El deseo de Bart*
Mejor que repetir y suplicar, nunca olvidar
“Hay un capítulo de los Simpson…”
Siempre hay un capítulo de los Simpson. Estamos algunos atravesados por esos capítulos, por la repetición durante los fines de semana de la serie animada, por la infancia y la adolescencia en compañía también de la serie. A pesar de haberlos visto en más de una oportunidad, el logro de Los Simpson es que se los sigue mirando. Sabemos qué va a pasar, de qué se trata el capítulo, pero se los sigue mirando.
En la temporada 23, uno de los primeros capítulos, muestra cómo Bart, educado ahora por el Superintendente Chandler, aprende. Tienen que sacarlo del colegio, llevarlo a hacer estudios de campo. No pudieron los maestros, tampoco el director conductista inoperante, pero el Superintendente sí. Se lo plantea como un desafío, el desafío, su desafío. Convertir a Bart Simpson en un estudiante. Lo consigue, Bart se interesa por la historia de los Roosevelt. Bart se interesa por la historia. Bart estudia.
Es uno de los primeros capítulos de la temporada 23, de la serie del deseo de Bart. No es una nota de color, porque durante esa misma temporada, Bart vive algo muy divertido que nunca volverá a hacer, en uno de los capítulos finales de la temporada 23: disfrutar de esas vacaciones, que no es lo mismo que disfrutar de las vacaciones. Por ahí, como ahora aprendió el valor de las vacaciones porque se puso un poco más estudiante, esas vacaciones en el crucero son sus primeras vacaciones verdaderas del ciclo lectivo, eso que ahora le hace ciclo rutinario, después de estudiar a los Roosevelt. Después de estudiar, el descanso.
Aprende que el descanso, las vacaciones, tienen que ser terminables. Para que se puedan volver a terminar algún día. O en otra lógica dentro de la misma lógica: para que existan las vacaciones, tiene que haber habido un trabajo, para tomarse vacaciones de eso y que terminen, para empezar a trabajar y así volver a tomarse otras vacaciones, no iguales.
El capítulo se llama “Algo muy divertido que Bart no volverá a hacer”, -se trata del capítulo 19 de la temporada 23-. Y la escena del principio, la de la familia llegando a ocupar el sillón delante de la tele algo anticipa. No es un capitulo vacío, ni es un capítulo más. Es un capítulo referido a los nombres, a los significantes, a las representaciones en ausencia, a las representaciones significantes. Se trata de un capítulo sobre la ilusión de creer que existe la posibilidad de desprenderse de eso, los nombres, y alcanzar una satisfacción absoluta, plena, eterna. Se trata del pasaje del goce como ‘todo’ posible a ‘un’ deseo posible, por lo imposible que representa no estar del todo representado por los nombres del Otro.
La caja de pandora, el virus pandora
El capítulo comienza con la rutina de todos los días. Todos los días son iguales, se repiten aunque algunas cosas cambian, pero siguen siendo las mismas. Ese viernes, la publicidad de los cruceros despiertan la desesperación, despiertan la salida posible de esa rutina y los gritos de Bart: “quiero, quiero, quiero”. Una posibilidad de la ilusión del goce absoluto en palabras, querer, todo, no saber qué se quiere, pero ya, como el tema de Sumo.
Cuando va a comentárselo a los padres, para que organicen el viaje, se encuentra con un reproche. Marge le dice a Homero que de no haber sido por la invitación que éste les hizo a sus amigos en un restorán, podrían irse de vacaciones. Homero, lúcido como siempre, le responde: “Tal vez gaste ese dinero con mis amigos, porque ellos no se quejan del dinero que gasto con ellos”. Que Marge es fóbica, ya lo sabemos y amerita un escrito aparte. Pero el reproche forma parte de la temática del capítulo: no gozarás ni de un poco –ahí está la fobia de Marge, el miedo a gozar un poco, a pesar del trabajo- o bien, si lo haces, viene la recriminación. Homero no goza ni de la comida, ni de pagar la cuenta, ni tampoco de sus amigos. Él nos lo cuenta: un poco, gozar de que nadie le diga que no lo haga cuando lo hace. Vive en un palacio de dos pisos, con un patio enorme, trabaja en una planta que explota a sus empleados, que a su vez están sometidos a los caprichos de un viejo millonario. Llevó a su familia a recorrer casi todo el mundo y jamás se le cruzó por la cabeza estar con otra mujer, a pesar de haber tenido las oportunidades para hacerlo. Se casó con otra y se hizo cargo, pero Marge hay una sola. ¿No se puede tomar él también unas vacaciones de la rutina invitando a sus amigos a comer filetes? Vacaciones de las vacaciones de familia y de la rutina diaria.
Pero el capítulo es sobre Bart y cómo descubre el valor de las vacaciones. A tal punto que decide vender todas las cosas de su habitación con tal de pagar la habitación más barata en el crucero. Valor y precio ahora ya tienen para él otra connotación. Ese crucero, llegar a ir, es impagable. Al otro día encuentra un jarro donde guardaba sus ahorros para irse de viaje, repleto de dinero. Estaba dispuesto a todo, pero encontró un límite a la posesión demoníaca por el goce. No hizo falta asesinar al gato a cambio de los favores que le pidió al diablo. No hizo falta que se vuelva loco, a pesar de darse cuenta que las cuentas no le dan y termina con el ánimo por el piso. La familia responde y los Simpson se van a un crucero. ¿Será la mejor vacación de la vida? ¿LA mejor?
El crucero, Royalty Valhalla(1) es tremendo. Empiezan los recorridos por las habitaciones, hasta que por errores administrativos les termina tocando LA habitación. Bart se desmaya, no la puede creer. Es mucho, demasiado y arranca. Se puede hacer de todo, no hay límites. Está casi todo permitido, hasta donde te dé el físico. Lisa consigue sus lugares, Homero y Marge no tienen que preocuparse por el cuidado de los hijos y pueden disfrutar del sexo de las vacaciones, del sexo en el océano que permite que también puedan tomarse vacaciones de eso. El movimiento de las olas hace el trabajo, le dice Homero a Marge. Una vacación perfecta.
La canción del comandante del crucero les anticipa a todos la desilusión. “Esto en casa, no pasa”. Algo así como lo que la cultura yanqui también instalo respecto a permitirse un poco de reviente, algo del palpitar: “Lo que pasa en Las Vegas, se queda en Las Vegas”, a modo de tabú. ¿Acaso no es eso el tabú? Algo que permita un poco de satisfacción sin que nadie se entere de lo que a uno le da satisfacción, le hace subir la temperatura, la fiebre. Disfruten, mientras puedan. Porque en casa, lo que hacen acá, es de enfermos, anuncia la canción del Capitán. Por eso, tranqui… queda acá. En el salón de los muertos, en el crucero.
La cara de Bart lo dice todo. Lo que queda de vida, irá cuesta abajo. Costará demasiado. La imagen de la cercanía de la muerte en un hospital nos muestra a un viejo Bart, melancólico por las vacaciones que alguna vez tuvo. Un viejo que sólo tuvo una única semana buena en su vida. Y las otras fotos, los recuerdos antes de morirse o antes que lo que queda de vida se termine, son retratos de la rutina mortificante por las obligaciones que impone la cultura. El estar mal, como el culo en la cultura y lo que nos demanda. De los hijos a la silla de rueda que es llevada por los hijos para depositarlo en el hospital. Una serie de retratos de mierda. Una cagada.
No va a quedar todo así. Algo hay que hacer y aparece la picardía y la astucia que no pudo atemperar el conductismo inoperante de Skinner(2), ni de los maestros y sólo el Superintendente logra algún logro. Si para hacer que eso perdure, Bart está dispuesto a todo, entonces las consecuencias por la ilusión de que el goce como satisfacción absoluta no es posible le darán una lección. A él le funciona eso, las lecciones de campo.
Algunas escenas muestran como todo en el crucero empieza a irse un poco al carajo. Ese lugar de los barcos a donde mandaban a los castigados. Homero y Marge se confunden, a Lisa la compran con chamuyos baratos y se la pasa mirando las estrellas. Está en el cielo, en las nubes… la racional de la familia podría perder la cabeza por esos dichos sin elaboración de los galancitos de turno. Algo no anda bien.
Suena la alarma y un capitán anuncia la desgracia. En tierra firme un virus invade a la población y se recomienda a los barcos que se mantengan en alta mar. “La epidemia del mortífero virus Pandora se esparce rápido”. Incomunicados, empieza otro crucero. Indefinidamente, vacaciones para siempre.
Aparece el crucero podrido. No estaban preparados para lo indefinido de las vacaciones para siempre. Eso es de terror, horroroso. Los escasos de recursos enloquecen. El guardavida ahora es un mesías esotérico que anuncia las consecuencias de no haber seguido sus advertencias. Él es un guardavida, salva vidas, un Jesús del crucero que da su vida por los pecados de los nadadores que cometían el pecado de correr por el borde de la piscina. El Capitán noruego anuncia, lo que hace rato viene avisando: “el orgullo de la humanidad nos condenaría”. La vida aparece como ruinas en un barco que era sólo para disfrutar de la vida. O bien, poder despejarse de la vida diaria para morir un poco en esas vacaciones de excesos. El exceso condena, la ilusión del todo posible sin consecuencias. Los suministros se agotan y aparece el plan de instalar una civilización en la Antártida. Lo humano no resiste el todo absoluto del indefinido y necesita armar algo de estructura, civilizar algo del ardor del cuerpo para que no se pudra del todo. Incrustar los significantes, hacer cadenas. Estar fríos, congelar la calentura. Vamos a la Antártida.
La comedia ya no es comedia. Ahora la regla de oro para no enloquecer es divertirse siempre. El dinero no sirve, las preocupaciones por la falta de certezas y coordenadas anulan la posibilidad de los encuentros amorosos o deja entrever que los encuentros amorosos no pueden durar para siempre y debe haber ciertos desencuentros para encontrarse, los nerds vuelven a la edad media –el panorama es medieval- y comienzan a rescribir las novelas y textos fundacionales de la cultura. Los libros se prendieron fuego, la cultura se perdió, como la novela de Bradbury, Farenheit 451. Los nerds hacen un esfuerzo para que los sobrevivientes del supuesto virus, no se queden a la espera de la esperanza de una solución. Idiotizados esperando con la esperanza de que algo surja. Que quede un registro de la cultura humana.
Nadie puede disfrutar de su vacación eterna. No se puede disfrutar de eso y los que creían que sí, manteniendo viva la esperanza de que sí, se chocan con la realidad. Aparecen las demandas desbordantes. Los castigos son la diversión absoluta y las sentencias mandan a los acusados a la fila de conga, por horas.
A Bart lo descubren Lisa y Marge. Lo desenmascaran. Bart no es un canalla o un niño diablo, quería que la mejor semana de la vida de su familia durará para siempre. Descubren que él fue quien editó el video del virus de pandora e incomunicó a todos en el barco. Los destierran del barco y los tiran en la Antártida y Bart pide perdón, acepta que se merece los castigos. Repite, no debo, no debo. Pero reconoce que lo hizo por la familia. Se encuentran con la comunidad de pingüinos y Lisa aprovecha. Como viven los pingüinos es como se debe vivir la vida. No es tan malo el malestar y se puede divertir uno cada tanto. La vida es dolor y rutina, pero el truco es disfrutar de lo poco –un poco- de las cosas momentáneas que nos dan placer. Parafraseando a Lisa, algo que venga a atemperar esa ilusión de volver a encontrarse con el objeto que nos empapa de satisfacción es el placer de un poco de eso, como límite. Un límite, un poco, de a poco, son frases significantes que hacen serie. Seriación significante para no quedar tomados por la fantasía de estar al palo todo el tiempo, de vacaciones toda la vida. Es necesario que eso aparezca, habría pobreza simbólica si no pasa, porque no pasa nada más que eso, ese único recuerdo. La mejor vacación a cambio de poder irse de vacaciones, por el trabajo y los recursos que se tienen.
“La humanidad debe resistir”, dice el capitán de la película del virus pandora. Y uno asocia y considera que a lo que se debería resistir es a creer que es bueno que lo último que se pierda sea la esperanza. No es tan bueno que, en la caja de pandora, a modo de virus que invade la cultura, nos hagan creer que está bueno perder por último la esperanza, por alcanzar la felicidad como un lugar a donde llegar. Nos comemos cualquiera por estar esperanzados, hipnotizados con la ilusión de que podremos alcanzar la satisfacción total a pesar de estar tomados por la mortificación significante, alienados por el lenguaje y creer que lo que queda como resto, es posible encontrarlo. Esperanza y desesperanza por la búsqueda.
Homero, de nuevo lúcido y una de sus frases: “Deja de pensar en la diversión y diviértete”. Basta de lo interminable, la diversión, en contraste con el placer de lo placentero que en algún momento se termina y ese término, tranquiliza. Lo hace soportable.
Y aparecen fotos nuevas, retratos de una vida dichosa a cambio del momento de felicidad, de la fiebre por la libertad sin rutina. La respuesta a la búsqueda de felicidad es la búsqueda de la dicha, sin garantías de una alegría eterna. Para que pueda haber serie, continuidad, retratos, temporadas, capítulos, viajes que hagan a la vida un viaje. Un gran viaje, con itinerarios, mapas, brújulas. La diferencia entre el goce y el placer o el pasaje de la compulsión obsesiva de pensar en divertirse al deseo de tener una vida entretenida. Tener una vida, entre tanto dolor, pérdidas, frustraciones, impotencias, entretenida. Mucho todo el tiempo a de a poco y cada tanto, entre tanto. Ese fue el gran viaje del goce de Bart, a partir de su interés por la historia de los Roosevelt y las vacaciones eternas, para lograr que su historia sea interesante para contar, en los retratos que hacen serie. De a poco, un poco, las fotos de lo que sucede y sucedió, sucesión de los hechos de la vida.
Los recuerdos del gran viaje que fue la vida para ese Bart viejo en un hospital. A solas, con sus recuerdos. En lugar de estar solo, en la soledad, con el pobre Nelson. Nunca olvidar, los recuerdos. Y la lógica de “de a poco” y “un poco” como nombres posibles para las posiciones deseantes, que atemperan el goce y despiertan placer, como límite. Como un no-todo posible, que no es igual que lo imposible. Un poco posible, de a poco.
(1) Del Nórdico Antiguo, “Salón de los muertos”. Interesante y acierto de los guionistas.
(2) Inoperante por creer que a partir del castigo se puede lograr algo. O todavía no nos enteramos que las mil veces no debo en el pizarrón no funciona. Igual se interesa por Bart, pero no por otros métodos. Otro personaje que amerita un escrito aparte.
*Recorte del presente texto publicado en http://www.elsigma.com/cine-y-psicoanalisis/lo-que-los-hijos-heredan-de-sus-padres-pero-no-estan-dispuestos-a-poseer-acerca-de-los-simpson-y-charlie-y-la-fabrica-de-chocolate/13102