En el verano de 1772, tiene lugar el «caso de Marsella». Sade, tras un encuentro con varias prostitutas, es acusado de haberlas envenenado con la supuestamente afrodisíaca «mosca española». Tras un día de orgía, dos de las muchachas sufrieron una indisposición que remitió pasados unos días. No obstante, fue sentenciado a muerte por sodomía y envenenamiento, y ejecutado en efigie en Aix-en-Provence el 12 de septiembre.
Escritor francés conocido por sus obras eróticas y transgresoras, de moral muy diferente a la de su propia época. Su nombre legó un sentido. Según la Real Academia Española, sadismo es «la perversión sexual de quien provoca su propia excitación cometiendo actos de crueldad en otra persona».
De familia aristócrata, la conducta de Sade nunca fue del agrado del poder establecido, ya que conoció la cárcel por diversos escándalos tanto bajo el régimen absolutista como tras la Revolución Francesa y la subida al trono de Napoleón.
A la edad de cuatro años fue a vivir con su abuela en Avignon y con posterioridad con su tío, el Abad de Sade, con quien inició sus célebres andanzas sexuales.
‘’(…) pero qué nos importa la opinión de la gente fría, siempre que nuestras almas, más ardientes y más nobles que las suyas, sepan disfrutar de lo que ellos no perciben. ‘’
En su infancia, Sade recibió una educación religiosa y militar, y a los 16 años participó en la Guerra de los Siete Años, siendo destacado por su valentía. Acabó la guerra como capitán y se le licenció para volver a su hogar. Se casó con Rénee Pelagie a los 23 años, matrimonio arreglado por los padres de los prometidos, lo que afectó mucho a Sade, pues buscaba casarse con una mujer de la que refería estar enamorado. Ese sentimiento se ver reflejado en Aline y Valcour, libro en el que menciona los infortunios del matrimonio arreglado.
Sade comienza una vida licenciosa que en un principio se pudo ocultar por sus influencias, pero que, tras hacerse cargo de un teatro cerca de París, se vuelve más activa y llena de amantes y prostitutas, incluyendo algunas de las mujeres más deseadas en la corte, pese a carecer del dinero suficiente.
Tras varios escándalos, de los cuales el más famoso es el de Arcueil, acaba siete meses en prisión por flagelar a una mendiga. Es, sin embargo, el caso de Marsella, el que casi le costó la muerte al ser condenado por sodomía y envenenamiento, no obstante la falta de pruebas y la pronta recuperación de la indisposición que padecieron luego del encuentro con Sade las supuestas envenenadas. Antes de ser aprendido por petición de su suegra, huyó a Italia. Pasó cinco meses encarcelado, su esposa lo ayudó a escapar hasta que, enterado de que su madre estaba agonizando, Sade regresó a París junto con su esposa y, esa misma noche, fue capturado en el hotel donde se hospedaban y encarcelado en la fortaleza de Vincennes por mediación de su todopoderosa suegra.
‘’No hay ninguna clase de sensación que sea más viva que el dolor; sus impresiones son seguras, no confunden para nada como las del placer.’’
Sade permaneció 13 años en la prisión de Vincennes, a pesar de que su causa fue anulada por irregularidades solo un año después de su ingreso. Su estancia allí afectó gravemente a la salud física y mental del marqués que, con el único contacto en el exterior de su esposa, dedicó su estancia a leer y a escribir obras de teatro y cartas.
Fue trasladado a La Bastilla, donde se encontraba en peores condiciones y su conducta rebelde llevó a que fuera trasladado a un psiquiátrico poco antes de la toma de La Bastilla, donde se perdieron 15 libros ahora relacionados con Los 120 días de Sodoma.
Cinco años después, con el estallido de la Revolución francesa, el noble fue trasladado nuevamente a un manicomio, antes de que la Asamblea Revolucionaria anulase definitivamente las medidas que la suegra de Sade mantenía desde hace años para evitar su liberación.
Moralmente hundido, arruinado, obeso hasta el punto de no poder caminar sin ayuda y con la vista disminuida, el Marqués de Sade salió de prisión a los cincuenta y un años de edad en 1790, noche de Viernes Santo. El escritor se adhirió y participó activamente en el proceso revolucionario. De esta forma, colaboró escribiendo diversos discursos, como el pronunciado en el funeral de Marat, y se le asignó tareas para la organización de hospitales y asistencia pública. Siendo secretario de una sección de la ciudad, los Montreuil, sus suegros, solicitaron el amparo del marqués cuando su domicilio fue precintado y ellos acusados de «extranjeros». Sade ofreció su ayuda a sus suegros –quienes lo habían mantenido trece años encarcelado en Vincennes y La Bastilla– y se encargó de que no fueran molestados durante el tiempo que permaneció en el cargo. Durante el periodo del Terror de Maximilien Robespierre, la condición de moderado del marqués le llevó de nuevo a prisión, donde se salvó por muy poco de la guillotina.
Tampoco esta vez a su salida de prisión Sade pudo ganarse la vida en el teatro y terminó viviendo en la indigencia casi completa. Además, el escritor francés comenzó a recibir respuestas muy agresivas contra sus textos. Muchas de las obras de Sade, contienen explícitas descripciones de violaciones e innumerables perversiones, parafilias y actos de violencia que en ocasiones agredían directamente los convenios sociales. Así lo consideró el Emperador Napoleón que arrojó al fuego la novela «Justine o los infortunios de la virtud», distribuida clandestinamente por Francia, porque «es el libro más abominable jamás engendrado por la imaginación más depravada». Es por ello que gran parte de su obra se perdió, víctima de los ataques y la censura, entre ellos, la de su propia familia, que destruyó numerosos manuscritos en varias fases.
Encarcelado por el régimen napoleónico que le acusó de «demencia libertina» en 1801, Sade fue ingresado en el asilo para locos de Charenton gracias a la asistencia de su familia, que se encargó de pagar su estancia y su manutención. A su muerte en 1814, uno de sus hijos quemó todos los manuscritos inéditos, incluida una obra en varios volúmenes, «Les Journées de Florbelle», que el marqués había seguido escribiendo hasta que le fallaron los dedos.
‘’No hay más infierno para el hombre que la estupidez y la maldad de sus semejantes’’.
Su legado no tardó en ser revisado y reverenciado por la siguiente generación de escritores. Su leyenda negra le sigue acompañando con el mero recitar de su nombre.
El libro que quemó Napoleón:
Dedicación de Justine o Los infortunios de la Virtud.
‘’A mi buena amiga.
Sí, Constance, a ti dirijo esta obra; a la vez el ejemplo y el honor de tu sexo, sumando al alma más sensible la mente más justa y la mejor iluminada, sólo a ti corresponde conocer la dulzura de las lágrimas que arranca la Virtud infortunada. Detestando los sofismas del libertinaje y de la irreligión, combatiéndolos incesantemente con tus actos y tus discursos, no temo en absoluto para ti los que ha necesitado en estas memorias el tipo de personajes trazados; el cinismo de algunas plumas (suavizadas sin embargo lo más posible) no te horrorizará más; es el Vicio el que, gimiendo por ser desvelado, se escandaliza así que se le ataca. El proceso de Tartufo fue incoado por unos santurrones; el de Justine será obra de los libertinos. Me inspiran escaso temor: mis razones, desveladas por ti, no serán condenadas; tu opinión basta para mi gloria, y debo, después de haberte gustado, o gustar a todo el mundo, o consolarme de todas las censuras. La intención de esta novela (no tan novela como parece) es nueva sin duda; el ascendiente de la Virtud sobre el Vicio, la recompensa del bien, el castigo del mal, suele ser el desarrollo normal de todas las obras de este tipo; ¿no es algo demasiado manido? Pero ofrecer por doquier el Vicio triunfante y la Virtud víctima de sus sacrificios; mostrar a una desdichada yendo de infortunio en infortunio; juguete de la maldad; peto de todos los excesos; blanco de los gustos más bárbaros y más monstruosos; aturdida por los sofismas más osados, más retorcidos; víctima de las seducciones más arteras, de los sobornos más irresistibles; teniendo únicamente para oponer a tantos reveses, a tantos males, para rechazar tanta corrupción, un espíritu sensible, una inteligencia natural y mucho valor; arrostrar en una palabra las pinturas más atrevidas, las situaciones más extraordinarias, las máximas más espantosas, las pinceladas más enérgicas, con la única intención de obtener de todo ello una de las más sublimes lecciones de moral que el hombre haya recibido: convendremos que era llegar al objetivo por un camino poco transitado hasta ahora”.
Escrito por Pepe Ivanov