“Si ya está instalada la trasferencia, ¿por qué todavía no lo pasaste al diván?”.
El siguiente escrito parte de la interrogación por el sentido de la utilización del diván en psicoanálisis ¿Por qué es el elemento distintivo del consultorio de todo aquel que se define como psicoanalista? ¿En qué se funda ese privilegio? ¿Cuál es la función terapéutica del diván? ¿Tiene alguna efectivamente? ¿Constituye una herramienta al servicio de potenciar los efectos del psicoanálisis? ¿Es una tradición?
Para muchos psicoanalistas no hay psicoanálisis sin diván, salvo en los casos de psicosis, en los que la invitación a recostarse es entendida como un empujón hacia el abismo de la descompensación. Esta idea se sostiene en la consideración de que el diván es una herramienta al servicio de la asociación libre y la interpretación, y que solo en los casos donde estas son practicables, es decir en las neurosis, el diván es aconsejable. Suponiendo que esto fuese así… ¿Cuál sería la contribución del diván respecto del discurrir de las asociaciones y la potencia de la interpretación? ¿Hace falta evitar la disposición “cara a cara” para salvar a la relación transferencial de extraviarse en los laberintos de la especularidad? Si respondemos que sí es porque vemos en el diván un artificio capaz de condicionar la existencia del sujeto del inconsciente. ¿Será digno el diván de tales atributos, o será que la eficacia de la interpretación y el efecto en el lenguaje que llamamos “sujeto”, deberán buscar sus razones en otro lado?
Al poco tiempo de recibirme como psicólogo, comencé una concurrencia en un hospital monovalente. La referente de los consultorios externos me contó una vez que, en los años ochenta, para contrarrestar la ausencia de diván en el hospital, muchos colegas utilizaban los bancos de la sala de espera para recostar a sus pacientes. En ese momento la anécdota me pareció simpática. Hoy lo veo de otro modo: un grupo de mártires freudianos embanderados en la noble tarea de hacer entrar al psicoanálisis en el hospital, pero que al no poder hallar lo distintivo de su práctica en otro lugar que no fuese un elemento de su escenografía histórica, terminaron por confundir su disciplina con la repetición de un cliché. Es sabido que el diván no es el único artificio que goza de ese privilegio. Pueden incluirse en la lista la barba y las gafas del psicoanalista, los honorarios siderales o el silencio de muerte; también algunos de sus dichos, como “aja” o “dejemos acá”.
Es prácticamente un consenso que las “entrevistas preliminares” conducen, siempre que se diagnostique que no hay psicosis, al momento en que el analizante ya está listo para acostarse. Me ha tocado escuchar el reproche de algún supervisor: “Si ya está instalada la trasferencia, ¿por qué todavía no lo pasaste al diván?”.
Veamos ahora qué dijeron Freud y Lacan acerca del mueble más famoso del psicoanálisis:
“Mantengo el consejo de hacer que el enfermo se acueste sobre un diván mientras uno se sienta detrás, de modo que él no lo vea. Esta escenografía tiene un sentido histórico: es el resto del tratamiento hipnótico a partir del cual se desarrolló el psicoanálisis. Pero por varias razones merece ser conservada. En primer lugar, a causa de un motivo personal, pero que quizás otros compartan conmigo. No tolero permanecer bajo la mirada fija de otro ocho horas (o más) cada día. Y como, mientras escucho, yo mismo me abandono al decurso de mis pensamientos inconscientes, no quiero que mis gestos ofrezcan al paciente material para sus interpretaciones o lo influyan en sus comunicaciones”.[1]
Vemos que Freud hace referencia a tres cuestiones para justificar el uso del diván:
- La primera tiene que ver con su sentido histórico, el cual vincula el psicoanálisis con su antecedente, la hipnosis. Pero como lo que nos interesa es la pregunta por el valor terapéutico del diván, lo desechamos por resultarnos francamente banal.
- La segunda tiene que ver con una situación personal en relación a lo molesto que le resultaba a Freud tener que soportar la mirada de sus pacientes a lo largo de su jornada laboral. Su confesión ubica, entonces, al diván como una herramienta al servicio de la comodidad del analista, cuestión que, por supuesto, no es nada despreciable. Pero si el sentido del diván tiene que ver para Freud con su propia comodidad, es lógico pensar que otro psicoanalista podría encontrar la suya en el uso de cualquier otro artificio, o en el diván mismo, pero para ser el propio psicoanalista el que se recueste.[2]
Destacamos el hecho de que Freud no dice: “todo psicoanalista deberá acostar a sus pacientes, por más que atienda en un hospital monovalente de la Ciudad de Buenos Aires”, sino que confiesa que tiene un motivo personal para usar el diván, y que quizá, y solo quizá, haya otros analistas que lo compartan. Por eso, en el caso de que algún colega quisiera justificar un uso incondicional del diván en su fidelidad a la palabra del maestro, estaríamos en condiciones de cuestionar la ecuación.
- El último de los motivos que da Freud es el único que tiene un sentido eminentemente terapéutico dado que tiene que ver con uno de los principios fundamentales de su psicoanálisis: la neutralidad del analista. El diván contribuiría a la espontaneidad de las ocurrencias del paciente, al preservarlas de la influencia de los gestos del analista cuando se abandona a su escucha.
Analicemos ahora la siguiente referencia de Lacan:
“La clínica siempre está ligada a la cama —se va a ver a alguien acostado. Y no se encontró nada mejor que hacer acostarse a aquellos que se ofrecen al psicoanálisis, con la esperanza de sacar de ello un beneficio, el cual no está dado de antemano, hay que decirlo. Es cierto que el hombre no piensa igual acostado o de pie, esto por el hecho de que en posición acostada hace muchas cosas, el amor en particular, y el amor lo arrastra a todo tipo de declaraciones. En la posición acostada, el hombre tiene la ilusión de decir algo que sea un decir, es decir que importe en el real”.[3]
Al igual que Freud, Lacan echa mano del recurso histórico, en su caso al destacar la dimensión clínica del psicoanálisis. “Clínica” proviene del griego kliniké, término con el cual se designaba la práctica médica de atender a los pacientes en su lecho. Lacan aclara, sin embargo, que el hecho de acostar al analizante no garantiza la obtención de algún beneficio, y que el psicoanálisis incorpora el diván porque “no se encontró nada mejor”. Pero ¿no se encontró nada mejor para qué? Es como si Lacan hubiese dicho del diván: “es lo que hay”. Al final de cuentas, quizá sea esa la verdadera razón por la cual todos los psicoanalistas usamos el diván: lo usamos porque hay que usarlo, dado que somos psicoanalistas y todos los psicoanalistas usan el diván desde que Freud lo aconsejó.
Lamentablemente, Lacan no se detiene allí sino que decide extender su argumento a una suerte de divagación respecto de las implicancias del estar acostado sobre el decir y, en otro lado, agrega que invitar al analizante a recostarse es análogo a formular la regla fundamental[4]. Estos últimos argumentos, más allá de su ambigüedad, dan cuenta de que para Lacan, al igual que para Freud, el diván es una herramienta al servicio de la eficacia clínica del psicoanálisis.
Lacan pareciera sostener la idea de que el diván es aconsejable para todos los casos, lo cual se deduce de su apelación, en la cita trabajada, a la figura de “el hombre”, el universal antropológico de su época. Es diferente la posición de Freud, quien propone el uso del diván como uno de sus “consejos” o “reglas” a las cuales recomienda “no pretenderlas incondicionalmente obligatorias”[5]. De hecho, se encarga de presentarlas en conjunto en uno de sus “escritos técnicos” con la siguiente aclaración:
“(…) estoy obligado a decir expresamente que esta técnica ha resultado la única adecuada para mi individualidad; no me atrevo a poner en entredicho que una personalidad médica de muy diversa constitución pueda ser esforzada a preferir otra actitud frente a los enfermos y a las tareas por solucionar”.[6]
Freud siempre estuvo advertido de su condición de fundador de una nueva disciplina y en vías de un desarrollo que obviamente le resultaba imposible predecir. Sin embargo, las generaciones de analistas que lo sucedieron parecieran haber hecho de sus consejos un verdadero catalogo de mandamientos. Si evitamos leer a Freud con la devoción que suscita la figura del fundador, quizá podamos, como conviene hacer frente a cualquier consejo que recibamos, formularnos la pregunta acerca de su pertinencia.
El escondite del psicoanalista
La idea de la neutralidad del analista, en la que Freud se apoya para aconsejar el diván, está fundada en una epistemología de la observación directa, para la cual las cualidades de lo observado son independientes de las condiciones de la observación. Es decir, las cosas son lo que son y la observación tiene la función de descubrir aquello que, más allá de cualquier circunstancia, conserva su plena existencia solo que de modo inadvertido. Se trata de lo que Olympia Lombardi denomina “sentido común epistemológico”:
“Según esta perspectiva acrítica, la observación imparcial de los hechos es la fuente de todo conocimiento; tales hechos constituyen la base neutral sobre la que se funda la ciencia”.[7]
Ahora bien, lo que con Lacan llamamos “sujeto del inconsciente”, el sujeto con el que trata el psicoanálisis ¿se corresponde con esta idea de una observación neutral, o su existencia depende más bien de la intervención efectiva de una instancia de Otredad? Creemos que la noción lacaniana “deseo del analista”[8] da cuenta de que la segunda de las opciones es la correcta.
El deseo del analista es la noción que permite superar la encerrona disyuntiva entre la via di porre de la sugestión y la via di levare de la neutralidad[9]. Para Freud la sugestión es paradigmática de la terapia hipnótica, la cual opera como una “cosmética”, ya que refuerza la represión y, por lo tanto, “deja intactos todos los procesos que han llevado a la formación de síntomas”[10]. Por eso mismo, propone a la neutralidad como la única posición mediante la cual el analista evitaría imponer al paciente sus ideales y prejuicios, y así lograr que las ideas inconscientes sobre las que se edifica la sintomatología de las neurosis salgan a la luz. A diferencia de la hipnosis, entonces:
“La terapia psicoanalítica (…) no quiere agregar ni introducir nada nuevo, sino restar, retirar, y con ese fin se preocupa por la génesis de los síntomas patológicos y la trama psíquica de la idea patógena”.[11]
El analista debería cuidarse de no introducir nada nuevo ya que el inconsciente sería un contenido oculto cuya existencia sería plenamente independiente de su intervención. En esta perspectiva, la función del psicoanalista sería la de una tabula rasa en la que una escucha atenta y desprejuiciada permitiría registrar el contenido de la trama oculta del síntoma. La neutralidad es, por lo tanto, la máxima epistemológica de un psicoanálisis resignado al empirismo[12].
Lacan propone el “deseo del analista” como “el resorte verdadero y último de lo que constituye la transferencia”[13]. Se trata de una noción propia de un psicoanálisis en el que inconsciente, síntoma, pulsión, diagnostico, etc., ya no son modos de describir fenómenos que suceden a nivel del psiquismo del analizante, sino aspectos de una relación particular entre el sujeto y el Otro. Es decir, una vez admitido el deseo del analista, los conceptos deben ser pensados únicamente a la luz de lo que se produce en transferencia, la cual adquiere, a su vez, un nuevo estatuto:
“(…) nos dimos cuenta de que la complejidad de la cuestión de la transferencia de ningún modo se podía limitar a lo que sucede en el sujeto llamado paciente, en el analizado. Y por consiguiente, se plantea la cuestión de articular, de una manera un poquitito más incisiva de lo que se había hecho hasta ahora, lo que debe ser el deseo del analista”.[14]
Conviene hacer aquí una aclaración: el deseo del analista no es lo que la persona que se dice psicoanalista quiere, ni sus prejuicios ni sus ideales, sino que se trata de una noción que define una posición epistemológica particular, para la cual el saber es concebido en un sentido contrario a aquella otra en la que se apoya la idea de neutralidad. El saber no sabido del inconsciente será un producto del trabajo en transferencia, y no un contenido previo y oculto a ser descubierto. La noción “deseo del analista” se corresponde con los desarrollos de la física del siglo XX, los cuales demuestran un campo de fenómenos explicables solo a partir de la idea de que, como afirma Eidelzstein, citando a Hawking:
“la propia observación crea la realidad física de lo observado”.[15]
Como consecuencia, la realidad queda despojada de todo sustancialismo y atributo prediscursivo, y la existencia pasa a estar supeditada a la intervención ficcionalizante del deseo del Otro[16]. A partir de aquí, saber y realidad tendrán existencias inseparables a diferencia de aquella otra epistemología donde el primero se instituye como el testimonio de lo que se “desoculta”[17] de la segunda. La realidad pierde su esencia prediscursiva para convertirse en el campo simbólico producto de una particular elaboración de saber.
¿Qué lugar, entonces, para el diván en una clínica orientada por la noción lacaniana de “deseo del analista”? Si el psicoanalista efectivamente logra deshacerse del tufillo aséptico que comporta la idea de neutralidad, para fundar su posición en la función de un deseo, cuya “impureza”[18] no contamina lo observado sino que es su condición de posibilidad, ¿qué hacemos con ese artificio destinado a salvaguardar el dispositivo de todo aquello que no provenga desde el supuesto interior oculto del analizante?
Son muchos los lugares donde Lacan afirma que el inconsciente no tiene su sede en el analizante sino que su existencia depende del psicoanalista. Tomemos como ejemplo el siguiente pasaje:
“La cosa vale la pena de decirse, pues habilita al campo del inconsciente a tomar asiento, diremos, en el lugar del analista, entendámoslo literalmente: en su sillón”.[19]
Si, con Lacan, jugamos a asignarle al inconsciente un lugar en la escenografía del consultorio psicoanalítico, ese lugar no será entonces el diván sino el sillón del analista. La maniobra de Lacan busca fundar para el inconsciente una espacialidad topológica, en la que la diferencia interior-exterior y la consecuente idea de lo inconsciente como lo oculto en las profundidades del alma del analizante, queda disuelta en una concepción del inconsciente estructurado como un lenguaje. Dicha maniobra da cuenta de una subversión radical en cuanto al estatuto del saber y la realidad en psicoanálisis.
Si admitimos esta maniobra, ¿qué interés pueden tener para nosotros esos gestos que Freud pretendía sustraer de la mirada de sus pacientes mediante el recurso del diván? ¿Sigue siendo necesario que el analista se oculte para que se revele el inconsciente? ¿Por qué sostener un artificio al servicio de preservar el derecho de autor de las ocurrencias del paciente, cuando de lo que se trata es de un saber que no proviene de nadie sino que se revela cada vez como una producción novedosa e impersonal?[20]
Si hay casos en los que analista y/o analizante se deciden por el trabajo “cara a cara”, las ocurrencias del segundo que puedan estar referidas a los gestos del primero podrán ser consideradas como material del caso, y ya no como un obstáculo a la emergencia de un inconsciente interiorizado y, por ello mismo, autentico. Es decir, no hay observación directa, no hay pureza del caso, sino que todo lo que pueda decirse en nombre del caso es ya un efecto de la lectura del analista.
El psicoanalista se define por una función de lectura, la cual es condición necesaria para que pueda producirse ese “saber sin sujeto”[21] que configura la condición transindividual de la transferencia. Sin esa lectura no hay inconsciente, ni pulsión, ni repetición, ni caso alguno. Por eso, será esperable que el psicoanalista se comprometa en la búsqueda de precisar las características y los alcances de esa lectura, restando sus esfuerzos de la conservación de aquellos rituales que se corresponden con la idea de la observación neutral.
Perderá sentido, entonces, cualquier intento por garantizar la pureza del caso mediante la atribución inobjetable del saber en el analizante. Asimismo, se convertirá en una cuestión absolutamente banal que el mismo tome noticia de los gestos de su analista, o que se entere donde veranea o de qué cuadro es hincha. Si el analista es capaz de admitir la novedad de la noción deseo del psicoanalista en reemplazo de la neutralidad, le estará permitido salir de su escondite para volver a dar la cara, y hasta tomar la palabra, cada vez que la producción del saber no sabido del inconsciente dependa de ello.
Notas:
- Freud, S (2005): Sobre la iniciación del tratamiento (Nuevos consejos sobre la técnica del psicoanálisis). Obras completas. Tomo XII. Buenos Aires. Amorrortu editores.
- ¿Será esto a lo que se refiere Lacan cuando dice que el deseo del psicoanalista es lo que le permite a este encarnar el lugar del hipnotizado? Lacan, J (1968): Seminario 15, clase 5: del 10 de Enero de 1968. Versión completa de la Escuela Freudiana de Buenos Aires.
- Lacan, J (2007): Apertura de la sección clínica. Versión bilingüe Disponible en http://ecole-lacanienne.net
- En otro lado, dice que invitar al analizante a recostarse en el diván es algo análogo a formular la regla fundamental. Lacan, J (1966): Seminario 13, Clase 10: 9 de Febrero de 1966. Versión comparada de Jorge Tarella para la Escuela Freudiana de la Argentina.
- Freud, S (2005): Sobre la iniciación del tratamiento (Nuevos consejos sobre la técnica del psicoanálisis). Obras completas. Tomo XII. Buenos Aires. Amorrortu editores.
- Freud, S (2005): Consejos al médico sobre el tratamiento psicoanalítico. Obras completas. Tomo XII. Buenos Aires. Amorrortu editores.
- Lombardi, O. (1998). La noción de modelo en ciencias. Educación en Ciencias, 2(4) Disponible en http://cdn.educ.ar
- Este problema se encuentra ampliamente desarrollado en Bonoris, B. (2017). El deseo del analista en la obra de Jacques Lacan. Verba Volant. Revista de Filosofía y Psicoanálisis, 7(1). Buenos Aires. U.C.E.S.
- Freud, S. (2005): Sobre Psicoterapia. Obras Completas. Tomo VII. Buenos Aires. Amorrortu Editores. Pag. 250.
- Freud, S (2005): Conferencias de introducción al psicoanálisis. Conferencia 28: La terapia analítica. Obras completas. Tomo XVI. Buenos Aires. Amorrortu Editores. Pag. 410.
- Freud, S. (2005): Sobre Psicoterapia. Obras Completas. Tomo VII. Buenos Aires. Amorrortu Editores. Pag. 250.
- Empirismo es el nombre que recibe una doctrina filosófica, y en particular gnoseológica, según la cual el conocimiento se halla fundado en 1a experiencia (…) Para los empiristas, el sujeto cognoscente es comparable a una tabla rasa o a un encerado donde se inscriben las impresiones procedentes del “mundo externo”. Ferrater Mora, J (1965): Diccionario de Filosofía. Tomo 1. Buenos aires. Editorial Sudamericana.
- Lacan, J (2002): Posición del Inconsciente. Escritos 2. Buenos Aires. Siglo XXI.
- Lacan, J (1961): Seminario 8, Clase 7: 11 de Enero de 1961. Versión de Ricardo Rodríguez Ponte para circulación interna de la Escuela Freudiana de Buenos Aires.
- Eidelzstein, A (2018): El origen del sujeto en psicoanálisis. Del Big Bang del lenguaje y el discurso. Buenos Aires. Letra Viva.
- “El eje (…) es el deseo del analista, que aquí designo como una función esencial. Y no se me diga que a este deseo no lo nombro. Pues es precisamente este punto que sólo es articulable en la relación del deseo con el deseo. Esta relación es interna. El deseo del hombre es el deseo del Otro”. Lacan, J (1964): Seminario 11, Clase 18: 10 de Junio de 1964. Versión comparada de Jorge Tarella para la Escuela Freudiana de la Argentina.
- Se trata de la diferencia entre un saber que se descubre y un saber que se produce.
- “El deseo del analista no es un deseo puro”. Lacan, J (1964): Seminario 11, Clase 20: 24 de Junio de 1964. Versión comparada de Jorge Tarella para la Escuela Freudiana de la Argentina.
- Lacan, J (2002): Posición del Inconsciente. Escritos 2. Buenos Aires. Siglo XXI. Pag. 801.
- “(…) la puesta en cuestión del sujeto supuesto saber, la subversión de lo que implica… todo funcionamiento del saber… ¿dónde estaba entonces ese saber, ya sea el del número transfinito de Cantor o el del deseo del analista, antes de que se supiera?” Lacan, J (1968): Seminario 15, clase 5: del 10 de Enero de 1968. Versión completa de la Escuela Freudiana de Buenos Aires.
- “Que haya inconsciente quiere decir que hay saber sin sujeto”. Lacan, J (2012): El acto psicoanalítico. Reseñas del seminario. Otros Escritos. Buenos Aires, Paidós.
Bibliografía:
- Bonoris, B. (2017). El deseo del analista en la obra de Jacques Lacan. Verba Volant. Revista de Filosofía y Psicoanálisis, 7(1). Buenos Aires. U.C.E.S.
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- Ferrater Mora, J (1965): Diccionario de Filosofía. Tomo 1. Buenos aires. Editorial Sudamericana.
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- Freud, S (2005): Sobre la iniciación del tratamiento (Nuevos consejos sobre la técnica del psicoanálisis). Obras completas. Tomo XII. Buenos Aires. Amorrortu editores.
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- Lacan, J (1961): Seminario 8, Clase 7: 11 de Enero de 1961. Versión de Ricardo Rodríguez Ponte para circulación interna de la Escuela Freudiana de Buenos Aires.
- Lacan, J (1966): Seminario 13, Clase 10: 9 de Febrero de 1966. Versión comparada de Jorge Tarella para la Escuela Freudiana de la Argentina.
- Lacan, J (1964): Seminario 11, Clase 18: 10 de Junio de 1964 y Clase 20: 24 de Junio de 1964: Versión comparada de Jorge Tarella para la Escuela Freudiana de la Argentina.
- Lacan, J (1968): Seminario 15, clase 5: del 10 de Enero de 1968. Versión completa de la Escuela Freudiana de Buenos Aires.
- Lombardi, O. (1998). La noción de modelo en ciencias. Educación en Ciencias, 2(4) Disponible en http://cdn.educ.ar.
Pedro Carrere
Psicoanalista
Muy buena reflexión. En síntesis, el uso del diván no debe separarse de la singularidad del caso. Puede incluso ser útil en algunos sujetos psicóticos, para los cuales la mirada cobra un valor persecutorio.