
El 31 de marzo de 1889, a orillas del río Sena, en pleno centro de la capital francesa, se inauguraba, según los parisinos presentes, una detestable, monstruosa, ridícula e inútil columna de metal. Para otros, se trataría de la majestuosa y mágica Torre Eiffel. Obra más conocida del ingeniero francés Alexandre Gustave Eiffel.
“Si la Torre Eiffel representara la edad del mundo, la capa de pintura en el botón del remache de su cúspide representaría la parte que al hombre le corresponde de tal edad; y cualquiera se daría cuenta que la capa de pintura del remache es la razón por la cual se construyó la Torre.” (Mark Twain)
El apellido real de Alexandre era Bönickhausen, impronunciable e irrecordable. Fue inteligentemente cambiado por su abuelo que eligió Eiffel, nombre de la zona alemana de donde era oriundo. Alexandre sentía que traicionaba a sus ancestros y recién accedió a hacerlo a los 48 años. Pese a graduarse con honores como Ingeniero Civil en la École centrale des arts et manufactures de París, debió edificar su prestigio desde los cimientos como empleado ferroviario.
Luego de 12 años de esfuerzos funda “Eiffel et Cie” dedicada a construcciones en hierro, y especializada en estructuras reticuladas de alma calada. Fue el precursor de las sociedades temporales entre profesionales para tener más posibilidades en concursos internacionales. A fuerza de monumentales obras de impacto visual se fue creando un prestigio internacional. Sus puentes ferroviarios eran una marca registrada de la empresa, siendo el Viaducto de Garabit su obra más conocida.
Cuando diversificó sus intereses a mercados y grandes almacenes, su nombre se hizo conocido en todo el mundo. Ese prestigio llevó a que Frédéric Auguste Bartholdi lo seleccionara para diseñar y calcular la estructura metálica portante de la Estatua de la Libertad. Según el propio Eiffel, fue el mayor desafío de su vida. Tan bueno fue su trabajo que una vez terminado no se notaba lo que había hecho.
Jules Ferry, presidente del Consejo de ministros francés, decide realizar una exposición internacional para celebrar el centenario de la Revolución Francesa. Eiffel comienza a trabajar en el proyecto de una torre de proporciones épicas sin saber aún si a alguien le interesaba. El diseño estuvo a cargo de dos ingenieros de su empresa: Maurice Koechlin y Émile Nouguier. Los dibujos preliminares no convencían a Eiffel; eso siendo generosos, en realidad, le parecían horribles. Sin estar convencido del todo, decide sumar un arquitecto al equipo.
Stephen Sauvestre fue la solución de diseño pero una complicación administrativa. Sauvestre, Koechlin y Nouguier crearon un sistema reticulado que combinaba eficiencia constructiva con armonía de diseño. Funcionalidad y estética danzaban en los planos de la torre. Eiffel quedó encantado pero se topó con una traición inesperada. Sauvestre, consciente de la genialidad de su diseño, lo patentó, pero no solo a su nombre, también estaban Koechlin y Nouguier. Eiffel debió comprarles el diseño. No sería la última ni la mayor traición que sufriría en su vida.
Eiffel convenció al Ministro de Industria Édouard Lockroy, que para representar a París debía construirse una torre metálica monumental. Inocentemente, accedió y le pidió que lo ayude a elaborar el pliego de licitación. El hábil ingeniero se las arregló para que su torre encajara perfecto con las pretensiones del Estado.
Finalmente en 1887 se inició la construcción de la Torre. Conforme la estructura se elevaba sobre el cielo parisino, se empezaron a escuchar voces de protesta.
“Mis cálculos dan resultados conformes con las condiciones secretas de la armonía, por ello las curvas de los cuatro pilares transmiten fuerza y belleza.”
Eiffel sabía que la torre tenía fecha de vencimiento, debía ser desmontada finalizada la exposición. Sin embargo, guardaba la ilusión que se prolongara su estadía sobre el Sena. No solo era un deseo, era un objetivo, por ello convenció a las autoridades de instalar instrumentos de medición meteorológica y un faro. Esto la mantuvo a salvo un tiempo. Luego, mientras se calculaba el costo de desmontarla, estalla la primera Guerra Mundial y se volvió indispensable para las comunicaciones. Cuando las nuevas generaciones nacieron con la torre enhiesta la discusión se terminó.
En el pináculo de su carrera se vio envuelto en el escándalo de corrupción por la licitación para la construcción del canal de Panamá. Cuando se descubrió que había sido una elaborada maniobra de los EEUU para quedarse con el proyecto, su reputación estaba aniquilada. Luego de ese escándalo se apartó de la vida pública para dedicarse a trabajos en meteorología y la aerodinámica hasta su muerte, el 27 de Diciembre de 1923.
Escrito por Gabriel Dantuono