[Texto] Con voz apenas audible por Paulo Neo

En cuanto salgo a la calle, pienso: ¡Qué perfección en la parodia del Infierno!
Emil Cioran

“La había visto desde el Cancale, ese castillo de hadas plantado en el mar. La había visto confusamente, sombra gris erguida en el cielo brumoso. Lo volví a ver desde Avranches, a la puesta del sol. La inmensidad de sus arenas era roja, el horizonte rojo, toda la inmensa bahía también; en cambio, aislada, la escarpada bahía, encaramada allí arriba, lejos de la tierra, como una fantástica mansión, asombrosa como un palacio de ensueño, increíblemente extraña y bella, aparecía casi negra entre el púrpura del día que moría.”

Un buen comienzo, no hay cómo negarlo. Se trata del cuento breve llamado “La Leyenda de Saint-Michel” del célebre francés Guy de Maupassant (Dieppe, 1850 – París, 1893).

Ahora bien, por más que he intentado leyendo y releyendo el párrafo en voz alta –y el texto completo, para ser sinceros–, en distintos momentos del día y de la noche, no puede decirse que haya logrado obtener resultado alguno en relación a nuestra pequeña disputa conyugal. Pues resulta que Laura es extremadamente difícil de convencer. El diálogo, o más bien, la disputa de la que hablo, ha sido también breve. Palabras más, palabras menos, esta es una transcripción aproximada:

–Nuestras vacaciones no deberían depender de tus caprichos literarios, Julio –dijo ella.

–Ya sabes lo que dicen: un escritor nunca se toma vacaciones –respondí tranquilamente.

–No intentes pasarte de ingenioso conmigo, Julio. Esto no es una de tus columnitas de revista –Laura retorcía un sobre de papel marrón, visiblemente exasperada. Su mirada era dura, aunque el párpado derecho parecía temblar levemente. Un silencio se extendió por larguísimos minutos, al fin Laura se encerró en el baño por un buen rato.

Dejé que las aguas se aquietaran un poco, pues era claro que nada bueno resultaría de todo aquello. Regué las plantas, acaricié al gato que se frotaba entre mis piernas, lavé unos trastes del mediodía, leí un poco de “Trimalción” de Scott Fitzgerald. Horas más tarde, cuando ya no quedaban rastros del tsunami a la vista, volví a la carga:

–Podemos hacer una escala previa en París. ¿No decías morir de ganas de visitar el Louvre, la Catedral de Notre Dame, el Museo Rodin, Les Champs-Élysées, el Palacio de Los Inválidos y todo eso? –era un golpe bajo, lo sabía y no me importó. Laura era historiadora y jamás había mencionado el asunto a la hora de decidir nuestros descansos. Me sentí un poco miserable, es cierto, pero aquello parecía un pequeño, inevitable precio.

Laura rompió en un llanto silencioso que duró la noche entera. Ya no nos dijimos nada más. La noche se nos vino encima, tomando a la ciudad por asalto. En la radio, sonaba algún tipo de himno. Las últimas líneas del cuento de Maupassant volvieron a mí, con nitidez:

“He aquí de qué manera San Miguel, patrón de Normandía, venció al demonio. Otro pueblo habría imaginado de otro modo esta lucha.”

Dije aquello con voz apenas audible, como si se tratara de una oración. No crean que sirvió de mucho.

Paulo Neo

Paulo Neo 
Escritor

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