
Isidoro Vegh (Parte I): ”El psicoanálisis, por empezar, es hijo del fracaso médico. Un síntoma no es sino una palabra amordazada. El psicoanálisis abre en la historia de la humanidad una experiencia inédita (…). Abre una instancia en la que se le ofrece al sujeto la posibilidad de desplegar su palabra.”
Isidoro Vegh (Parte II): “No se trata de elegir entre el goce o el deseo. Se trata del goce y del deseo, y cómo se articulan.”
Isidoro Vegh responde:
Es una buena pregunta. No hay pregunta tonta, porque las preguntas que parecen tontas suelen ser las más complicadas y difíciles. Parecería que, bueno, teniendo más de cien años el psicoanálisis, ¿cómo no vamos a saber de qué se trata?. Diría que es sorprendente cómo los mismos practicantes del psicoanálisis muchas veces demuestran en el acto que ignoran qué es el psicoanálisis.
El psicoanálisis, por empezar, es hijo del fracaso médico. Allí donde las pacientes, que vivían en la Viena imperial, acuden a Freud porque cuando iban al médico tradicional con sus hemianopsias, con sus diastasis y abasias, con sus parálisis que no respondían a la evaluación neurológica, la medicina solo podía decirles: “Usted no tiene nada”. Sin poder acudir a la modestia de decir: “Usted no tiene nada que yo pueda resolver con los parámetros con los cuales suelo moverme”. Freud tuvo entonces la capacidad, la inteligencia, la sensibilidad, para escucharlas a esas famosas histéricas y descubrir lo que es la esencia del psicoanálisis.
La esencia del psicoanálisis muestra que hay palabras que dañan, hay palabras que enferman. Algunas por su presencia y otras por su ausencia. Si lo resumimos en un pequeño aforismo podríamos decir: “Un síntoma no es sino una palabra amordazada”.
Entonces, el psicoanálisis abre, en la historia de la humanidad, una experiencia inédita porque, si bien a veces se lo compara con la confesión, no tiene nada que ver con la confesión ni con el arrepentimiento y el perdón sino que abre una instancia donde se le ofrece al sujeto la posibilidad de desplegar su palabra, de una palabra que entonces descubre que hay una dimensión que escapa a la pantalla de la consciencia, que tiene su causalidad en una estructura no consciente que Freud denominó unbewusst, que traducimos habitualmente en español como ‘inconsciente’.
Diríamos que el psicoanálisis se inscribe, entonces en, una tradición milenaria que se extiende luego a las distintas variantes de la medicina de Galeno, de los antecedentes de Hipócrates, y que llegan hasta nuestros días con una diferencia: allí donde la medicina de los últimos dos siglos intentó acordar con los valores de la física popperiana, de la física pesada de la química, la física, desconoció que en el ser humano las cosas se juegan de algo distinto que en una ratita o en una anguila.
A veces leemos en el diario que nos cuentan que las neurociencias han descubierto la esencia del amor ¿Y cómo lo descubrieron? Haciendo experiencias con ratitas o con gusanos y, yo digo, ese es solo un amor de ratitas o de gusanos, no es el amor del ser humano. El psicoanálisis descubre que cuando el sujeto habla se realiza y se realiza en la medida de que cuando habla puede hacerlo sin amordazar su verdad.
PARTE II
Como toda disciplina, tiene algo que ver con la cientificidad. Digo “algo que ver” porque no responde a la ciencia popperiana… Aunque en realidad podríamos discutir si hay alguna ciencia que responda a los valores popperianos en su forma extrema. Yo creo que no la hay.
Popper trajo su teoría más conocida, la de la falsabilidad, que dice que cualquier teoría científica solo vale en la medida en que puede ser demostrada como falsa en sus conclusiones o en sus premisas. El tema es que los mismos popperianos no aceptan eso. Por ejemplo, si se hubiera aplicado eso al descubrimiento de Newton sobre la atracción de los cuerpos celestes, que dice que dos cuerpos celestes se atraen por el producto de sus masas y en relación inversa por el cuadrado de la distancia que los separa… En la época de Newton era imposible verificarlo porque no había una matemática capaz de resolver que la esfera celeste, que es la Tierra, no es exactamente una esfera, tiene irregularidades. No había matemática para responder a eso. Además, la atmósfera que rodea la tierra no podía ser solucionada con las lentes de aquella época. Es decir, era imposible certificar en el campo experimental esa tesis de Newton. Sin embargo, la tesis de Newton no fue desechada por la física y es con esa fórmula que se llegó a la luna.
Es decir que una teoría científica no cae, no se demuestra como falsa porque uno o dos o tres hechos la contradigan. Tiene que haber una conjunción de múltiples hechos para que, entonces, como dice otro gran epistemólogo, Kuhn, se cambie el paradigma de una ciencia. Entonces digo que el psicoanálisis no responde a ese ideal exagerado, que nadie cumple, popperiano, pero que se inscribe en el campo de la cientificidad porque no es sólo una teoría, implica también una práctica, y una práctica que se asienta en algunas disciplinas que se acercan al ideal de la cientificidad, como la lingüística, la topología, la lógica.
El psicoanálisis en sí mismo es una práctica, lo mismo que la medicina. La medicina es una práctica, por eso se habla del criterio médico, que se asienta en una serie de disciplinas científicas: la farmacología, la bacteriología, la fisiología, etcétera.
Todo esto nos lleva a plantear que en un campo de cientificidad, es decir, que no es un dogma coagulado al comienzo como una de las grandes religiones, van apareciendo hechos nuevos, hechos que se piensan de distinto modo… Lo cual es enriquecedor.
En ese sentido, podríamos decir que hay distintas corrientes dentro del psicoanálisis que conviven en diálogo, en conversación, en discusión, y es positivo. Como lo hay en cualquier disciplina científica. Distinto de ciertas corrientes que se llaman psicoanalíticas y que, como le decía Freud a Jung, ya se caen del campo del psicoanálisis.
Jung, queriendo discutir con Freud, sostenía que, si bien la sexualidad tiene que ver con lo que tiene como causalidad la neurosis, lo esencial es que hay en el ser humano una aspiración a la espiritualidad. Nosotros, los psicoanalistas, no la vamos por ese lado. Y Freud le dijo muy bien a Jung: “Mire, si usted quiere hacer un psicoanálisis que tiene que ver con la espiritualidad, hágalo, pero no lo llame psicoanálisis. Póngale otro nombre”.
Hoy en el campo lacaniano encontramos que hay algunos señores, que yo suelo no nombrarlo, en eso me inspiro en Lacan… A aquellos que piensan distintos de lo que yo pienso, pero piensan, los nombro. A aquellos que, en cambio, proponen cosas que considero que no vale la pena ni siquiera perder demasiado tiempo en discutirlas, no los nombro. Este es uno de los que no nombro pero tiene cierto recorrido, sacó un libro que hace poco hablaba del último Lacan, donde planteaba que Lacan en los últimos años había producido una devaluación del deseo. En ningún lugar Lacan dice eso. Es un señor que tiene la costumbre de creer que hay que elegir entre papá y mamá. ¿A quién querés más? Bueno, no se trata de elegir entre el goce y el deseo. Se trata del goce y del deseo. Y cómo se articulan.
En esos casos diríamos que estamos en discusión si lo que este señor propone cae dentro del campo del psicoanálisis o cae fuera. Por ejemplo, hay psicoanalistas lacanianos que yo creo que hoy están contribuyendo al desprestigio del psicoanálisis. Como en la época de los años cincuenta cuando Lacan tuvo que hacer su retorno a Freud.
La Ego Psychology, por ejemplo. Heinz Hartmann, que fue el teórico principal, acompañado por otros como Loewenstein, Erikson, Rapapport, tomaron la cuestión del Yo y el Ello para plantear que el psicoanálisis tenía como misión principal un Yo que había que reforzarlo y tomaban la famosa frase presocrática de Freud: “Wo Es war, soll Ich werden”, traduciéndola como “de donde el Ello estaba, el Ello pulsional, que allí venga un Yo fuerte”. Lacan dijo: “Esta no es la propuesta freudiana”. Cuando Freud habla de la función de síntesis del Yo es justamente lo que el Yo nunca logra… desgarrado entre los tironeos pulsionales, entre los mandatos superyoicos, lo que la realidad le propone como obstáculo es justamente lo que coloca al Yo —y ese el es subtítulo del capítulo donde Freud habla del Yo, en El Yo y el Ello— coloca al Yo en posición de vasallaje.
Hoy nos encontramos con que ciertos psicoanalistas que se dicen lacanianos, dicen: “Yo trabajo como Lacan”. Absurdo, porque con Lacan lo primero que aprendimos es que un fin de análisis —es esperable que un analista llegue a un fin de análisis— es lo contrario de la identificación a su propio analista como ideal. Que Lacan lo hiciera implicaba condiciones particulares y muy específicas y fue en los últimos años de su práctica como analista…
¿Qué es lo que hacen estos analistas? Citan cincuenta, sesenta personas en la sala de espera, lo dejan esperando horas, aparecen en la puerta y con un dedo dicen: “Pase usted, pase el otro”. Lo cual a mi entender es claramente ponerse en posición de amo y crear una psicología de las masas, como dijo Freud. Después el paciente habla dos minutos, tres minutos y, sin decir nada, le cobran y lo pasan afuera.
Digo yo: “¿Eso es psicoanálisis?” A mí me parece que eso es un blef que contribuye al desprestigio del psicoanálisis. Por suerte somos muchos los psicoanalistas que nos ubicamos como deudores de la enseñanza de Freud y de Lacan que no compartimos ni esa teoría ni esa práctica.
En ese sentido, uno diría: “¿Se trata de distintos psicoanálisis?” Bueno, ahí yo diría que hay psicoanálisis en un caso; y en el otro me parece que podríamos discutirlo.
¿Cierto marco del arte?
Me parece que estamos en otra cosa. Más que el marco del arte, yo diría que en un mercado. En un mercado de juntar dinero en el menor tiempo posible. En fin, invita a una valoración sospechable, diríamos, ese tipo de posición.
Entrevista realizada por Iara Bianchi.