“Hay que devolver la psiquiatría a la medicina”.
Hace unos años estuve en una charla organizada por un laboratorio, los oradores eran un neurólogo y un psiquiatra. Recuerdo que el neurólogo habló sobre síndrome sensitivo central y dio una charla clarísima que sin dejar de detallar los aspectos neurobiológicos, se percibía una visión de la clínica en verdad integrativa. En cambio, el psiquiatra comenzó con la frase antes mencionada: “Hay que devolver la psiquiatría a la medicina”. Imagino que varios de mis colegas deben haber asentido en silencio pero mi primera reacción interna fue preguntarme cuándo se había ido. ¿Habrá sido en Austria en el año 1900 con la publicación de La Interpretación de Los Sueños por parte de Sigmund Freud? ¿Tal vez unos años más tarde, en Suiza, con el nacimiento de la psiquiatría psicodinámica de la mano de Bleuler y Jung? ¿Será con los movimientos de antipsiquiatría de la década del 60? Desgraciadamente el orador no ahondó en esta idea de manera directa, en cambio, ofreció una charla repleta de información sobre genes y neurotransmisores que de tan aburrida no puedo recordar ni siquiera de qué se trataba. Era claro que para este profesional, regresar a la medicina era sinónimo de no hablar de ninguno de los aspectos más ricos de nuestra profesión, y con esto no me refiero a la psiquiatría sino a la medicina en general: pareciera que el médico no debe saber nada de sociología, antropología, economía, etc. Lo único que le debe importar es el organismo biológico, ente aislado del mundo exterior. Cuando se discute la esencia cuál es la función de la psiquiatría, en muchos ámbitos podemos encontrarnos con la propuesta de “recuperar el lugar del psiquiatra”, eslogan que habilita (o mejor, esconde) algunas cuestiones fundamentales: ¿adónde queda ese “lugar”? ¿Acaso “recuperar” presupone regresar a un pasado idílico donde las cosas funcionaban mejor? ¿mejor para quién?
La Asociación de Psiquiatras Argentinos (APSA) es la principal asociación científica de psiquiatras de Argentina, con alrededor de 3000 socios activos. No es por cierto la única, pero es la más grande e históricamente la que ha tenido una visión más integral de la psiquiatría. Es además importante mencionar la existencia de la Asociación Argentina de Psiquiatras (AAP) y la Asociación Neuropsiquiátrica Argentina (ANA), cuya orientación más neurobiológica continúa teniendo gran relevancia en el país. Y, para no ser injustos, corresponde mencionar la Asociación Argentina de Salud Mental (AASM) que integra un gran número de profesionales psiquiatras y psicólogos, en el extremo más “humanista”. APSA realiza todos los años un congreso en Mar del Plata al que asisten más de 5000 profesionales de todo el país y funciona como una vidriera de la situación de la psiquiatría nacional; para los psiquiatras argentinos sería como nuestra meca: asistir y eventualmente presentar un trabajo constituye una peregrinación que al menos una vez en la vida debemos realizar. En el año 2019 el título del congreso fue “Concepciones sociales de Género. Implicancias en Psiquiatría y Salud Mental” y constituyó, como bien señaló Santiago Levín, Presidente actual de la Asociación, la primera vez que la palabra género se incluyó en el título de un congreso de psiquiatría. Pero hay que subrayar que con ver los títulos de los últimos congresos de APSA evidencian un enfoque plural en la psiquiatría argentina dominante: las palabras “cuerpo”, “mente” y “sociedad” fluyen libremente y sientan posición. La enfermedad, no solo la mental, es un constructo que puede, y debe ser leído desde una óptica integrativa. Es obligatorio rescatar el lugar de resistencia de la psiquiatría argentina: donde se sostiene la persistencia de una visión psicodinámica del paciente, y donde se siguen realizando producciones escritas en castellano cuando, hasta lo que sé, en el resto de los países latinoamericanos es mandatorio escribir en inglés si uno desea ser editado en una publicación de renombre.
Un fantasma recorre los pasillos de los congresos y sus extensiones. En la mayoría de las discusiones en redes sociales que leí, hay una chicana recurrente que tiene que ver con la existencia de mesas en los congresos de psiquiatría, (y del de APSA en particular) que hablan “del fantasma lacaniano”. Y sostienen una posición extrema donde todas las fuerzas de la razón debieran conjugarse para realizar un exorcismo del psicoanálisis en búsqueda de una psiquiatría pura y limpia de cualquier cosa que no sea el método científico tradicional. Por supuesto que excede los objetivos de este texto, pero quiero resaltar que de ninguna manera está probada la superioridad terapéutica de otras psicoterapias por sobre el psicoanálisis (tal vez con excepciones de los trastornos borderline y la terapia dialéctico conductual), y al mismo tiempo, desde mi punto de vista, no hay teoría de la mente más integral que la del psicoanálisis. Aquellos que hablan despectivamente del “fantasma lacaniano” no tienen idea de lo que esto significa, ahí les paso una pista (acá seguro que alguno más erudito que yo me corrige, bienvenido sea): fantasma es un modo de decir fantasía inconciente, y es algo presente en cada uno de nosotros que determina nuestras decisiones y nuestros síntomas. Pero más allá de eso, me parece preocupante que haya gente que quiera recortar qué temas entrarán en discusión en el tercer congreso de salud mental más grande del mundo. Parece que temieran que si hay mesas donde se habla de psicoanálisis, o mejor, desde el psicoanálisis, no quede lugar para la farmacogenética. El intercambio entre los que trabajamos en materia de Salud Mental, debe tener, como de hecho sucede, espacio para el psicoanálisis, así como para otras psicoterapias: terapias cognitivo conductuales, psicodrama, biodanza, y un largo etcétera.
Otra crítica que leí por ahí, como ejemplo de la pobreza científica de los espacios de encuentro e intercambio entre psiquiatras, es que hace unos años hubo una mesa en un congreso (una entre un montón) que hablaba sobre Flores de Bach. La respuesta que se dio fue que desde entonces están cuidando más el contenido de las mesas. De ninguna manera quiero que quien lea esto piense que estoy a favor de las flores de Bach (tampoco estrictamente en contra), ya que no tengo ninguna duda de que son puro efecto placebo. El problema es que si se comienza a expulsar las terapias alternativas de la esfera de la psiquiatría nos terminamos quedando con menos herramientas y menos información de lo que sucede alrededor. Porque no lo duden, las terapias basadas en sugestión y superstición nunca dejarán de existir y es mejor tenerlas cerca. Me contaba un pediatra que trabajaba en un pueblo de Córdoba que conocía al curandero de la zona, y a veces le mandaba a sus pacientes para que les curara el empacho y a su vez el curandero le derivaba a él cuando detectaba algo. Pero hay más: nunca sabemos de dónde va a venir un nuevo avance terapéutico científico. Me imagino que hace 30 años muchos hubieran estado recelosos de que se hablara sobre meditación budista en un congreso de psiquiatría; hoy nadie objeta una mesa redonda sobre los beneficios del mindfulness. Muchos profesionales pondrían el grito en el cielo si viene a hablar un chamán acerca de los beneficios de los enteógenos y, sin embargo, cada vez hay más evidencias de la eficacia antidepresiva de la ketamina, la psilocibina o la ayahuasca.
Espero que no se me malinterprete: los avances de las neurociencias en los últimos 30 años han sido enormes, pero nuestra profesión no puede reducirse a eso. Si la psiquiatría argentina tuviera como ideal de psiquiatra a un neurobiólogo que hace clínica no ganaría estatus científico, por el contrario, lo perdería. En psiquiatría, hoy más que nunca, y tanto como siempre, la epistemología es poder.
Nicolás Kitroser
Psiquiatra. Colaborador inconsciente
¿Qué augurio cabe esperar para la psiquiatría de este nuevo milenio?
Degradado su saber en los ambiguos postulados de la química y en los recursos
paliativos de una psicología reeducativa, el psiquiatra percibe el peso
del aburrimiento y la burocratización en el ejercicio de su praxis, definitivamente
divorciada de su antiguo lazo con la sabiduría. Y si ya no habrá de leer en el espejo
roto de la locura el reflejo de lo más íntimo del ser, tal como supieron hacerlo sus
antecesores, ¿qué le quedará sino el triste papel de intermediario en un comercio de
cifras improbables, usuarios sin nombre y administradores sin alma?
Es por esa razón que la psiquiatría, más que nunca, debería reconocer en el
psicoanálisis el aliado que podría auxiliarla en la recuperación de su antigua ciencia.