«Es un diagnóstico que te deja marcado y no sirve para nada. Bastante inútil. No voy a ponerme a discutir si existe o no existe porque es una realidad que está ahí. Es decir, no puedo decir “no existe”, porque está en el discurso social.
Es extraño porque se ha asimilado —si entendemos que es un trastorno psicológico— un trastorno a una persona. Es decir, si tú tienes gripe, no van a decir: “Roberto es una gripe”, ¿verdad?. Dicen: “Tiene gripe”. Sin embargo, hay determinados trastornos en los que dicen: “Roberto es un TDA”, “Roberto es un TEA”, “Roberto es un TOC”.»
Joseph Knobel Freud responde:
Transcripción del video:
Es un diagnóstico que te deja marcado y no sirve para nada. Bastante inútil. No voy a ponerme a discutir si existe o no existe porque es una realidad que está ahí. Es decir, no puedo decir “no existe”, porque está en el discurso social.
Estamos en la época del “labeling”. Parece ser que ahora necesitamos etiquetarnos y ser algo. Eso nos da una posición como sujetos. “Soy…”. Incluso en la infancia. Se presentan las madres y dicen: “Roberto es un hiperactivo”.
Es extraño porque se ha asimilado —si entendemos que es un trastorno psicológico— un trastorno a una persona. Es decir, si tú tienes gripe, no van a decir: “Roberto es una gripe”, ¿verdad?. Dicen: “Tiene gripe”. Sin embargo, hay determinados trastornos en los que dicen: “Roberto es un TDA”, “Roberto es un TEA”, “Roberto es un TOC”. Además fíjate, son todos siglas.
Estamos en la edad del etiquetaje. Me los imagino a todos con una etiquetita en el dedo gordo del pie en una especie de clínica para trastornos mentales en donde todo tiene que ser letritas en lugar de ocuparse de la historia de ese sujeto, de que nada surge porque sí, y de que no son trastornos —ninguno de ellos— que tengan que ver con el funcionamiento del cerebro. Porque ahora, claro, estamos también atacados por los psiconeurólogos o los neuropsicólogos o la neurología en general, en donde pretenden que con el estudio de cerebro, su química y su dinámica van a explicar una serie de trastornos y síntomas que padecen los niños y adolescente de hoy en día.
Francamente, es tratar de escaparse del contenido psicológico y relacional que tienen estos síntomas que tienen que ver con la historia de cada sujeto y de cómo fue aceptado, vivido y cuidado con sus padres; no tiene nada que ver con cómo le funciona el cerebro.
Los laboratorios están detrás de esto porque, si escuchamos cada una de estas etiquetas, el laboratorio tiene el medicamento para ellas.
En España, el metilfenidato es la molécula que es una anfetamina en realidad. La anfetamina provoca un efecto calmante; pero en las escuelas los maestros lo llaman la “pastillita de portarse bien”, los papás también: “Ahora le damos la pastillita de portarse bien”.
Yo creo que hay muchos de los laboratorios detrás, que son los laboratorios los mismos que financian los grupos de familiares de niños con trastornos de hiperactividad. Entonces, tenemos el grupo de familiares de niños con trastornos de hiperactividad de Barcelona o de España que se reúnen, y hacen congresos, y traen especialistas. Ninguno es psicoanalista. Todos son psicólogos conductuales o neuropsicólogos que empiezan a explicar que esta anfetamina va a cambiar la química del cerebro, etcétera.
Pero hay mucho de tratar de equiparar un trastorno o un síntoma a una persona, de tal manera que esa persona va a necesitar de por vida esa medicación. Y después va a necesitar la medicación que contrarreste los efectos secundarios de la medicación.
Yo estoy en un movimiento contra la medicaliziación de la vida cotidiana. Ahora hay medicamentos para todo, pero no olvidemos que los laboratorios son la segunda fuerza económica del mundo después de los armamentos. Los laboratorios es lo que más venden: los antidepresivos son el medicamento más vendido de los Estados Unidos, y no muy lejos está el metilfenidato en cualquiera de sus nombres comerciales.
Creo que hay mucho de fomentar la existencia de un trastorno en lugar de una idea —que ya tenía Freud— del psicoanálisis, que a mí me gusta más, que es el caso por caso. Incluso si llego a aceptar como válido el hecho de que existe el trastorno de hiperactividad y atención, no será el mismo el que tenga Roberto, que el que tenga Jordy, que el que tenga Mark o el que tenga Clara o Paula.
Francamente, primero tenemos que ver qué les pasa a los padres, si esos chicos escuchan peleas, si están preocupados porque los padres nunca están, si están solos, si la madre está deprimida y entonces se mueven mucho para mover a la madre. Estoy solo contando algunos casos que se me vienen a la cabeza.
Es decir, posibilidades de buscar la génesis y la etiología de esa enfermedad mental, psicológica, que en ningún caso es equiparable e igual para todos: ahí está lo que me parce importante de nuestro trabajo.
El neuropediatra, en cambio, ahora mismo están utilizando un famoso test de Conners —que en realidad define muy bien a la infancia— y si tiene más de cuatro ítems afirmativos en el test de Conners, ya es un TDA. Pero el test de Conners dice cosas tales como: “¿Cambia de juego a menudo? ¿Se cansa después de leer media página?”. Cosas que le pasan a todos los chicos. Y aparte tiene la cuestión éticamente discutible de que cualquiera pueda pasar un Conners, es decir, los maestros que no están habilitados como psicólogos igual diagnostican TDA. Llaman a los padre y les dicen: “Busquen un neurólogo porque su hijo se mueve mucho, y además le pasamos el Conners y salió positivo”. Como si fuera una reacción de una vacuna: “Salió positivo en el Conners, ya es TDA”.
Hay una simplificación de lo que es el proceso de diagnóstico que nada tiene que ver con lo que planteamos los psicoanalistas como “proceso diagnóstico” que es entender la historia de una persona, incluso la prehistoria, hacerle dibujar al chico, jugar con el chico. Todo esto se ha perdido de alguna manera.
Entrevista realizada por Iara Bianchi.
Joseph Knobel Freud
Psicoanalista
Iara Bianchi
Directora Editorial. Psicoanalista