EL CLAN: LA VES… O LA VES
Como ocurrió en su momento con Relatos salvajes, la historia tan negra de los Puccio se fabricó como un éxito poco menos que obligatorio. Inclusive durante el rodaje, antes del estreno. Así funcionan las producciones dominantes, invirtiendo en publicidad lo mismo que en el costo total de la película y con un nivel máximo de autoexigencia profesional. Pablo Trapero –a diferencia de Szifron que fue siempre mediático- empezó con un cine marginal y, como se decía antes, de protesta. Un cine político. Eso fue Mundo grúa, con la mira puesta en el blanco de denuncia social. Después como sucede siempre con los realizadores que tienen talento y ambición, pasó al nivel comercial con distintos resultados: muy buena El bonaerense, no tanto Elefante blanco. Esta biografía de un psicópata frío como un cuchillo de hielo, Arquímedes Puccio, y de su familia que silbaba mirando para arriba haciéndose la distraída pero que fue cómplice, no tiene un solo crujido de algo que no funciona. Todo funciona en El clan. El libro, la documentación, los escenarios –la casa de San Isidro es un hallazgo de clonación-, los tiempos y desde luego, la interpretación. Allí están sin tapujos los secuestros de gente amiga y pudiente, el cobro de los rescates y los asesinatos posteriores. Allí están los documentos fílmicos de la época para reforzar el clima y recordar que estos criminales tuvieron tácito apoyo militar.
Allí están la caída, la captura (impecablemente filmada) y el colapso inevitable. Un desafío del proyecto era que movilizara a quienes cronológicamente no conocen los hechos y lo consigue, los jóvenes sienten el impacto. No cabe duda que este trabajo era el que le faltaba a Francella para mostrar que el cómico quedó atrás. La suya es una composición impecable y difícil, una de esas salidas a escena que no permiten esconderse detrás del decorado, está todo el tiempo en el ojo de la cámara y sin duda se pone la película al hombro y la lleva adelante. Pero también merece un elogio sin vueltas la actuación de Peter Lanzani en el hijo-secuaz, la estrella de rugby que elige a las víctimas y colabora en los secuestros, es un actor en pleno trampolín y este será su salto mayor. Todos los demás hacen lo suyo con el oficio necesario, empezando, claro, por el mismo Trapero.
En cuanto a verla o no, lamento decirte que esa opción es nula: con afiches inmensos, spots televisivos, notas enormes en la gráfica y la presión del medio, la ves… o la ves.