaro

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