Michael Faraday, el científico sin títulos admirado por Einstein

El 15 de junio del año 1832, en un solemne acto en la Universidad de Oxford se le otorgaba un doctorado honorífico a un tal Michael Faraday. Este hecho puede parecer extraño, si consideramos que nunca recibió educación formal, y lógico, si tenemos en cuenta que fue quien tradujo la electricidad en movimiento.

Oriundo de Newington, Inglaterra, carecía de formación académica pero tenía gran facilidad para escribir rápido y dibujar bien.

Michael Faraday nació en Newington, al sur de Londres, el 22 de septiembre de 1791 en el seno de una familia de pocos recursos. Sus padres, James y Margaret Faraday, inicialmente vivían en el campo. James era de oficio herrero y Margaret empleada domestica. Michael Faraday tuvo una muy limitada educación formal: no recibió una preparación formal en ciencia y matemáticas, y a los 13 años presentaba dificultades para leer y escribir, de tal forma que abandonó la escuela.

Según las tradiciones de la clase trabajadora en aquel entonces, debió encontrar un trabajo a esa temprana edad, en el que empezó como aprendiz, etapa en la cual adquiriría la destreza que le permitiera ganarse la vida, inicialmente para él y eventualmente para sostener a su propia familia. Fue así como encontró un empleo de mensajero con George Riebau, que encuadernaba y vendía libros y artículos de escritorio en la localidad. El empleo no requería que supiera leer, se limitaba a deambular en la vecindad, que él conocía bien. Al señor Riebau le complació el carácter de Faraday y pronto, a sus 14 años, lo ascendió a aprendiz de encuadernador. No le pagaban bien, pero tenía acceso a una cantidad inusual de libros científicos, ¡y parece que los leyó todos!

De una obra de Isaac Watts titulada The Improvement of the Mind —La mejora de la mente—, leída a sus catorce años, Michael Faraday adquirió estos seis constantes principios de su disciplina científica:

– Llevar siempre consigo un pequeño bloc con el fin de tomar notas en cualquier momento.
– Mantener abundante correspondencia.
– Tener colaboradores con el fin de intercambiar ideas.
– Evitar las controversias.
– Verificar todo lo que se dice.
– No generalizar precipitadamente, hablar y escribir de la forma más precisa posible.

Sus habilidades lo llevaron a ser contratado por el químico Humphry Davy para quien elaboraba gráficos y llevaba registro de sus experimentos. Faraday se interesó especialmente en los recientes descubrimientos sobre electricidad y magnetismo. Davy, al ver su iniciativa, le delegó algunas investigaciones, aunque con una pequeña observación: le dio las que creía inconducentes.

Pronto Michael fue opacando a su maestro. Fabricó la primera pila voltaica y creó el antecesor del mechero de Bunsen. No siempre quien crea o descubre un invento es el que figura como el hacedor. Múltiples motivos pueden ocurrir para que no se le otorgara tal reconocimiento, entre ellos: otro fue el destinatario de la mención por haber facilitado los medios para lograrlo o, dicho de manera elegante, lo madrugaron con la patente.

En la clasista sociedad inglesa de la época, Faraday no era considerado un caballero. Cuando Davy decidió emprender un viaje por el continente en 1813-1815, su sirviente prefirió no ir. Faraday, que iba en calidad de asistente científico, se vio forzado a suplir las tareas del sirviente hasta que se pudiera encontrar uno nuevo en París. La esposa de Davy, Jane Apreece, se negaba a tratar a Faraday como un igual (viajaba fuera del carruaje, comía con los sirvientes, etcétera). El viaje, sin embargo, le dio acceso a la élite científica europea y sus fascinantes y estimulantes ideas. Davy comenzó a delegarle a Faraday las funciones de un ‘asistente todo terreno’. Michael nunca cuestionó sus actitudes. Pese a tener que repartirse entre experimentos y barrer la casa de Davy, sus aportes no cesaban: descubrió el benceno y el vidrio óptico posibilitando el avance más significativo desde la invención del telescopio.

Su mayor legado para la ciencia fue el descubrir la circularidad electromagnética. Esto le permitió fabricar el primer motor… Había sentado las bases del motor eléctrico.

Faraday fue un cristiano devoto; su congregación Sandemaniana era una filial de la Iglesia de Escocia. Una vez casado, sirvió como diácono y, durante dos períodos, como presbítero. Faraday cumplió los últimos dos años de su segundo período de presbítero, antes de dimitir de su cargo. Biógrafos del científico han señalado que “un fuerte sentimiento de unidad entre Dios y la naturaleza impregnó la vida y el trabajo de Faraday”.

Faraday creía que acumular riquezas y perseguir recompensas mundanas atentaba contra la palabra sagrada de la Biblia y, en consecuencia, rechazó dos veces suceder a Davy en la presidencia de la Real Sociedad de Londres (Royal Society). El organismo lo consideraba un científico sin título. Aceptó ser miembro de las sociedades científicas de Suecia y Francia, pero rechazó gentilmente ser nombrado Caballero del Imperio Británico: “prefiero seguir siendo simplemente el Sr. Faraday”.

Al ser consultado por el gobierno británico con el fin de ayudar en la producción de armas químicas para la Guerra de Crimea (1853-1856), Faraday rechazó participar, alegando motivos éticos.

Hacia el final de su vida se transformó en el primer activista por la protección del ambiente, alertando sobre la contaminación atmosférica y sobre los peligros futuros de arrojar desechos industriales en el Rio Támesis.

Su rechazo a los bienes mundanos en su juventud implicaron una vejez de necesidades. En agradecimiento a sus aportes, la mismísima Reina Victoria, a través de las gestiones realizadas por príncipe consorte Alberto, le otorgó una casa y atención médica, con una condición: que prosiguiera con sus conferencias divulgando su vida y sus logros. Faraday honró ese pedido hasta su muerte en 1867. Dos meses antes, había elaborado una teoría descabellada hasta ese momento: que la electricidad, el magnetismo y la luz eran distintas manifestaciones de un mismo fenómeno.

Gracias a Faraday la electricidad se convirtió en una energía útil; se lo consideraba toda una celebridad. Rechazando los honores, siguió trabajando y dando sus populares conferencias de Navidad para jóvenes, en las que se colaban desde el marido de la reina Victoria hasta el escritor Charles Dickens, quien lo animó a recopilar las charlas en el libro La historia química de una vela. Aún hoy en día la Royal Institution mantiene esas tradicionales conferencias. En los billetes de 20 libras, que en 1991 sustituyeron a los de Shakespeare, Faraday aparece mostrando al público una vela, en lugar de encerrado en su laboratorio.

Desde su desaparición, la comunidad científica ha hecho lo imposible por honrar su legado. De manera unánime se decidió que a la unidad de capacidad eléctrica se denominara “Faradio”. Desde 1935, el cráter lunar “Faraday” lleva este nombre en su memoria.

Albert Einstein lo consideró el hombre que dio el puntapié inicial al mundo moderno; tanto era así que en su despacho solo exhibía tres retratos: el de Isaac Newton, el de James Clerk Maxwell y el de Michael Faraday.

Escrito por Gabriel Dantuono

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