¿Qué es la libertad sin ley sino una anarquía desmesurada de la muerte?
La libertad cuestionada
Por Elsa Labos
Es muy curiosa la introducción de la noción de peligro en el discurso con el que se asienta el orden social. La sociedad vive entre un “peligroso para sí mismo” y un “peligroso para los otros”. Jacques Lacan decía que sólo “Dios sabe que toda libertad es dejada a cada uno en este sentido”.
¿Qué es la libertad sin ley sino una anarquía desmesurada de la muerte? Hoy, la actualidad cobra la potencia del averno, del fuego sin rostro ni destino. Expuestos a la desesperada emergencia de un orden que ponga límite al sufrimiento anticipado de los hombres.
La naturaleza misma se hace presente bajo el rostro trémulo del suspenso como destino final del “Ser para la Muerte”, tal como lo profería Heidegger; la verdad del ser como tiempo. Decía Heidegger: “El ser ahí tiene que llegar a ser él mismo lo que aún no es”. El ser ahí se constituye como un todo propio en el cual puede comprenderse como posibilidad, al cobijo de estas tres experiencias: la angustia como fenómeno que anticipa la finitud; la muerte como mi muerte, esto es, precursada; y el proyecto arrojado a su propia responsabilidad. La propiedad aparece perfilada como una angustia que ante la nada no retrocede, sino que en ella precursa la muerte, remite al ser ahí, a su carácter deyecto, caído, también de manera propia.
Según Heidegger, sólo hay dos acontecimientos importantes que pueden obligar al Dasein [ser ahí] a mantenerse en el movimiento ajetreado de la alienación tranquilizante: la angustia y el adelantarse hasta la muerte. El ser humano para escaparse forzadamente hace intervenir una temporeidad muy peculiar. De cierto modo, seguramente podríamos decir que el Dasein está “en” el tiempo: se desarrolla entre el nacimiento y la muerte. El primero, pertenece a un pasado bien determinado; y el segundo, a un porvenir indeterminado.
Una pregunta surge de inmediato, ¿es el hombre contemporáneo el que define un destino anticipado y perfectamente proyectado? De ser así, pondría un final coagulado en el tiempo.
La tesis fundamental de Giorgio Agamben se resume en la articulación entre lo que acontece en el lenguaje y lo que acontece en la política: el poder soberano opera una radical separación entre la vida y su forma, y así le supone una vida amorfa. En otros términos, señala que la misma experiencia propuesta en el caso del lenguaje, también valdrá para la dimensión política. Desarrolla y despliega de una manera por demás fluida lo que implica la instauración social en la modernidad de lo que llama una “política de la profanación”. Tal fenómeno queda definido como operación teórico-política que interviene sobre la tradición mesiánica de Occidente. Su planteo permite recuperar lo político desde otra dimensión, libre de las determinaciones que lo condicionan.
La construcción discursiva expresada en el campo social, fundamentalmente en términos de poder, nos convoca a la necesidad lógica de introducir el devenir pulsional, el inconsciente del sujeto y su poder profanatorio en la propia estructuración. En este sentido, otorgamos al acto profanatorio[i] un valor tanto instituyente como destituyente del campo social ya que, en virtud del poder de la ideología en la política, motoriza la creación de los mitos políticos. De esta manera, el poder del significante se instala como operador que estructura, que ordena lo social a partir de las construcciones míticas-políticas; pero también puede llegar, en casos extremos como el genocidio, a destituir todo intento de ordenamiento social. Esta imbricación entre sujeto y cultura revela un margen, un límite, una imposibilidad de base a las construcciones míticas en que se sostienen las políticas sociales.
La vuelta a la esencia de lo natural concebida desde la ciencia, nos marca indefectiblemente el camino en la era contemporánea, a la brutal tendencia inescrupulosa ejercida con férrea voluntad, a la creencia total basada en una omnipresencia no surgida de la magia sino del inesperado despotismo de los hombres. La estructura axiomática parte de un precepto de aplicación general, cuyo fundamento lleva la marca de la posibilidad del hombre de encarnar un personaje que presida La ley, pero convertida en Su ley. Una ley singular, paradójicamente transformada en la praxis social en “una ley sin ley”. Es decir, arbitraria y singular, que presiona a la sociedad, lejos de la ley del ser ahí hegeliano, al ejercer un adiestramiento puro del poder, léase: los malos y los buenos, los pobres y los ricos, los creyentes y los laicos, los blancos y los negros, y así sucesivamente. Se trata de una dialéctica coagulada en su juego, no hay matices, no hay escape. Esta cruda discriminación tiene un objetivo perfectamente planeado: hacer de la sociedad una fábrica de exclusión.
La pandemia que padecemos descentra al mundo, transformando la muerte en un trabajo artesanal de manipulación biológica. Desnuda al hombre en sus más bajos instintos. ¡Sálvese quien pueda! Ya no hay margen para proyectar un destino personal. Se observa una coagulación del sujeto, donde el mal reina sobre el bien, principio ya enunciado sagazmente por Sade con su pluma afilada. La actualidad sadiana se presenta cual maléfico diablo, fantasma de la crueldad que abre las puertas del infierno.
Apelamos a la angustia inefable, la que puede en el sujeto registrar el límite de la vida. Su función es, nada más ni nada menos, diferenciar lo ético de lo que está fuera del mundo con olor nauseabundo.
La arbitrariedad de la aplicación de la “Ley sin ley”, bien llamada por Agamben (cuando describe lo que se permite el hombre) “Estado de Excepción”, cuyo fundamento se sustenta en universalizar, sin impunidad, la responsabilidad. En otras palabras, se anula la ley constitucional y se sustituye por otra arbitraria.
La construcción política del Estado de Excepción constituye “[una] tierra de nadie entre el derecho público y el hecho político, y entre el orden jurídico y la vida”. Esta aporía se resume como sigue: “[S]i los procedimientos excepcionales son fruto de los períodos de crisis política y, como tales, han de ser comprendidos no en el terreno jurídico sino en el político-constitucional, acaban por encontrarse en la situación paradójica de procedimientos jurídicos que no pueden comprenderse en el ámbito del derecho mientras que el estado de excepción se presenta como la forma legal de lo que no puede tener forma legal”.[ii]
Siguiendo a Lacan en el año 1946, existe una ilusión de autonomía que se asienta en nuestras contradicciones y paradojas, no en ser títeres manipulados, esclavizados por el ideal.[iii]
El valor simbólico del “El Ser para la muerte hegeliano”, hace un giro siniestro, sufre una torsión de no retorno, por el vuelco hacia un procedimiento que lleva al sujeto y a la sociedad a ejercer una “voluntad sin límites” como valor axiomático. Es el caso de una sociedad que por no reconocerse en otra función, sino la utilitaria, lleva al individuo a sumergirse en la angustia ante una concentración amalgamada del lazo social. Es el drama social que domina a nuestro tiempo.
El riesgo de la locura de la conformación de las masas se mide por el atractivo mismo de las identificaciones en las que el hombre compromete a la vez su verdad y su ser. La locura social se presenta como conformismo social. De este modo, se anula el distinto y el igual al mismo tiempo. Hecho que así concebido produce un lugar donde el caldo de cultivo de la muerte justifica llegar a desear la muerte de lo que se percibe como más ajeno y brutal cuanto más cotidiano aparece, llegando al extremo de pasar el límite permitido por la ley simbólica: matar con total impunidad.
Lo inasible de la muerte se precipita en la vida, en la humanidad del hombre. Si es posible para el hombre poder paliar su mortal naturaleza, podremos contar con un resto de humanidad, aquella que pueda procesar la dimensión ética de la política que tenga como finalidad de limitar la construcción de la “Ley sin ley”, denunciando esa posibilidad como uno de los “Pecados capitales del hombre”.
Las palabras de este breve escrito pueden empujar a creer que no hay salvación alguna y, por el contrario, están inspiradas en la intención de contemplar la esperanza de conseguir vivir con cierta dignidad.
El poder maligno del hombre hace estragos a la humanidad, pero no es sólo con ese poder con el que contamos. Nuestras miradas pueden no cegarse en el fuego de los infiernos, si disponemos de velos, de matices, de colores, e incluso de apelar a la belleza y al poema de aquello siniestro para aliviar la realidad con ficción y nutrir la fantasía con otros días, otros momentos, otros textos. Nuestros ojos también fueron hechos para observar a través de las mirillas que muestran paisajes aparentemente escondidos pero que están allí y al acercarnos no vemos tanto como olemos esos aromas que son testigos de que aún respiramos.
BIBLIOGRAFÍA
Agamben, Giorgio, Estado de Excepción (homo sacer II, 1). Trad. Antonio Gimeno Cuspinera, Pre-Textos, Valencia, octubre 2004.
Ibid, Profanaciones.
Heidegger, Martín, Ser y Tiempo, Madrid, Trotta.
Lacan, Jacques, Escritos II, España, Siglo XXI.
Ibid, Escritos I.
NOTAS
[i] El acto de profanación es un fenómeno equiparable a la lógica sostenida en la castración, forma parte de la estructura del sujeto y por tal razón se involucra en el ámbito político-social. En tal sentido, lo posible en lo social es el lazo social, el cual depende de la inscripción del Nombre del Padre, del Padre como nombrante. Inscripción que permite el anudamiento de los campos simbólico-imaginario y real, RSI, Es lo que posibilita el acto de profanación (castración) en el sujeto y con ello la emergencia del lazo social. Siendo un hecho de estructura entraña una “política” del sujeto, la que da lugar y emergencia del lazo social.
[ii] Agamben, Giorgio, Estado de Excepción (homo sacer II, 1) (trad. Antonio Gimeno Cuspinera, Pre-Textos, Valencia, octubre 2004), 135 pp.
[iii] Cita de Lacan tomada de Acerca de la causalidad psíquica (1946):
“No me aparto, luego, del drama social que domina a nuestro tiempo. Lo que ocurre es que el juego de mi títere dirá mejor a cada cual el riesgo que lo tienta cada vez que se trata de la libertad. Porque el riesgo de la locura se mide por el atractivo mismo de las identificaciones en las que el hombre compromete a la vez su verdad y su ser. Lejos, pues, de ser la locura el hecho contingente de las fragilidades de su organismo, es la permanente virtualidad de una grieta abierta en su esencia.” La ilusión de autonomía se asienta en el desconocimiento de la dialéctica del Otro que hace del a-sujeto sujeto, dividido, pero sujeto y no títere manipulado, esclavizado, por el ideal.
Elsa Labos
Psicoanalista. Escritora