Imagen: Hijo de hombre (1965), de René Magritte.
LA VERGÜENZA Y SUS DESTINOS
La vergüenza es una pasión, un pathos, que forma parte de la consulta cotidiana. Un fenómeno que no deja de presentar sus enigmas, por ejemplo, por la variabilidad de lo que la genera en distintas personas. En cierta ocasión un paciente comentaba cómo lo inundaba la vergüenza cuando tres personas lo miraban al tomar la palabra; y a la vez tenemos (en estos días en Buenos Aires) el caso de una de las hermanas Xipolitakis, quien estaba avergonzada porque Playboy había oscurecido en la tapa de la revista sus genitales, como forma de poner sobre ellos un velo. Eso la movió a declarar que “de ninguna manera sus genitales eran negros”. Muy singularmente la desnudez de los genitales no le producía vergüenza alguna. Está claro, por lo tanto, que los cánones de vergüenza son variables.
Por un lado, entonces, está toda la fenomenología de los padecimientos en los que está presente la vergüenza como elemento integrado a una gran variedad de síntomas e inhibiciones. Por otro lado, están todas las consecuencias que tiene para nuestra vida este pathos. Inclusive se podría hablar de la función social de la vergüenza, su papel en el orden social, cómo forma parte de los diques morales descriptos por Freud y por ende también de su papel en la disciplina, el establecimiento de normas, en la crianza, etc. Pero pensemos en la vergüenza en la escena del análisis.
Hay una variedad de fenómenos ligados a la vergüenza vinculados con el dispositivo: por ejemplo, los grandes silencios que cortan la asociación y que luego son reconducidos a una escena que avergüenza, pero especialmente los momentos en los que algunos analizantes dicen no querer mencionar determinados temas porque eso les produciría vergüenza, sin que estos luego demostraran ser temas en extremo penosos, sino cuestiones nimias. Unas “vergüencitas” de nada.
También podríamos proponer el modo de conducirse con el analista en cuestiones de saludo, llamados telefónicos, etc. Y last but no least la situación en que de pronto alguien comience a mostrarse más vergonzoso cuando en un inicio no lo parecía. El análisis es un lugar en donde a veces se siente vergüenza. ¿Por qué? ¿Cuáles son las coordenadas clínicas de su ocurrencia? ¿Qué está en juego allí?
Como ya dijimos en un capítulo anterior, en la primera clase del seminario La angustia, Lacan destaca la relación con el Otro, al significante, que tienen las pasiones, y el error que implicaría intentar encontrar allí algo previo al símbolo. Nos remite entonces al libro segundo de la retórica de Aristóteles: “Lo mejor que hay sobre las pasiones está atrapado en la red de la retórica”. O sea que va a ubicar los afectos en relación con la palabra, siendo que en esa obra Aristóteles se va a referir justamente a la palabra que se dirige al Otro con fines de persuasión. Entre otras cosas, Aristóteles intenta meterse con los resortes del discurso fabricado para convencer. Dentro de sus herramientas, se encuentra el pathos que se puede generar para influir sobre el juicio. Por este motivo aborda las pasiones y las coordenadas simbólicas en las que se presentan –podemos decir nosotros. Una de estas pasiones es la vergüenza.
En el capítulo 6, titulado “La vergüenza y la desvergüenza”, Aristóteles afirma:
La vergüenza es un cierto pesar o turbación relativos a aquellos vicios presentes, pasados o futuros, cuya presencia acarrea una pérdida de reputación […] avergonzarán todos los vicios que parecen ser vergonzosos, y las obras resultantes del vicio, como, por ejemplo, abandonar el escudo y huir, ya que esto resulta de la cobardía. El mantener relaciones carnales con quienes no se debe o donde y cuando no conviene, pues esto resulta del desenfreno. El obtener ganancia de cosas ruines o vergonzosas o de personas imposibilitadas, como son los pobres o los difuntos -de ahí el refrán: saca partido hasta de un cadáver, porque todo esto procede de la codicia y la mezquindad. Por lo demás, se siente vergüenza no sólo de las cosas que se califican de vergonzosas, sino también de sus signos; por ejemplo: No sólo de entregarse a los placeres del amor, sino también de lo que son signos suyos.
Ahora bien, la cuestión que es extremadamente relevante para la vergüenza es el lugar del Otro. Continuemos con Aristóteles.
Tales son, pues, las cosas que causan vergüenza. Más, ante quienes puesto que la vergüenza es una fantasía que se siente concierne a la pérdida de reputación, y como, por otra parte, nadie se preocupa de la reputación sino con referencia a quiénes han de juzgarla, necesariamente se sentirá vergüenza ante aquellos cuyo juicio importa.
Entonces: 1) importa el juicio de quienes nos admiran; 2) de aquellos otros a quienes admiramos; 3) por los que queremos ser admirados.
No se siente por lo general vergüenza ni ante aquéllos de quienes desdeñamos su opinión en lo que se refiere a ser veraces ni tampoco ante los conocidos igual que ante los desconocidos, sino que ante los conocidos. (Nos avergonzamos) por lo que se juzga (vergonzoso) de verdad, mientras que ante los no allegados, (por lo que lo es) según las convenciones.
Entonces, dado un evento vergonzoso uno podría preguntarse, ¿cuál es el vicio en juego? ¿Cuál es el Otro enjuiciador que corresponde a la pérdida de reputación? Está claro que el Otro en el caso Xipolitakis es muy diferente al del paciente mencionado….
Volvamos a nuestros fenómenos clínicos con las herramientas de la retórica de Aristóteles: ¿por qué de pronto ganan la escena estas formas de la vergüenza en el dispositivo? ¿Por qué a veces cuestiones nimias generan tanta vergüenza al analizante? En otras palabras, ¿por qué el analista se vuelve enjuiciador ante un supuesto vicio, aunque éste no se presente como defensor del soberano bien? ¿Por qué el analizante de pronto puede pasar a estar muy preocupado por su reputación de “buen paciente”?
No sorprendería a nadie remitir este fenómeno a la transferencia, pero como el interés recae sobre el asunto de la vergüenza en el dispositivo, quisiéramos saber qué modalidad de satisfacción se ha establecido en la cura cuando aparece la vergüenza. Para esto es necesario recorrer algunas nociones vinculadas al objeto y la transferencia.
En el seminario 11, en una reducción fenomenal, Lacan grafica a la pulsión como un movimiento de llamado al Otro en el que se pone en juego un “hacerse”. Es un llamado al Otro que implica un hacerse ver, chupar, cagar, etc. La pulsión realizará su recorrido en torno a alguna de las formas del objeto a, lo que posibilitará un modo de satisfacción. Esto produce el cierre del inconsciente y eso es lo que representa el sostén pulsional del amor de transferencia.
En el obstáculo trasferencial, entonces, y esto es lo que implica que sea la puesta en acto de la realidad sexual del inconsciente, se trata de que alguna de las variantes del objeto a es colocado, transfundido en el campo del Otro, en el lugar del analista. Dice Lacan:
…en la pulsión (escópica) de lo que se trata es de hacerse ver. La actividad de la pulsión se concentra en ese hacerse […]. La mirada es ese objeto perdido y, de pronto, reencontrado, en la conflagración de la vergüenza, gracias a la introducción del otro.
Sin embargo, no se trata en la vergüenza exclusivamente del hecho de que el objeto mirada haya sido transferido al lugar del analista por obra de la dinámica de la cura. Eso solo implicaría la satisfacción de hacerse ver, y no una pasión incómoda. Añadamos que la vergüenza tiene como correlato la coincidencia de la situación que Lacan describe para la hipnosis: el pegoteo, la colusión del objeto a mirada con el significante ideal. Es en relación al ideal del yo que el moi se constituye como amable, y cuando el analista es ubicado en línea con el significante ideal, que cualquier cosa que manche la unidad imaginaria va a avergonzar. Se trata de un “hacerse ver… bien”. Frente a ese Otro se vuelve tan importante mantener la reputación.
Entonces, la vergüenza se presenta cuando algo del ser rompe la unidad del yo ideal frente al ideal del yo.
Esta coordenada reivindica a la vergüenza. Quizás sea un modo de corroer esa identificación alienante a la que se ha consagrado el yo ante el analista ubicado en el lugar del ideal del yo. Que vayan apareciendo manifestaciones de vergüenza puede ser un modo de denunciar la entrega fantasmática a la mirada del hipnotizador. En la vergüenza el sujeto está afectado en tanto que hay algo que rompe la unidad imaginaria, pero ese no es el verdadero problema, la ruptura en rigor es lo que es indicador de un deseo.
El problema está en la promoción exacerbada de la figura de unidad imaginaria que es propuesta a la mirada transfundida al analista en la transferencia. No hay que confundir el intento de curación con la enfermedad. En este sentido la vergüenza nos pasa a avisar que el analista se ha ubicado en esa posición de ideal y que eso tiene que perderse. Así, la vergüenza podría tener una cara virtuosa y a la vez indicarnos el camino a seguir. El análisis no defiende el soberano bien ni amonesta infracciones al mismo. Inclusive, sabemos por historia las aberraciones a las que puede llevar la obediencia al líder.
El análisis, y esa es nuestra propuesta, más bien puede utilizar a la vergüenza como brújula de un deseo que se rehúsa a acomodarse a las exigencias de amabilidad del ideal del yo.
Por otro lado, cometer un acto vergonzoso, no ya prevenirse de cometerlo, no deja de ser a veces una forma de denunciar la impostura y ganar en libertad. Groucho Marx puede ilustrar algo de lo que estamos sugiriendo en relación a la virtud que puede llegar a tener la vergüenza. Él decía sufrir una compulsión nerviosa, un reflejo automático o una perseverancia básica que lo metía en problemas. La llamaba: “The foot in the mouth disease”, es decir, la compulsión a decir cosas inconvenientes, que lo hacía inmediatamente entrar en una situación en la que el resto de los mortales sentiríamos vergüenza. Es así como durante un viaje a un país exótico, “con todo pago”, en un festival en donde se honraban actores famosos de todo el mundo, el anfitrión informa a los presentes que conocerían al presidente en palacio a las cuatro de la tarde. Inmediatamente Groucho pregunta: “¿Qué chances hay de que el excelentísimo siga siendo presidente para las cuatro de la tarde?”. Desde ese momento, dice, por una extraña razón, nadie más le habló, no le dieron más de comer, etc. Dos días después el presidente moría acuchillado. El asesino llegó tarde a la celada, Groucho había matado al falso amo dos días antes…