[Video] Qué es el amor por Patricio Leone

”Para un paciente, ver llorar a su psicólogo debe ser terrible. Se supone que uno tiene que sostener, contener. Si te ponés a llorar es como que le das una sentencia a muerte.”

Transcripción del video:

Me digo psicólogo y no psicoanalista. Porque muchos me presentan como psicoanalista porque en este país, se psicólogo es ser psicoanalista; es la corriente hegemónica.

La mainstream en Argentina es el psicoanálisis, pero me defino como psicólogo porque me parece que mi práctica clínica toma de un montón de lugares muchos recursos y herramientas. Me gusta el proceso integrativo.

Me gusta el concepto de “tool box“, caja de herramientas. Como digo siempre: “Si vas a arreglar un auto, no disponés solamente de una pinza. Llevás una pinza, llevás un destornillador, llevás un martillo, no sé, llevás un montón de herramientas”. Así concibo yo la clínica.

Todos los pacientes son merecedores de viñetas. A mí me gusta escribir, entonces, cada tanto escribo alguna viñeta; que la escribo casi con forma de cuento. Me gusta presentarlas como narraciones. No me gustan esas viñetas que describen: “El paciente N, de 33 años dice…”. Me gusta presentarla como un cuento, como una historia.

Los perfiles en las redes sociales son públicos, entonces a veces mis pacientes me “stalkean”. Entonces me dicen: “¿Yo no soy merecedor de ningún cuento?”. Sí, todos los pacientes son merecedores de viñetas. Pero, bueno, algunos te impactan más que otros.

En cada viñeta, yo trato de exponer un concepto, pero no bajo la forma de conceptos. Esto me lo enseñó mucho la docencia. Yo soy docente. Y soy docente de escuela secundaria, de cuarto y quinto año, y hasta hace unos años también de tercero, en provincia.

Di clases muchos años en La Matanza, donde los chicos vienen con un “background” cultural muy pobre. He dado clases en colegios en donde había chicos que vivían en una villa, o en asentamientos, con padres analfabetos, que no habían visto nunca un libro… Entonces, trasladarles un concepto a ellos es una tarea difícil.

Yo daba Psicología, también he dado Filosofía ahí, pero daba habitualmente Psicología, y explicarle a un chico el concepto de inconsciente es muy complejo porque el concepto de inconsciente es muy abstracto.

Cuando vos le decís que es algo que produce efecto, que no está en ningún lado, que no se puede tocar, pesar, oler, gustar, el pibe te mira como diciendo: “Pero, ¿y qué es? Pero, profe, en algún lado tiene que estar”; y vos no le podés decir: “Sí, está encabalgado en el lenguaje…” Porque el pibe te va a mirar y te va a decir: “No entendí”. Se desconectó y se fue.

Se llama “transposición didáctica”, tiene un nombre. Cuando vos le decís al pibe: “Explicámelo con tus palabras”, lo estás matando. Porque eso implica que el pibe lo entienda con las palabras ajenas y lo traduzca a su lenguaje. Es muy difícil. Para el pibe es mucho más fácil repetir.

Al docente también le es más fácil repetir pero tiene que explicárselo de forma tal que lo entienda. Entonces, cuando yo presento una viñeta, siempre atrás de la viñeta hay un concepto.

Me acuerdo una, que fue la viñeta/cuento que se llama “La sesión más difícil de mi vida”. Los psicólogos tenemos esa sesión que no olvidamos nunca y que todavía hoy la recuerdo y me pone la piel de gallina; y que fue casual, fue producto del azar.

Cuando un profesional se va de vacaciones, si el caso lo amerita, deja un reemplazo. A mí me pasa, que yo me voy de vacaciones… Yo me tomo un mes de vacaciones. Laburo mucho durante el año, pero me tomo un mes de vacaciones. Y a veces un mes es mucho. Y a veces vos tenés pacientes complicados, pacientes que no pueden estar un mes sin tratamiento. Entonces les dejás un reemplazo.

Bueno, me pasó en otra institución donde laburaba, que una colega se va de vacaciones y me dice: “Mirá, tengo una paciente así, asá, ¿vos me podés reemplazar?”. -“Sí, por supuesto”.

Hay algunas cuestiones no escritas, que son como cuestiones convencionales de la profesión: el profesional reemplazante no puede tomar a ese paciente, aunque el paciente se lo pida, no puede tomarlo. Es decir, cuando termina el reemplazo, tiene que cederlo nuevamente. Si no, se mete en un lío con la transferencia. Y cuando empiece a contar la viñeta te vas a dar cuenta por qué.

Llega esta chica, una paciente joven, debía tener 25 años, y se pone a hablar.

A mí hay algo que me produce mucho dolor, que es la pobreza. Me produce mucho dolor.

Por ahí uno en la clínica se enfrenta con mil demonios, con mil: con las canalladas, con las traiciones, con los duelos que son terribles, la muerte, el sufrimiento, la agonía, la enfermedad. Contra mil demonios. Y a mí la pobreza me toca un punto. Ese punto que algunas corrientes lo han denominado “resonancia”.

Esta paciente empieza a contar su infancia. Ella era muy pobre, vivía en una villa.

En la villa también hay estatutos: el que vive en la parte de afuera de la villa es el que vive mejor; el que vive adentro de la villa es el que vive peor. En general, la parte de afuera de la villa está más cerca del asfalto, es más alta. El que vive adentro de la villa, en general, es la parte más inundable, la parte que está más lejos de los colectivos. Ella vivía en la parte más pobre de la villa.

Entonces, esta chica empieza a contar su infancia en la villa: tenía una mamá prostituta, y un padrastro que la violaba a ella y a su hermana mayor.

¿Viste? Cuando empieza a deshilar toda su historia, yo empiezo a sentir una angustia, que voy a empezar a largarme a llorar. Y es difícil para un paciente ver a su psicólogo llorar.

A mí me pasó con un amigo, un gran amigo, mi gran amigo de la adolescencia. Fallece su hija y él, que es ingeniero, y no cree en la psicología, y que sé yo, devastado, va a un psicólogo. Cuando él le empieza a contar sobre la muerte de su hija, que tenía16 años, la psicóloga se pone a llorar. Y él se queda perplejo. Entonces yo le digo: “¿Y vos qué hiciste?” -“Le dije que me iba, que yo venía para que me solucionara mis problemas, no para verla llorar”.

Entonces, digo, para un paciente ver llorar a su psicólogo debe ser terrible. Se supone que uno tiene que sostener, contener, y vos te ponés a llorar”. Es como que le das una sentencia a muerte.

Entonces, yo tenía la garganta de cartulina. No me pasaba nada. Sentía que me iba a poner a llorar en cualquier momento. Y trataba de contenerme.

Y la paciente me seguía contando. Me seguía contando que, cuando se iban a dormir, las ratas le pasaban por encima del cuerpo, cucarachas a patadas.

Ella me decía… Una parte que también me pareció terrible: “Que me violaran no era tan terrible, lo terrible era el hambre”, decía, “la gente no sabe lo que es el hambre; la gente cree que tiene hambre, la gente no sabe lo que es el hambre, el hambre es otra cosa, el hambre es que te duela”.

En un momento, que es la parte que más me impactó, me contaba que iban con su hermanito y su hermana a recorrer una quema que estaba cerca de la villa. Al hermanito, me contaba, por ejemplo, que le ponían trapos que encontraban en la quema, le ponían trapos y se lo ataban con un piolín, no tenían pañales.

Bueno, imaginate. A mí me duele la pobreza. Imaginate lo que era para mí enfrentar ese demonio. Y yo seguía conteniendo, y conteniendo, y conteniendo…

Y en un momento me pregunta ella, que era muy locuaz, muy simpática, me dice: “¿A vos te gusta el yogurt?” -“Sí, me gusta el yogurt” -“¿Come habitualmente?” -“Sí, me gusta y como habitualmente yogurt” -“¿Y si se encuentra un yogurt que está vencido qué hace?” -“No, no lo como, si está vencido no lo como” -“¿Y qué hace? ¿Lo tira?” -“Y sí, lo tiro” -“Bueno, nosotros íbamos por la quema, era un día de muchísimo calor y, de pronto, me encontré un yogurt cerrado” Y le digo, “¿Y qué hiciste?” -“Lo comimos como si fuera un manjar. Lo abrimos, y recuerdo que poníamos los dedos y se lo dábamos a mi hermanito, y mi hermanito chupaba el yogurt; imagínese, un yogurt vencido, vencido de quién sabe cuántos días, expuesto al calor terrible que hacía ese día”.

Yo creo que sentí que me iba a desmayar ahí. Entonces, continúa la sesión. Finalmente le digo, cuando estaba por terminar la sesión: “¿Estás bien?”. Y ella me dice: “Yo sí, ¿y usted?” -“Yo creo que me voy a reponer”.

Se va, tuvimos un par de sesiones más. Ella quiere continuar el tratamiento conmigo, yo le planteo la cuestión a la colega… por lo que dije al inicio: uno no puede tomar a ese paciente. Y la colega se niega.

Dice: “No, no, es una paciente mía y no, de ninguna manera” -“Bueno, está bien”.

¿Yo qué quería transmitir en esa viñeta? Quería transmitir lo que es la profesión, lo maravilloso y lo terrible que tiene la profesión. Porque, la verdad que, a pesar de que tuvimos tres sesiones, laburamos muy bien con ella. Bueno, después nos despedimos, me agradeció mucho…

La profesión tiene esto: puede ser maravillosa y puede ser trágica. Y puede ser maravillosa y trágica en la misma sesión.

Ella salió del consultorio y yo creo que me fui al office a suspirar y a quedarme sentado media hora totalmente aturdido.

¿Qué quiero graficar? Quiero graficar esto: La gente cree que los psicólogos somos inmunes al dolor; la verdad es que no. Cuando uno habla de distancia terapéutica, habla de una distancia tal que nos permita trabajar. Pero esa distancia nunca es la lejanía; uno se compromete emocionalmente.

Cuando mis pacientes se ponen a llorar, a mí se me llenan los ojos de lágrimas. Pero ni siquiera lo pienso, me pasa. Después hay una teoría, la teoría de las neuronas espejo. ¿Viste que viene una persona caminando por la calle y te mira y se sonríe, y vos te sonreís? Y vos decís: “¿Y de qué me sonrío?”.

Pero pasa eso, uno no puede evitar el tema empático. Y a los psicólogos nos pasa eso. Nos pasa que empatizamos con lo bueno, pero también empatizamos con lo malo. Uno no puede evitar sentir la frustración que siente el paciente, el dolor que siente el paciente, la furia que siente el paciente. A veces los pacientes nos cuentan injusticias, y uno empieza a ponerse nervioso y dice: “Ah, si lo agarro lo mato”.

Entonces, digo, es una profesión maravillosa, pero también tiene cierto ribete de peligroso.

Entrevista realizada por Iara Bianchi.

Patricio Leone

Patricio Leone 
Psicólogo

Iara Bianchi

Iara Bianchi 
Directora Editorial. Psicoanalista

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