El 24 de marzo de 1896, cristalizando el sueño y los esfuerzos de Pierre de Coubertin, el rey Jorge I de Grecia inauguraba los primeros Juegos Olímpicos de la era moderna. Siendo justos, nuestro pertinaz Pierre no fue el primero en concebir la reedición de los encuentros deportivos de la antigua Grecia, fue quien agitó los espíritus y los bolsillos de la gente indicada.
Los intentos iniciales de emular los Juegos Olímpicos de la antigua Grecia se parecían más a un acto aspiracional nacionalista que a una gesta deportiva. Recordemos que los participantes de los Juegos de Olimpia eran militares y las disciplinas estaban inspiradas en situaciones de batalla. Carreras con armaduras, lucha y lanzamiento de objetos pesados o lanzas.
El primer registro de una competencia atlética con espíritu olímpico fueron los “Cotswold Olimpick Games”. Impulsados por el abogado Robert Dover se disputaron en Chipping Campden, entre 1612 y 1642. Estos encuentros solo sirvieron para que Inglaterra se vanagloriara de ser los primeros en impulsar la reedición de los Juegos.
El segundo intento fue tan pretencioso como efímero. En 1796, la Francia revolucionaria lanzó “L’Olympiade de la République”. Antes de organizar estos juegos deberían haberse organizado como nación. La logística en la convulsionada Francia fue un caos y solo serán recordados por haber introducido el sistema métrico decimal en el deporte.
El tercer intento fue el más serio hasta ese momento. En 1832, luego de 11 años de guerra donde Grecia se libra de la ocupación otomana, necesitaba recuperar su identidad nacional, y qué mejor que un juego olímpico. El poeta Panagiotis Soutsos publicó una emotiva nota sobre la necesidad de un evento que emulara los antiguos Juegos. Al parecer encendió el nacionalismo del millonario Evangelos Zappas que se puso al frente del proyecto.
El mismísimo rey Otón I de Grecia y otros importantes miembros de la aristocracia local se comprometieron en ayudar a Zappas. Cuando llegó la hora de poner las primeras Dracmas se borraron todos, hasta el rey. Evangelos ya estaba metido hasta el cuello, sin embargo, no se rindió. Financió la primera edición en 1859 y se hizo cargo de la construcción del estadio Panathinaikó. Para reforzar la idea del espíritu olímpico fueron invitados atletas otomanos. Pese a que Zappas murió en 1860, dejó el dinero suficiente para dos ediciones más que se concretaron en 1870 y 1875.
Cuando el espíritu olímpico parecía haber muerto con Evangelios Zappas, surgió Pierre Fredy de Coubertin. Este instruido y refinado pedagogo francés sostenía que la higiene y el deporte eran los pilares de la excelencia espiritual. El Doctor británico William Penny Brookes fue quién encendió en Coubertin el interés por el olimpismo. Cuando conoció la tarea de Zappas encontró el objetivo de su vida.
Pierre supo moverse con astucia y paciencia, sin cimientos fuertes no podría edificar su sueño. Lo primero era diseñar el proyecto y elaborar una lista de objetivos irrenunciables. El primero era que los días gloriosos de Olimpia se replicaran en las mayores ciudades del mundo. Las disciplinas debían alejarse del espíritu bélico y en un marco de claridad reglamentaria. ¡Ah!, y lo más importante: nada da atletas desnudos.
Comenzó creando sociedades atléticas en todo el territorio francés a las que aglutinó en la “Unión des Sports Athlétiques”. Fundó la primera revista dedicada al deporte, la “Revue Athlétique”. Logró que el gobierno francés incluyera un pabellón de deportes en la Exposición Universal de París en 1889. Su logro más perdurable fue la inclusión programática del deporte en las escuelas públicas.
Sabiendo que sin un griego a su lado los Juegos eran una utopía, eligió como socio al escritor Dimitrios Vikelas. Juntos recorrieron el mundo mostrando los logros de Francia en materia deportiva y contagiando el entusiasmo por organizar nuevamente los Juegos. La gran jugada final fue el apoyo de Constantino I, príncipe heredero de Grecia. Este convenció a su padre de buscar apoyo de sus pares europeos. Así fue que Jorge I de Grecia, Guillermo II de Alemania y la Reina Victoria de Inglaterra dieron el sí a Coubertin.
La última jugada de Pierre fue tan astuta como artera. Junto a Vikelas se presentó en el Congreso Internacional de Educación Física que se desarrolló en Sorbona de París. En su última sesión, el 23 de junio, presentó todas sus cartas de recomendación y apoyo. Hábilmente, Pierre había convertido esa última reunión en la primera del COI (Comité Olímpico Internacional). Los máximos referentes del deporte mundial se rindieron ante Coubertin y aprobaron todos su pedidos. Allí quedó establecido que los primeros “Juegos Olímpicos de la era moderna” se disputarían en Atenas en 1896, y luego se replicarían cada 4 años en el resto del mundo.
Con el lema “Lo esencial en la vida no es vencer, sino luchar bien”, el 24 de marzo de 1896, ante un renovado y colmado estadio Panathinaikó, el rey Jorge I de Grecia anunciaba ‘Declaro inaugurados los Primeros Juegos Olímpicos Internacionales de Atenas’. Luego que Vikelas ejerciera el cargo los primeros dos años, Coubertin se hizo cargo de la presidencia del COI hasta 1925. Lamentablemente el epílogo de su vida no estuvo a la altura de sus logros de antaño. Fue partícipe del bochorno de Berlín 1936. Pese a que el funcionario polaco Józef Lipski le advirtiera al COI sobre los campos de concentración y la exclusión de judíos en los Juegos, Coubertin felicitó a Hitler y Goebbels por la impecable organización. La vida de Pierre se apagó en Ginebra, el 2 de Septiembre de 1937.
Escrito por Gabriel Dantuono