Entrevista a Santiago Doria
Por Leila Gamba
El lindo Don Diego, precisamente es la historia de un Narciso que piensa nada más que en sí mismo y en su ropa y en su aseo. Y a partir de esa figura, al autor le permite criticar a ese personaje y lanzarlo hacia el público, a la sociedad, para que uno se vea como identificado y le provoque cierto rechazo ese tipo de gente.
En muchas de tus obras, o en las que elegiste para adaptar, la mujer tiene un papel protagónico, ¿esto es una búsqueda o simplemente casualidad?
Digamos que de casualidad. Pero, de todas maneras, en esa casualidad siempre debe haber inconscientemente una búsqueda porque, por esto mismo que vos estás diciendo, no es casualidad el que haya tanto mundo femenino en todas esas piezas.
Realmente me atrapa como idea. No es la primera vez que me lo dicen. Se fue dando, y seguramente hay algún tipo de elección interna.
¿Cómo describirías la adaptación que estás por estrenar de El lindo Don Diego?
El tema fue el siguiente: nosotros el año pasado fuimos invitados para representar a la Argentina al Festival Internacional de Teatro del Siglo de Oro Español en Almagro, España, que ya cumple este año cuarenta y dos años. Se hace todos los años durante el mes de julio.
Nos presentamos allá con La discreta enamorada de Lope de Vega que es la que habíamos estrenado en el 2017 acá en el Centro de la Cooperación donde tuvimos muchos premios: Ana Yovino ganó el premio a mejor actriz, yo gané el ACE de oro a mejor director, el premio Trinidad Guevara a mejor espectáculo. Fue acá muy rimbombante y allá también la recibieron muy bien. Incluso a mí me condecoraron con lo que se llama la Berenjena de Plata, que es un título como de embajador del siglo de oro español del Festival de Almagro.
Eso hizo que el director del festival, Ignacio García, nos invitara a concurrir este año con un nuevo título, y nos sugirió El lindo Don Diego de Agustín Moreto, otro autor del siglo de oro español que es menos conocido tal vez —acá sobre todo— que Lope, pero que es muy importante. Además este año se cumple el trecientos cincuenta aniversario del fallecimiento de Moreto.
Dos de las obras más hechas de él, más difundidas, son: El lindo Don Diego y El desdén con el desdén; entonces decidimos hacer El lindo Don Diego con el mismo elenco de La discreta enamorada.
Entonces, en julio de este año volvemos a España y vamos a hacer La discreta enamorada y El lindo Don Diego. En el Festival de Avilés primero —que es otro festival de teatro que se hace en julio también en España— vamos a hacer La discreta enamorada; en el Festival de Olmedo vamos a hacer La discreta enamorada; y en el Festival de Almagro vamos a hacer tres funciones —como una especie de estreno mundial— de la versión esta de El lindo Don Diego.
¿Qué tiene de especial la versión?
Lo que tiene de interesante El lindo Don Diego es que esta dentro de lo que llamaríamos, en el siglo de oro, la “comedia nueva”, pero “la comedia de figurón”. ¿Qué es “la comedia de figurón”? la que pone el acento en un prototipo, como diríamos el “burgués gentilhombre” en Moliere, acá el “Don Diego”, el “lindo”.
Así como nosotros decimos “lindo”, “qué lindo que es esto”, en España el “lindo” también se una para adjetivar a un egocéntrico, a un metrosexual, a alguien que se preocupa… a un Narciso digamos. Entonces, “lindo” sería como un sinónimo de Narciso.
El lindo Don Diego, precisamente es la historia de un Narciso que piensa nada más que en sí mismo y en su ropa y en su aseo. Y a partir de esa figura —por eso se llama “comedia de figurón”–, al autor le permite criticar a ese personaje y lanzarlo hacia el público, a la sociedad, para que uno se vea como identificado y le provoque cierto rechazo ese tipo de gente. Es como burlarse de ese tipo de personalidad. Esto le permite a Moreto hacer una serie de enredos y jugar con los personajes en donde el público realmente se divierte con la situación y, dentro de esa diversión, y dentro de ese entretenimiento, también está la reflexión de “qué toc” o “qué enfermo” el señor este con todo este asunto, “qué fuera de la realidad dentro de su narcisismo”.
¿Ustedes qué le aportaron a esta obra?
Obviamente yo tuve que hacer una versión en función de varias versiones que hay desde el original. Porque, obviamente, cuando hacés una obra de teatro clásico —como pasó con La discreta enamorada y otras obras que yo hice— hay que, tal vez, “peinarlas”, como se suele decir en el teatro; reducirlas un poco en la extensión de la obra; a lo mejor sacar algunas reiteraciones; podés sacar algún que otro personaje excesivamente secundario a los efectos de dejarla con menos gente para poder hacerla con mayor facilidad y, en este caso, llevarla de un lugar a otro con un poco menos de costo; de pronto si hay términos demasiado arcaicos, podés limpiarlo de esos términos. Es decir, hacerla un poquito más accesible al público de hoy sin perder la intensidad de la trama, ni tampoco perder la belleza del verso.
¿Por qué retomás autores del siglo de oro, autores clásicos, qué encontrás ahí de interesante?
Yo te diría que se me ha convertido de curioso casi en una especialidad. Desde muy joven me gustó leer a los clásicos y, particularmente, a los clásicos españoles. Dentro de los años de profesión siempre estuve dentro de los clásicos argentinos y dentro de los clásicos españoles. He hecho otras cosas también: he hecho obras de autores norteamericanos, franceses. Pero digamos que, fundamentalmente, el clásico argentino y el clásico español tuvieron una especial atención para mí.
Además de entretener y de su función más pasatista, ¿cuál creés que sea el rol principal del teatro?
Yo creo que el rol del teatro es la reflexión principalmente. Modificar. Que el espectador salga diferente de como entró, de alguna manera. Uno puede hacer una comedia, puede hacer un drama, puede hacer cualquier tipo de espectáculo… A lo que voy es que si vos te divertís, pero esa diversión también te lleva a la reflexión, no es simplemente un “pasar el rato” sino que es una forma de cultivarte.
¿Creés que se parecen en algo el teatro y el psicoanálisis?
En la medida en que le cambian la cabeza un poco a la gente, por supuesto que tienen puntos de contacto.
Fijate lo que yo te estaba hablando antes del figurón, o lo que hablamos a veces de esos autores como Moliere en Francia u Oscar Wilde en Inglaterra en donde tratan de mostrar a la sociedad arriba del escenario para que se vea reflejada y pueda rectificar o no sus propios defectos. Es como que ahí estamos en un campo bastante parecido al psicoanálisis: pretender sanarnos de nuestras fallas.
Mostrándolas.
Exactamente, mostrándolas. Sacándolas afuera. Exponiéndolas.
Leí que enseñaste a soldados mapuches a leer, ¿cómo fue esa experiencia?
Sí, porque yo soy maestro de escuela. Fui maestro de primaria, fui profesor de secundaria, de universidad también, digamos que soy docente por naturaleza. Pero de lo que primero me recibí fue de maestro.
Entonces, cuando estaba casi recién recibido de maestro me tocó, uno o dos años después, hacer la conscripción. Cuando hice la colimba, me mandaron como misión a Junín de los Andes. La hice en Junín de los Andes, en el Regimiento 26 de Infantería de Montaña, de esto hace más de cincuenta años.
¿Entonces qué pasa? En esa época: “¿a qué se dedica usted?” “tal cosa” “¿usted?” “tal cosa” “¿usted?” “soy maestro” “ah, bueno”. Como era maestro, entre otras cosas, me hicieron intervenir en lo que se llamaba la Escuela de Soldados, que tenía un director civil que venía de afuera, venía del pueblo de Junín al regimiento y determinados días y horas de la semana daba clases sobre todo a los soldados analfabetos. Como estábamos en Junín de los Andes había gente de todo el país: yo era de la capital, pero también había soldados de la zona que eran precisamente mapuches y algunos no sabían leer y escribir. Por lo tanto, me encargaba yo como maestro a enseñarles a leer a mis propios compañeros.
Qué interesante…
Sí, fue muy lindo. Fue una experiencia muy sólida para mí porque a esa edad estar tan lejos de tus familiares, de tus amigos, y poder cumplir con una misión tan potente, y de pronto ver el fruto de lo que enseñabas, y corregir oraciones donde tus propios compañeros que eran tus alumnos empezaran a escribir: “Mi maestro es bueno” “Yo lo quiero a mi maestro”. Era muy lindo. Podían escribir cartas a sus familiares inclusive.
¿Cómo ves hoy al sistema educativo?
Mirá, yo estoy un poco ajeno al sistema educativo actual porque estoy plenamente abocado al teatro y lo que tengo son alumnos de teatro.
Sé que en este momento se está luchando mucho por todo lo que tiene que ver con la cultura y la educación. Por lo que leo, por lo menos.
Como siempre hay gente más improvisada, pero también mucha gente muy preparada para el caso; funcionarios que ponen lo mejor de sí para que las cosas vayan adelante, y otros que ponen lo peor de sí para que las cosas no funcionen.
¿Creés que el teatro puede ayudar de alguna manera el sistema educativo? Sé que hay algunas escuelas que tienen teatro como materia…
Sí, sí. Es más, podría decirte que soy casi un precursor de la materia Teatro en las escuelas porque yo ya en los años setenta daba clases como materia no programática —no me acuerdo cómo se llamaba en ese momento—, fuera del horario de clases digamos. Empecé en el colegio Santa Rosa, de la calle Bartolomé Mitre, y después di clases en distintas instituciones.
Es una experiencia muy interesante, creo que puede hacer muy bien. Yo tengo como recuerdo algo que relaciona mucho con lo que estamos hablando. Yo tenía bastante relación como profesor de Teatro con el gabinete psicopedagógico y hablabamos de tal o cual alumna o tal o cual alumno.
Me acuerdo que hubo una alumna adolescente que ingresó porque la mamá la anotó, pero no estaba tan segura de querer hacer teatro. Entonces yo le dije: “Bueno, está bien, vos escuchá, si algún día querés hacer alguna cosa la hacés, si no querés no”. Entonces empezó tímidamente. De repente, un día en una improvisación hizo de árbol; otra vez hizo de roca; otra vez ya hizo otra cosa; y otra vez habló algo.
En la medida en que iba haciendo algo, exhibiendo algo, exponiendo algo, empezaba —yo que estaba en relación con la gente de psicopedagogía— a cambiar su conducta en el aula con sus compañeros, con sus profesores, en la relación con su familia. Es como dicen ahora “le abría la cabeza” un poco el teatro.
Digo, esto es un ejemplo, pero este ejemplo te da la pauta de que el teatro puede generar y formar.
Hoy sobre todo que los chicos están tan aislados en sus propios universos y les cuesta relacionarse.
Totalmente. Y además esto es una actividad que necesita estar. Estar en un presente. Poner el cuerpo, poner el alma, poner los sentimientos, poner todo.
Conectar.
Conectar, claro. No desconectar. Porque la máquina te ayuda a saber muchas cosas pero te desconecta del mundo exterior de alguna manera porque te encapsula en otro mundo, te desvincula de lo social.
¿Cómo te habías formado en teatro? Porque me decís que ya desde muy joven cuando eras maestro de escuela dabas clases de teatro…
Claro, ya desde adolescente había tomado clases de teatro. Entonces, cuando me recibo de maestro, ya en las escuelas, aprovecho mi conocimiento y mis habilidades teatrales. Entonces, con mi pedagogía y con lo que tenía de teatro empecé a caminar en ese sendero.
Decís que tenés prestigio pero no popularidad…
Es verdad. Yo soy un director “prestigioso”, por decir así, porque tengo muchos premios de todos los colores, y respetado, y he hecho trabajos muy importantes de los que estoy muy contento y muy orgulloso. Pero, claro, en general, el director de teatro no es una figura mediática, no es una figura popular. El actor es más, en ese sentido, popular, porque pone la cara, pone el cuerpo. Sí, tengo prestigio, no tengo popularidad. Hay gente que tiene las dos cosas. De tanto en tanto mucha gente sabe quién soy, me conoce, me pide un autógrafo, una foto, pero no desde la popularidad de alguien que a lo mejor sale todos los días…
De una estrella.
Claro.
¿Está sobreestimada hoy la popularidad?
Hay de todo. Yo creo que el término “popularidad” tal vez esté un poco maltrecho. Pero tener popularidad es algo lindo. En el sentido de que la gente te conozca, que te aprecie.
Había una actriz que se llamó María Casares, que fue muy importante, ella decía que la alagaba la popularidad, pero que le daba cierta nostalgia del anonimato. Porque de pronto la popularidad es muy linda porque sentís que la gente te quiere, te admira, qué sé yo; pero llega un momento que tenés unas ganas de estar solo, que nadie te conozca en ningún lado.
¿Qué te inspira hoy?
Hoy, aquí, ahora, estoy con dos estrenos que se han dado en simultáneo, cosa que me pasa muy poco porque trato de que eso no suceda, pero bueno, las cosas se dieron así.
El 5 de mayo estreno en el Centro Cultural de la Cooperación El lindo Don Diego, de Agustín Moreto, para después en julio llevarlo a España.
El 7 de mayo estreno en el Teatro de la Comedia un unipersonal con la actriz Estela Matute que se llama Gertrudis y está inspirado en la madre de Hamlet. Es una precuela de la obra, un invento de un autor —que se llama Fernando Musante— a quien se le ocurrió teatralizar el momento —que no está en la obra, pero que se desprende de ella— en el que Gertrudis decide escribirle a su hijo, pero tiene que contarle que se murió su padre y que ella se acostó con su tío. Y no se anima, no sabe como empezar a escribirle. Es muy interesante el monólogo. Eso va todos los martes en el Teatro de la Comedia.
¿Cómo es trabajar un unipersonal?
Diferente. En el sentido de que cuando trabajás con mucha gente tenés que manejarte desde otro lugar mucho más orquestado: como si tuvieras un violín, una viola, un clarinete, un chelo; en el unipersonal es como hacer un solo para piano o un solo de guitarra.
Hay un mano a mano directo constante con el actor o con la actriz que lo haga, tenés que ser muy minucioso en el camino y que esa potencia que tiene el monólogo pueda llegar al espectador de la mejor manera posible.
¿Te gusta trabajar con grupos?
Sí, me gusta. Creo que el que más tuve hasta ahora fue El conventillo de la paloma, la hice en el Cervantes durante varias temporadas: eran veintisiete personas. Ahora en El lindo Don Diego son ocho.
Obviamente es más complicado. Más que nada por el tema de ensayos, de horarios, de logística, de organización. El monólogo en ese sentido es más fácil porque nos ponemos de acuerdo vos, yo, y el asistente y vamos para adelante.
Santiago Doria no es tu verdadero nombre, ¿crees que sos un personaje de tu vida y de tu carrera?
Es posible que yo me haya hecho a mi mismo, o me haya rehecho para ingresar al mundo del teatro.
No es que mi familia se opusiera. Pero es como quien abre una casa de modas o un negocio de lo que quieras y le pone un nombre; y ese nombre te es tan familiar que sos más ese nombre que vos mismo. Yo estoy tan mimetizado con el teatro, con la profesión…
Siempre digo que mis dos grandes vocaciones son el teatro y la docencia: en ese momento que hago docencia de teatro ahí están conjugadas mis dos grandes pasiones.
En un momento dado, en la época en la que yo empecé también el hecho era ponerse un nombre que sonara un poco más tranquilo, que la gente se lo pudiera acordar —ahí estamos en el tema de la popularidad—. No es lo mismo llamarse Juan Alberto Stimalevich, que llamarte Juan López o Pepe Díaz. Algo que golpee y punto, que todo el mundo se pudiera acordar fácilmente.
Entonces, en muchos casos, muchos actores, directores, actrices, acostumbraban a cambiarse el nombre o el apellido, o el nombre y el apellido…
Si existiera el paraíso, y llegaras, y te estuviera esperando Dios, ¿qué te diría?
“Te saliste con la tuya. Te gustó lo que ibas a hacer, fuiste para adelante, y qué suerte que tuviste”.
¿Sos un afortunado?
Sí, totalmente. Me siento un afortunado de poder hacer lo que hago, de vivir de lo que hago, de ser respetado y querido por lo que hago. Totalmente.
Leila Gamba
Editora. Colaboradora inconsciente
Santiago Doria
Director