“Cuando un niño dice lo que quiere, lo primero que tenemos que tratar de diferenciar es cuánto hay del decir del otro y cuánto hay de la alienación del niño al deseo del otro.”
Alba Flesler responde:
Sobre el caso Luana*
Cuando Luana nació, junto con su hermano mellizo, en 2007, aún no existía una ley que le permitiera llamarse así. Vivió los primeros años de su vida con un DNI que indicaba que su nombre era Manuel.
El 9 de mayo de 2012 el Congreso de la Nación sancionó la ley 26.743, conocida como Ley de Identidad de Género, que permite que las personas trans (travestis, transexuales y transgéneros) sean inscriptas en sus documentos personales con el nombre y el sexo de elección, siendo además la primera ley de este tipo en el mundo en no patologizar la condición transgénero.
En octubre del 2013, Luana, de 6 años de edad, se convirtió en la nena trans más joven en tener un DNI que reflejara su identidad de género. Según contó su mamá, Gabriela Mansilla, desde que pudo hablar, a sus 18 meses de vida, se identificó con lo femenino. Así comenzó el proceso por el cual Manuel, nacido varón, pasó a ser Luana.
A los dos años, Luana comenzó a manifestar en su cuerpo el conflicto con su identidad de género. Alopecia, insomnio, pesadillas, autoflagelación, incontinencia urinaria empujaron a Gabriela a realizar consulta con el pediatra de la niña. Finalmente, Lulú (nombre por el que se hacía llamar desde los 4 años) y su madre comenzaron a ser atendidas por un equipo interdisciplinario –encabezado por la psicóloga Valeria Paván, coordinadora del Área de Salud de la Comunidad Homosexual Argentina y asesora técnica del Programa de Atención Integral para Personas Trans del Hospital Durand–, que coincidía en la necesidad que afirmaba tenía Lulú de adquirir un nuevo DNI.
En 2011, Gabriela empezó a anotar diálogos y episodios de la transformación de Luana. Inicialmente, esta escritura fue más bien un ejercicio, ya que utilizaba sus apuntes para discutirlos con su psicóloga. Estas notas fueron el borrador para Yo nena, yo princesa. Luana la niña que eligió su propio nombre, el libro que Mansilla publicó en la editorial de la Universidad Nacional de General Sarmiento y que presentó en la Feria del Libro, en el año 2014, con el apoyo y acompañamiento de la Comunidad Homosexual Argentina (CHA).
Mansilla afirmó que espera que su libro pueda ayudar a otras familias que atraviesan situaciones similares.
*Ni Luana ni Lulú ni Manuel son los verdaderos nombres.
Transcripción del video:
Bien de actualidad el tema que estás planteando. Vos sabés que yo dicto un seminario todos los años en la Escuela Freudiana de Buenos Aires, además de estar en otros lugares pero ese yo lo llamo ‘mi seminario’; donde trato de abordar temas que estén muy en el centro de la polémica actual.
El año pasado justamente el título que tomé y que allí estuvo en la esencia de la discusión fue el cuerpo del niño, ‘El erotismo de los padres y el cuerpo del niño’ se llamaba el seminario. Y este año (2014), siguiendo con la línea de investigación respecto de estas temáticas, vamos a abordar la metamorfosis de la familia y la posición del analista.
¿Por qué plantear el erotismo de los padres, la metamorfosis de la familia y las consecuencias en relación al niño? Porque creo que en la historia del psicoanálisis de los niños se ha debatido en torno a una posición bivalente respecto de si aquello que ocurre con los niños es producto, determinismo, linealidad, de lo que los padres dicen, sienten, aspiran, desean, para ellos.
En ese sentido, hay toda una línea dentro del psicoanálisis que prefiere considerar que son los padres los que dicen, son los padres los que imprimen, son los padres los que de algún modo demandan e indican la orientación en el niño, no sólo de la sexualidad, sino de sus propias apetencias.
Dentro de esta línea, obviamente, hay toda una práctica ligada al trabajo con los padres y a una cierta convención de que son los padres los que finalmente debieran analizarse o ser reorientados respecto de las problemáticas que ocurren con los niños.
Frente a esta posición en psicoanálisis ha surgido, por eso te digo que es una posición bivalente, casi como una respuesta ligada a considerar que el niño es un sujeto de pleno derecho y que no hay que considerarlo un objeto determinado por los fantasmas de los padres y que, por ende, casi te diría no sólo se trata de tomarlo como un sujeto de pleno derecho en la línea de los Derechos del Niño sino también responsabilizarlo de sus actos.
Por ejemplo, muchos analistas han llegado a pactar un análisis con el niño e informar a los padres colateralmente.
Es casi, te diría, la otra cara de respuesta a la problemática en relación a si el niño está determinado por los padres o si él ya es un sujeto.
Dos clínicas que, como te decía, un poco inclinada a estas bivalencias, me ayudaron en mi disidencia a pensar que ni el niño no es analizable y que hay que abocarse a los padres porque como el niño aún no es el adulto constituido no puede ser analizado, ni pensar que el niño es analizable del mismo modo que un adulto.
Me llevó a conceptualizar que el sujeto al que se dirige un análisis tiene tiempos de constitución. Es decir que más que edad, tiene tiempos. Y le propongo muchas veces a mis alumnos, les digo ‘prueben en su práctica, cuando reciben a alguien en el consultorio, preguntarse al escucharlo qué tiempo tiene, no sólo qué edad’.
Entonces ¿qué permite pensar que hay tiempos y no que un niño es el determinismo puro del otro? Que el sujeto, en cada uno de sus tiempos, va respondiendo a la propuesta del otro.
Suelo decir que el otro le propone al niño y el sujeto responde al niño que el otro le propone. Esto vale para múltiples cuestiones de la subjetividad, entre las cuales también están los sistemas de identificación, entre los cuales están las identificaciones sexuales.
Entonces, volviendo al caso.
Dentro de la polémica que hoy se establece hay obviamente toda una perspectiva que intenta imprimir la naturalidad de la percepción respecto a la sexualidad, como si efectivamente se naciera con esa disposición.
Nosotros, desde el psicoanálisis, sabemos que las identificaciones están íntimamente relacionadas con estos tiempos del sujeto; que hay tiempos de las identificaciones y que lo que dice la madre no debe ser ajeno a aquello que aparece como respuesta del lado del sujeto.
Entonces, nombrar a un bebé; fijate que digo ‘bebé’, no digo ni nene ni nena, digo bebé… ‘Bebé’ es un neutro. Si digo bebé y le pongo un nombre de nena… Un nombre que antecede la existencia del viviente, porque el nombre anticipa un nacimiento.
Antes de llegar al mundo alguien tiene un nombre y ese nombre que, por otra parte, cuesta tanto encontrar. Por ejemplo, una paciente dice ‘el kiwi’; lo llama ‘el kiwi’ porque no terminan de encontrar…, hasta que no se sepa el sexo no pueden encontrar nombre.
Una vez que se le pone un nombre está la impronta del otro marcando un cierto vector, que no tiene porqué ser de un determinismo absoluto. Está, por supuesto, a considerar la respuesta que el sujeto va a dar a la propuesta del otro; pero no desconozcamos la propuesta del otro porque sino vamos a plantearnos, en nombre de la libertad de elección y la libre elección, un desconocimiento de uno de los elementos esenciales en la constitución del sujeto que es el alojamiento que el otro hace en su campo, de ese niño y de ese sujeto, y qué valor le imprime.
Esta mamá… Cuando yo escuché el caso, me quedó una pregunta. Me hubiera gustado mucho escuchar si ella deseaba tener dos mellizos (varones) o hubiera preferido tener un varón y una nena. No lo sé. Pero lo que sí me enseñó mi experiencia de tantos años de trabajo como analista es que el deseo de la madre, esto que el otro anhela antes de que nazca el niño, antes de que sea el viviente, de que él exista, es un elemento que no puede desconocerse a la hora del sistema de identificaciones.
Esto de que nació y dijo que quería ser… Cuando un niño dice lo que quiere, lo primero que tenemos que tratar de diferenciar es cuánto hay del decir del otro y cuánto hay de la alienación del niño al deseo del otro.
En este sentido, me parece que la respuesta social al respecto nos reclama, para poder tomar una posición de un debate profundo entre las perspectivas que pretenden naturalizar la autopercepción.
Por ejemplo, en el seminario del año pasado tomamos un caso muy interesante de un varoncito, anatómicamente masculino, que se identificó a los atributos de la masculinidad hasta cierto momento y en determinado momento dijo que se había dado cuenta que era mujer.
Empezó a hacer todo un cambio hormonal y en ese cambio hormonal volvió a descubrir que en realidad era un hombre. Es decir, los cambios que introdujo sobre su cuerpo y las variables prueban hasta qué punto la orientación no es algo que sea tan delimitado, determinado y natural para el ser humano. Requiere de muchas operaciones para lograr esa elección que nos permita decir.
Entonces, un niño debe ser tomado en relación a sus tiempos. No podemos desconocer los tiempos del sujeto porque vamos a encontrarnos con un modo de dejar a los niños en el desamparo en tiempos en que necesita de la presencia real de aquellos que cumplen función de otro en los tiempos de la infancia.
Lo podemos encontrar más allá de la sexualidad.
La orientación del deseo también tiene tiempos. Esos tiempos son profundamente dependientes de los recursos simbólicos con los que el sujeto va contando para reordenar pasajes en cada uno de los tiempos. No estamos hablando de desarrollo evolutivo, estamos hablando de redistribuciones y cambio de posición.
Por ejemplo, vamos a decir algo que se pueda entender, nuestro cuerpo tiene un funcionamiento erógeno que no responde a las reglas de la naturaleza instintual; si nosotros nos dedicamos a observar el reino animal hay fijezas de la relación satisfactoria y del objeto que lo satisface en todos los animales. La gallina comerá granos, el carnívoro comerá carne; el ser humano tiene, respecto de su cuerpo y del encuentro con la satisfacción de sus erogenizaciones corporales una relación bastante más compleja que la de la naturaleza, porque la naturaleza humana es la naturaleza del lenguaje.
Nuestra naturaleza es la naturaleza del lenguaje. Esto hace que todos los goces de nuestro cuerpo se vayan orientando en función de reglas que no son las de la naturaleza. Entonces, vamos al ejemplo, si en un primer momento para la erogenización oral de un cuerpo el objeto que guarda relación está en el cuerpo de la madre y el niño aprende a mamar, el sujeto encuentra su oralidad en relación a ese objeto en el cuerpo de la madre; en un tiempo posterior en la vida, va a poder disfrutar de besar los labios de otro cuerpo, un partenaire, que no sea la madre o que pase de disfrutar de la satisfacción de chupar su propio dedo y que quiera chupar otra cosa u otro cuerpo. Son tiempos que si no se dan ciertas redistribuciones en cambio de posición y cambio de los goces, no se producen.
Es un constatable en la clínica que alguien no se va a separar de un objeto al que queda fijado -volvemos al punto de fijación- en cada uno de los puntos erogenizados de su cuerpo si no se producen pasajes. No son evolutivos, no son naturales, pero requieren de ciertas operaciones que pueden o no producirse.
Entonces, infancia, adultez, adolescencia, no son edades sino que son tiempos de redistribución. Esto es fundamental para considerar en qué momento alguien puede decir ‘me cambio el apellido, quiero vivir en tal lugar, elijo libremente chuparme el dedo’.
Tenemos que hacer una distinción entre lo que implica un tiempo de fijación y un tiempo de orientación del deseo; y esto es clave a la hora de pensar el concepto de libertad, que es un concepto tan distorsionado en nuestro tiempo.
En nombre de la libertad, en nombre de otorgarle derechos efectivamente a los niños y a los sujetos se está perdiendo de vista cómo se llega a ese tiempo que llamamos libertad; y hasta qué punto si se lo precipita y se desconoce en esas operaciones necesarias, los niños, los adolescentes, los tiempos del sujeto, en lugar de ser libres quedan esclavos de goces que no pueden redistribuir.
Esto en la clínica se nota con un incremento de consultas ligadas a esta problemática.
Entrevista realizada por Iara Bianchi